XXXVII. La Despedida

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Ayer Johann me habló de un diamante. No sé qué carajos habla Johann. ¿Diamante de Sangre? Sólo él sabrá. Sólo espero que de verdad pueda volverme a la vida si no soy la indicada. Hoy es sábado y son las siete de la mañana. Johann ha venido a mí habitación para hablar del Diamante.

- ¿Y, dónde podemos conseguir El Diamante de Sangre?

- El Diamante de Sangre se encuentra en el Valle de Los Muertos. A miles de millas de aquí. Yo iré por el.

- Iré contigo.

- No. Es muy peligroso; no puedes correr peligro.

- Quiero ir.

- Ya dije qué no, Aleesha. Punto.

- Ok.- Digo a regañadientes.- ¿Y cómo es qué El Diamante de Sangre me volverá a la vida?

- Dentro del Diamante hay sangre celestial. Y puede salvar cualquier cosa. Ese diamante es buscado por muchos, pero nadie lo encuentra. Yo seré el primero.— Me siento en mi cama y Johann en la silla de escritorio.

- Ya... ¿Cuándo irás por él?

- Ahora. Dentro de unas horas. Necesito ese Diamante lo antes posible.

Y siento como mi corazón se encoge. ¿Se va ahora, dentro de unas horas...?

- ¿Cuánto tiempo durará el viaje? — Pregunto, un poco preocupada.

- No lo sé. El Valle de los Muertos es una zona mágica y me encontraré con muchas, muchas Criaturas. El Valle de los Muertos es un lugar donde la muerte no existe: Los muertos reviven ahí.

- ¿Dónde se encuentra ese valle?

- Europa, España.

- ¿España? — Susurro.

- España.— Me lo confirma.

- No tienes que hacerlo, Johann, y lo sabes.— Mi voz tiembla.

- Quiero hacerlo. Por ti. Por un «nosotros» del futuro.

Johann se levanta y llega a mí a esa velocidad suya. Me levantó y quedamos frente a frente.

- Sé qué no tienes muy claro lo que sientes por mí. Y, quizás este tiempo que no me encuentre, tú te des cuenta en realidad de lo que sientes.  Quizás algún día llegues a amarme como te amo yo.

- Todo es muy precipitado...

- No, para mí no. Solo te pido, qué en este tiempo que no esté junto a ti, pienses qué hago esto porque te quiero viva, junto a mí. — Me da un beso en la mejía. — Tengo que preparar mi maleta ¿Vienes?

- Claro.— Digo, con un hilo de voz.

Salimos de mi casa y nos vamos a la casa de Johann.  Celeste lee un libro en la sala de estar y ni siquiera levanta la vista cuando entramos. Johann me toma de la cintura y subimos la escalera a una velocidad máxima. Cuando llegamos a su lujosa habitación, se me ha revuelto la pansa y me dan unas enormes ganas de vomitar. Caminamos dentro hasta que llegamos a su bar. Se sirve y de un trago se lo acaba. Luego, toma una mochila de su escritorio y empieza a tomar cosas de todos los estantes. Varitas celestiales, medicina inmortal, orina de duende, un libro de hechizos por sí acaso, un mapa, su boleto para viajar a España, estacas de hierro, madera, oro, plata y de bronce (Que por cierto, jamás había visto) un par de mudadas y por último, mete un cofre donde se supone que es el lugar más seguro para proteger el diamante (Se abre solo con la voz de Johann).

Su maleta está lista. Eso significa... Dios, no quiero ni pensarlo. Johann deja su maleta en la cama y se sienta a la par mía, donde he estado siempre, observándolo. Me toma de la mano y nos miramos.

- Estoy listo. Me duele dejarte pero sé que valdrá la pena.

- Por favor, promete que te cuidarás. — Ruego.

- Lo haré. Por ti.

- Está bien. ¿A qué horas es tu vuelo?

- A las doce. — Asiento.

Johann quería irse a por tierra a España, pero le rogué, le implore que no. Le dije que eso tardaría mucho más tiempo y eso lo convenció. Ahora está listo y son las diez y media. Él me pidió que no lo fuera a despedir al aeropuerto; me lo pidió con una ternura increíble y me convenció.

Nos levantamos y Johann se echa su mochila al hombro. Bajamos a paso normal hasta que llegamos a la sala de estar. Celeste y Anabel están reunidas en la sala de estar, con expresión triste. Saben que es hora.

- Me voy, feas. — Les dice. — Cuidado con las Criaturas. Y manténgala a salvo sino... ya saben. 

Anabel y Celeste lo miran, cierran sus ojos y se concentran.

- Díples sinsetus — Dicen las dos al unísono. — Dúples sensate.

Creo que es una bendición de hechiceros, creo porque el cuerpo de Johann se relaja y muestra una pequeña sonrisa.

- Gracias. — Les dice. — Nos veremos pronto, lo prometo.

Johann ya se despidió de sus hermanas y ahora, entramos al garaje y nos paramos frente a su Lexus.

- Es hora. — Suspiro.

- Lo es. No te quites el brazalete, por favor.

- No lo haré. — Sonrió con tristeza. Johann y yo nos damos un fuerte abrazo. — Ve con cuidado. — Susurro.

- Claro. La distancia no me separara de ti. Te quiero, tonta.

Y con eso, entra a su auto y sale del garaje. Se fue. Y por mí culpa. Una lágrima se desliza por mi mejía pero la borro rápidamente.

Se ha ido, en busca del Diamante de Sangre, sólo por mantenerme viva.

                                                                        FIN

False InnocenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora