Gunhilda de Gorsemore

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Gunhilda de Gorsemore

Sirius Black yacía despierto bajo las cortinas de su cama, un brazo por debajo de su cabeza, el otro recostado sobre su pecho, pensando profundamente mientras la noche pasaba. La luz de la luna llena bailaba sobre la cama vacía de Remus.

Había pasado una semana desde que las noticias sobre el Sr. Parry habían llegado a Hogwarts. La profesora Blythe aún no volvía a su puesto como profesora de Defensa contra las Artes Oscuras pero había sido vista en la mesa de profesores durante algunas cenas y desayunos, poniéndole fin a los rumores de que había sido enviada a Azkaban. McGonagall, quien continuaba impartiendo las lecciones en ausencia de la profesora Blythe, no daba más detalles de los que había dado el primer día y los estudiantes de Hogwarts no estaban más cerca de conocer la verdad sobre lo que había pasado. Pasaron varias conversaciones en susurro en la Sala Común o en la mesa del Gran Comedor especulando qué estaba pasando con la profesora Blythe pero ninguna de sus teorías parecía resolver el misterio.

Pero Sirius no estaba pensando en la profesora Blythe. En su lugar, estaba pensando una vez más en Remus, allá afuera en la Casa de los Gritos. Suspiró y se cambió de posición en la cama, sus ojos ahora enfocándose en la ventana, en la silueta de la luna asomándose entre las torres del castillo, la pálida luz azul brillando ante sus ojos. Odiaba la luna llena casi tanto como lo hacía Remus a ese punto, ya que eso significaba que no podría dormir. La culpa llenaba su estómago y carcomía su interior por ello, aunque no estaba precisamente seguro de por qué se sentía culpable, más que por no ser él quien estaba afuera en el frío, aullándole a la luna. Corrió sus dedos por la cicatriz que marcaba su brazo y frunció el ceño, dolido por la idea de que Remus podía estarse infringiendo daño a sí mismo en ese preciso momento, sin nadie con él que lo detuviera.

Si hubiese una manera, pensó Sirius, de evitar que los instintos lobunos se apoderaran de él, una manera de mantener a Remus siendo Remus una vez que se convierta. Pero podía recordar con claridad la mirada sedienta de sangre en los ojos del lobo el mes pasado y el recuerdo lo hizo temblar. No parecía que hubiese alguna palabra que tranquilizara la demencia interna del lobo. Estaba demasiado lejos de entender razonamientos o plegarias, pensó Sirius. La única manera de hablar con él sería hablando el idioma de algún animal y eso, obviamente, era algo imposible de hacer.

Tomó su sábana de los pies de su cama y se cubrió con ella hasta la barbilla.

Los primeros rayos del sol atravesaban la ventana cuando Sirius despertó del ligero sueño en el que había caído, despertando con un pequeño sonido. James se había levantado y sacaba unas túnicas de su baúl.

-¿Qué haces? –murmuró Sirius.

-Práctica de Quidditch –susurró James- Derek nos quiere en el campo a primera hora. Vuelve a dormir.

-No puedo dormir –replicó Sirius intentando sentarse, siendo un adormilado desastre- Iré contigo.

-Hace dos segundos estabas durmiendo –respondió James- Sé que estás preocupado por Remus pero tienes que dormir –se colocó la túnica por encima de los hombros y guardó sus guantes de cuero en sus bolsillos.

-Dormiré cuando Remus regrese –respondió Sirius, saliendo de la cama y tomando su propia túnica. Ni siquiera se había molestado en ponerse sus pijamas la noche anterior y su cabello estaba más despeinado que el de James- Debo despejar la mente. Ver un partido de Quidditch y tomar aire fresco me hará bien. Además, tal vez pueda tomar algunas notas de lo que deba hacer el año que viene–añadió, encogiéndose de hombros.

-De acuerdo, pero va a hacer mucho frió allá afuera –le advirtió James.

Sirius se encogió de hombros.

Los Merodeadores: Segundo AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora