Hojas de Mandrágora

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Hojas de Mandrágora

Peter se despertó con la sensación de una mano sobre su hombro agitándolo con fuerza. Gruñó mientras recobraba la orientación, mirando alrededor en la borrosa oscuridad. Sirius y James lo rodeaban, a penas iluminados por la pálida luz de la luna que se asomaba por la ventana del dormitorio. Sirius sostenía un dedo sobre sus labios, silenciando a Peter antes de que éste pudiese hablar y asintió en dirección a la puerta. El suelo estaba frío comparado con la calidez de sus sábanas. Peter rápidamente metió sus pies en sus pantuflas y se cubrió con su bata de baño antes de seguir a James y Sirius fuera de la habitación, bajando las escaleras hacia la sala común.

Ninguno de los tres habló hasta que cruzaron todo el camino hasta la Sala de los Secretos, donde James susurró que necesitaban entrar a su lugar secreto tres veces para que apareciera la puerta. Habían mejorado mucho en hacer aparecer la puerta desde la primera vez que lo habían intentado –especialmente James, quien era el mejor en ello. Una vez dentro, luego de que se cerrara la puerta, Peter se quejó:

-¡Es tan tarde que es temprano, de nuevo!

-Sí, pero se puede decir eso desde que el reloj marca las doce, ¿no? –razonó Sirius.

-Además, no queríamos que Remus se despertara y nos viera ponernos estas cosas en la boca y preguntarse por qué comemos hojas de mandrágora –dijo James, extrayendo el pequeño puño lleno de hojas de mandrágoras. Las dejó en el mostrador y los tres se sentaron en los taburetes alrededor, mirando las hojas en la mesa, aún un poco arrugadas por haber estado en el bolsillo de James todo el día desde Herbología.

Peter tomó una y la miró detenidamente.

-¿Y si saben asqueroso? –preguntó.

Sirius también tomó una, al igual que James, y llevó la hoja tentativamente hacia su boca y sacó su lengua, lamiendo la hoja ligeramente. Se encogió de hombros.

-¿A qué sabe? –preguntó Peter.

-A nada, en realidad no me supo a nada. Excepto tal vez a tierra. Probablemente deberíamos lavarlas antes de ponerlas en nuestras bocas –sugirió Sirius y rápidamente tomó su varita y roció las hojas con un chorro mágico de agua.

James ojeaba el tomo de Liberando al Animago Interior.

-¿Debemos masticarlas o sólo dejarlas ahí por un mes entero? –preguntó.

Sirius miró el libro por encima de su hombro, al igual que Peter por el otro lado.

-No sé –dijo Sirius luego de unos minutos- En realidad no dice nada sobre eso.

James negó con la cabeza.

-Nada de nada.

-Aquí dice que tiene que ser una hoja de mandrágora completa –Peter señaló la primera línea de un párrafo.

-¿Pero eso significa que tiene que ser una hoja entera o que tiene que estar completa en un solo pedazo? –cuestionó Sirius.

Peter no sabía, de modo que no respondió la pregunta. Por el contrario, preguntó algo más:

-¿Cómo haremos para hablar? –preguntó, dándole vueltas a la larga hoja de mandrágora en sus manos.

James miró a Sirius. No había pensado en eso.

Sirius se encogió de hombros.

-Sólo... Ya saben... Con la boca llena. Es sólo por un mes. Nadie se dará cuenta, en realidad.

-¿Nadie se dará cuenta de que estás callado? ¿Por un mes? –demandó Peter.

James soltó una carcajada pero Sirius pareció ofendido.

Los Merodeadores: Segundo AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora