XVII. Él y sus malditos poderes

1.1K 94 1
                                    

El día de escuela termino y la verdad es que termino bien. Natacha hizo un esfuerzo y fue ella a traerme a la escuela. Creo que arruine mi medio de transporte: el Lexus de Johann. Porque le iba estar diciendo que me llevara pero ahora eso es imposible. No sé cómo llego ahora a la escuela si su auto estaba hecho pedazos. O quizá utilizo magia y lo arreglo todo. He llegado a casa sana y salva y con eso quiero decir que no he recibido la venganza de Johann… aun.

-Gracias por traerme. – Me bajo del auto y camino al pórtico de casa.

Natacha gira y se va a su trabajo. Estoy tan cansada. Ayer no dormí bien por hacer mi venganza. Y de paso, me levante súper temprano. Entro a casa y tiro mi mochila al suelo. Subo a regañadientes los escalones y luego, llego a mi habitación. Me desplomo sobre la cama y me duermo en segundos.

-¿Mamá? Nora, mi madre, empieza a correr, hacia mi dirección. ¡Mamá! Chillo.

Y me doy cuenta qué, mamá no corre hacia mí: corre hacia otra chica que se encuentra detrás de mí. Y la chica es igual a mí; físicamente. Mamá abraza a Aleesha Dos y las dos empiezan a llorar desconsoladamente y se dicen cuanto se aman. Y me doy cuenta que estoy soñando. Que es solo un estúpido sueño del que me quiero despertar, pero no puedo. Desde donde me encuentro, en una esquina, observo cómo se abrazan y cómo mamá le repite a ella cuanto la ama… a ella. Y aun que sé qué es un sueño no puedo evitar sentirme triste, sola y muy mal. Un enorme vacío se apodera de mí. Y de pronto, llega papá, sin verme, y abraza a mamá y le planta un beso en la boca y ellos junto a Aleesha Dos se abrazan fuertemente. Como una familia; una familia alegre sin problemas ni papás que parecen perros y gatos. Y todo empieza a temblar; todo se vuelve borroso.

Y me despierto, pero por alguna razón no quiero abrir mis ojos. Sigo cansada. Bostezo y estiro mis brazos. Sigo con los ojos cerrados y trato de imaginarme otro sueño más bonito. Me remuevo incomoda.

-No te muevas. – Abro repentinamente mis ojos. Esa voz… Johann.

Dejo de moverme y miro hacia el lado derecho, donde se encuentra Johann con su ropa habitual.

-Si te mueves… pobre de ti. – Su vista se dirige hacia arriba.

Miro hacia arriba y… ¡Oh, por todos los Santos! ¡¿Qué coño?! A unos cincuenta centímetros de mi cara, hay como… una barrera de agua… agua flotante, como una cama pero de agua, gruesa... ¡No! Que es lo largo y ancho de mi cama.

-Déjame. – Gruño. No puedo dejar de ver la masa de agua que flota sombre mí. Intento levantarme.
-No te muevas o haré que el agua deje de flotar. – Suena tan amenazante, que hago caso y vuelvo a mi posición.

No lo puedo creer. ¡Lo odio, joder! ¿Por qué me tengo que topar con tipos como él?

-Ahora no te gusta tanto el juego… ¿verdad? – Su voz… suena amenazante y sexy. – Ahora ves, como yo sé jugar… y tú no. No eres rival para mí, querida.
-Eres un idiota. – gruño.
-Aléjate de mí.  – Advierte. Odio no poder moverme, aunque sea para mirarlo.
-Jamás quise estar cerca de ti. ¡Tú eres el que te metes conmigo al jugar con mi mente!
-Hago lo que quiero y cuando quiero. – Aunque no lo veo, sé que tiene esa sonrisa arrogante.
-¡Te odio! – Exploto.
-Ninguna chica me odia, Aleesha, ni siquiera tú. – Vaya, me llamo por mi nombre.
-Como no. – Murmuro. – Dejadme en paz, Johann. Busca otra chica con la que jugar.
-Yo quiero jugar contigo. – Ronronea.

¡Esto es suficiente! Me muevo y lo miro a la cara. Una sonrisa sarcástica se dibuja en su rostro.

-Te lo advertí. – Dice.

Chasquea los dedos y el agua cae sobre mí. ¡Era una jodida trampa! Me engaño, hizo que me moviera para luego dar su ataque final, ¡Lo odio!

Me levanto de la cama, toda empapada de agua. Estoy que me sale fuego por la nariz.

-¡Te odio, imbécil! – Me acerco a él y lo encaro. – ¡Vete de aquí, largo!
-Te lo advertí, querida, ahora no te quejes.
-¡Olvida que existo, largo! – Estoy enojada. Mucho. Mucho.
-Espera… – Se queda pensativo. – ¿Existes? Digo, porque los humanos son débiles, vulnerables… no son fuertes y sin la fuerza dejan de existir al instante; son derrotados fácilmente.  

Claro, en el mundo de Johann solo importa él, nada más.

-La fuerza no nos hace existir. – Me quejo.
-Sin fuerza no son nada… como tú. Mírate, no tienes fuerzas contra mí… entonces, es como si no existieras.
-¡Bien, no existo! ¡Me vale, no me importa! ¡Solo quiero que te vayas! ¡Ahora!

Empiezo a tener frio. Mi cabello esta empapado al igual que todas mis prendas. Johann se echa una carcajada y se va, a esa velocidad máxima.  Lo. Odio. Hasta. El. Infinito. Y. Más. Allá.

Mi cuerpo empieza a temblar. Me doy la vuelta y miro mi cama. ¡Está toda empapada! ¿Cómo carajos la secaré?

Ahora que venga Johann y lo haga él. Porque yo no podré. Lo odio.

Mi odio hacia él supera todo su hermoso físico.

False InnocenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora