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9

Tome mi quinta pastilla sin dejar de tocar mi frente por el dolor. Quería llorar y gritar pero no estaba en el lugar adecuado.

No es mi casa.

—P-papá no puedo—lloré en silencio—no puedo—agarre sus manos—creo que me voy a morir ¡papá! ¡salvame!.

Lloré con el temor que el dolor jamás pare. Y lo abracé intentando buscar seguridad, mi papá es mi todo, es mi ídolo a seguir.

—Hijita no sé como ayudarte—mi padre lloró junto a mi.

—N-nunca me dejes—suplique.

—Jamás dejaría a mi princesa, a la niña que ilumina mis días y me da los animos para seguir con mi vida.

—Eres el mejor papá del mundo entero—admiti con una sonrisa en mis labios.

—Tú eres la hija que todo padre adora y daría su vida para protegerla.

Ambos sonreímos. Y ¡Tada! El dolor desapareció.

Son las dos de la mañana y mi padre seguía a mi lado. Hablamos entre susurros y risitas pequeñas, no queríamos despertar a nadie, y que después sé enteren de mi enfermedad ¡Eso nunca pasará!.

Mi padre se fue a dormir a las tres de mañana a su habitación y yo me dormí.

—¡No sueltes mi mano!.

—¡No lo haré!

Corrían por sus vidas en la calle oscura sin señal de vida alguna. Mantenían sus manos sujetadas.

Ella tenía su rostro ensangrentado.

Por fin alguien habían venido a sacarla de ese oscuro infierno.

Ella sonreía al ver al chico, era su héroe, y agradecía a Dios por mandar a su ángel de la guarda.

Y un disparo acabo con su sonrisa.
La sangre pasaba por la mano de ella.

—¡NO!

Grito desde lo más profundo de su corazón.

Sacudí mis piernas con fuerza intentando huir.

Alguien sostuvo mis brazos.

—¡Despierta!—grito Jeon.

Abrí mis ojos rápido. Mire mi alrededor y volví a llorar.

Jeon me abrazo.

—Tranquila—no dejo de abrazarme—Yo estoy contigo.

Y lloré.

— Gracias—correspondí a su abrazo.

— Mi madre dice que bajes a desayunar que ya es tarde—y se aparto de mí.

Y se fue.

Estúpido.

Gire a ver el reloj.

¡Maldita alarma, nunca me despiertas!

¡Pedazo de chatarra!