Ninguna noche era distinta a la otra, los hombres entraban y salían del salón como si fuera cualquier otro lugar y no lo que realmente era. Yo ya no pertenecía a las "nuevas", podíamos llamar de ese modo a aquellas que se pavoneaban alardeando sus cuerpos voluptuosos entre las mesas como trofeos. Tampoco a las "veteranas", que eran aquellas que llevaban aquí tanto tiempo que casi ni siquiera trabajaban. Sarah tenía selecto un grupo de clientes a los cuales veía bastante seguido, yo era una de aquellas prostitutas vip que, según su criterio, trabajaba poco y era de las mejores pagas. Aquella noche mientras esperaba que Sarah, la madame del salón, me buscara en mi cuarto me bebí media botella de whisky y fumé varios cigarrillos. No acostumbraba a envenenarme de aquel modo por entonces, pero de vez en cuando, afloraba en mí el anhelo por revivir mis años en los cuales descontrolaba mi mente, aunque no hubiesen pasado hacía muchos años, sentía que era algo tan lejano a mí que debía revivirlo de vez en cuando.
Hacía algunos años que estaba allí, tres o cuatro. El lugar no había hecho estragos en mí, por la simple razón de que yo nunca fui una buena chica y no pudo romper algo en mí, básicamente porque ya estaba roto desde hacía tiempo atrás. Siempre causé problemas en casa, consumí drogas, bebí en exceso y estuve en relaciones destructivas, con hombres e incluso con mujeres, (no por ello me consideré lesbiana. Al menos no después de pasado un tiempo después de perder a Lindsay. Tengo toda una teoría respecto a ello, pero mejor no detallar trivialidades como esas). No es que en casa importara demasiado mi vida desastrosa, de hecho, mamá velaba por papá y su alcoholismo desenfrenado que por mi integridad como "buena hija", yo hacía mi vida sin rendir explicaciones a nadie. Me largué cuando mi padre me dio la primera y última paliza, mamá estaba tan sometida que ni siquiera movió una pestaña por detenerme, puede que ella no hubiese aguantado mucho más la vida que llevaba. Yo los abandoné. Lindsay, mi novia en aquel entonces, se suicidó y no tuve a quién recurrir, porque además de mi familia, ella era todo lo que tenía. Después de su muerte, me quedé sola. Así que me metí en el salón "Dest", desde entonces, me dedico a complacer hombres ricachones que no logran satisfacer sus deseos sexuales con sus parejas, o bien no tienen alguna.
Esa noche Sarah me avisó que el señor Wilson vendría en media hora, debía estar lista para él. Aquel tipo venía seguido y pedía por mí habitualmente. Estaba cerca de los 50 años, casado y con dos hijas. Su esposa tenía un amante y él su prostituta favorita, yo. Me pagaba bien, incluso me dejaba propina. Era convencional, sexo normal, de lo más normal que he atendido, pues cuando trabajas de servidora sexual, escuchas muchos fetiches raros, incluso más de los que cualquier persona morbosa imagine. Wilson tomaba alguna copa conmigo y desahogaba sus penas, a veces ni siquiera me tocaba, solo quería alguien que lo oyera. Y, como por ahí dicen, por la plata baila el mono, así que tomaba una copa con champagne o vino tinto, depende lo que él eligiera, y lo oía como si me interesara algo de lo que dijese. Aquel tipo no tenía una vida agradable, incluso lograba sentirme más agraciada que él cuando lo oía hablar con tanta pesadumbre, se sentía como un vacío negro. Yo al menos, lograba apreciar mi esfuerzo por no perderme demasiado en la mierda de un prostíbulo.
—¿Por qué sigues aquí, Sharon? —me preguntó, mientras se vestía esa misma noche. Yo fumaba un cigarro tendida en la cama desnuda, aún.
—Porque no estaría mejor en otro lugar —hablé y solté el humo de mi cigarro. Él se detuvo a mirarme mientras abrochaba su cinturón—. Soy una perdida, las perdidas estamos aquí, Señor Wilson.
—Eres tan joven y linda —se lamentó—, podrías conseguir a alguien que te quiera y te cuide.
—Nadie cuida a nadie —le aseguré—. Tuve muchas personas conmigo, todas ellas me fallaron —incluso Lindsay, quien me incitó a salirme de mi casa y no soportar la violencia. Ella se suicidó y me dejó sola, sin importarle cuánto la amara.
—Hay alguien allí fuera que es para ti, Sharon —me aseguró y sonrió a medias—. Incluso yo tuve a alguien.
—No deseo irme —dije con firmeza y calé el cigarro otra vez.
—Debo irme ya —aseguró mirando su reloj—. Volveré pronto. Adiós, Sharon. Piensa lo que te he dicho.
—Adiós, Señor Wilson —saludé. Él dedicó unos segundos a mirarme allí, acostada, desnuda, fumando en una cama de sábanas blancas, y luego se marchó.
La gente intenta aconsejar a las personas como yo, enderezarlas. Es tan patético. Nadie asegura que nacimos para estar "derechos" y, después de todo, ¿qué es estar derecho? Yo puedo ver como se hunden en sus vidas, incluso más perdidos y tristes que yo, vacíos. Cada uno elige dónde perderse. Yo estoy conforme con mis elecciones. La soledad es lo que vivo plenamente, no tengo a nadie, todos se han ido. Aquí estar sola es mucho más fácil.
Terminé el cigarrillo, me di una ducha en el baño de la habitación y luego de vestirme, salí al bar donde siempre paseaban coqueteando las nuevas a los clientes que bebían alguna copa. Era lo más patético que hacías aquí dentro, siendo nueva te sentías bien con ello, pero cuando salías de aquella categoría y dejabas de mover tu culo entre sus mesas, ahí es donde entiendes qué tan patética podrías verte ahí. Como pidiendo por favor que esta noche paguen por ti. Después de todo, ellos pagarían por cualquiera de nosotras.
—Hola, Sharon —saludó Lucy.
—Hola —respondí tomando asiento en la banqueta a su lado. El barman atendió mi mirada y supo exactamente qué trago preparar.
—¿Qué tal tu noche? —ella estaba en la transición de "nueva" a mi campo. Pongámosla en terreno de la barra, solamente.
—Tranquila —me limité a decir. Ella me sonrió.
—Aquí tienes, Shar —dijo Jules, el barman, pasándome un vaso de whisky.
—No hay demasiado movimiento hoy —afirmó Lucy, era cierto. Había pocas personas en el bar.
—Los días de semana suelen ser así —se entrometió Jules. Yo le di un sorbo a mi bebida.
—Tus clientes siempre vienen —me dijo ella.
—No es que quisiera trabajar todos los días, pero... estando aquí, ¿qué más puedo hacer, Lucy? —cuestioné retóricamente mirándola— Sarah no deja margen de negación cuando piden por mí.
—Ganas bien —insistió ella.
—No es que me importe demasiado —insistí—. Pero, es lo que tenemos, ¿no?
—¡Querida Sharon! —exclamó alguien— ¡Qué sorpresa verte aquí, abajo! —volteé para encontrarme con Sarah.
—Es una noche un poco aburrida —le informé y me encogí de hombros.
—Quizás alguno de los presentes te vea y pida por ti —me alentó. Lucy frunció el ceño, algo celosa. De hecho, si eso pasaba, todas las cazadoras del bar iban a odiarme por "quitarles" trabajo.
—No lo creo —hablé divertida—. Ellos mueren por las nuevas, las que pasean sus culos vestidos por apretados vestidos entre las mesas, cerca de sus ojos y sus manos asquerosas —Jules rió desde atrás.
—Siempre tan simpática —dijo sarcástica nuestra madame.
—Ella tiene razón —afirmó Lucy—. Las nuevas son las preferidas en el bar, Sarah —pude vislumbrar el recelo de aquel comentario, ella se sentía de las nuevas aún. Todos hicimos caso omiso a aquel sentimiento espeso. Era lo que había entonces, ¿qué decir al respecto?
—Es la ley natural, princesas —canturreó ella mientras se marchaba. Reí cínicamente, sin importarme si me oyó o no.
—Maldita perra resentida —mascullé entre dientes y de un solo sorbo terminé mi trago—. Suerte con lo tuyo, Lucy.
Nadie más iba a tocarme, decidí ir a dormir y así lo hice. Al parecer, nadie pidió por mí aquella noche, porque Sarah tampoco fue a despertarme y de haberlo hecho, no hubiese trabajado. Aunque sonara raro, yo seguía siendo dueña de mi cuerpo.
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Pago por Amarte
RomanceSharon, una mujer que decide huir de su vida y prostituirse, se encuentra con un hombre decidido a sacarla de allí. Envuelta en un crimen y con un pasado que no deja de lastimarla, Sharon Williams decide aceptar el dinero de su nuevo amante, porque...