—No entiendo qué haces aquí —le informé quedándome congelada a varios pasos de él.
—Vine a despedirme de tu madre —dijo como si fuera una obviedad—. Estás tan distinta, hija.
—No me llames así —sentencié con los dientes apretados—. No deberías haber aparecido, maldito.
—Sharon, lo...
—Si no te largas ahora mismo llamaré a la seguridad —insistí con la voz entrecortada. Me sentía indefensa, le temía.
—Me encantaría poder hablar contigo, Sharon. Tomemos un café —me ofreció, como si no recordara lo mal que me hizo vivir tantos años de mi vida.
—Es lo último que haría en mi vida. No quiero verte, quiero que te largues. Ya —repetí con severidad.
Henry apareció con prisa, poniéndose a mi lado. Supuse que oyó lo que acababa de decir o que notó la tensión de la escena de solo entrar en el pasillo donde estábamos. Que estuviera cerca de mí era suficiente para sentirme protegida ante aquel despreciable ser que era mi padre.
—¿Todo en orden? —preguntó mirando fijo a Frederic.
—Hola, soy Frederic.
—Y ya se iba —lo interrumpí abruptamente para decir.
Aquel repugnante hombre acató. Después de mirarme unos breves segundos, emprendió su retirada. En ese momento pude recordar lo que realmente venía a hacer. No me sentía lista. Dudo que alguien alguna vez se sienta listo para afrontar semejante golpe de la vida. Henry apoyó su brazo sobre mis hombros, intentando darme las fuerzas suficientes. No las tenía.
—¿Estás bien, Shar?
—No.
—¿Quién era él?
—Mi padre —respondí tajantemente—. Solo quiero despedirme un momento de mi madre, luego podemos irnos.
—Los papeles están en orden. La cremarán mañana mismo —me explicó Henry. Asentí intentando contener las lágrimas atadas al nudo de mi garganta.
Pocas cosas me resultaron tan difíciles como ver a mi propia madre sin vida. Me sentí culpable por alejarme tanto tiempo de ella, por no ser capaz de salvarla de Frederic a tiempo, por dejarla sufrir como si no pudiera hacerme cargo de nada. Tomé el camino fácil, y en el momento de arrepentirme ya era tarde.
...
—Sharon —mencionó Henry mi nombre mientras estábamos acostados en la oscuridad de su habitación.
—Dime.
—Sé que fue un día difícil —me aseguró—, sólo quiero decirte que soy tu apoyo en este momento. Te amo, haría cualquier cosa por mitigar tu dolor.
Lo sabía, mi inconsciente lo sabía. De la única cosa que estaba segura desde hacía ya un tiempo era de poder contar con Henry Taylor incondicionalmente. Aquella noche oír sus palabras hizo que no pudiera evitar llorar.
—No me dejes nunca sola, Henry —susurré apoyándome en su pecho, sus brazos me apretaron contra él.
—Claro que no, nena.
...
Había pasado casi un mes desde la muerte de mi madre, Frederic había intentado volver a contactarse conmigo pidiendo mi número telefónico en la clínica, pero por suerte la política de privacidad era estricta y me consultaron antes de cometer semejante error. Estaba evitándolo, lo último que deseaba en mi vida era volver a verlo.
Henry había insistido hasta el cansancio en que dejara de trabajar en la cafetería y tomara un puesto de atención al público en uno de sus negocios. Después de varios días de pensarlo, acepté. Lucy aún seguía viviendo en el departamento y por lo que intuía, ella y Paul cada día se llevaban mejor.
—No estaré aquí hoy, Shary —me avisó mientras desayunábamos.
—Vale —murmuré sin demasiado interés.
—Hoy sentencian a Sarah —añadió, elevé mis ojos y vi su cara de felicidad. Sonreí.
—Son buenas noticias, Lucy —aseguré—. Me pone feliz saber que has trabajado tanto en esto y realmente funcionó. Todas tendremos justicia.
—Incluso mi dueño tendrá su castigo, Sharon —mencionó un poco más sombría—. Ese tipo que me compró y me vendió como si fuera un mueble pagará lo que le reste de vida pudriéndose en la cárcel.
—Eres libre.
—Eso mismo dijo Paul —reflexionó como para sí misma—. Sé que han terminado mal, pero quería invitarlo a cenar hoy.
—No te preocupes, estaré en casa de Henry —ella me sonrió divertida.
—Claro que sí, no es como si realmente vivieras aquí, ¿sabes? —me encogí de hombros sonriendo.
—Tendrás tu momento, deja de quejarte.
El penhouse de Henry se había convertido más en mi casa que el departamento, eso era cierto. Pero también lo era que adoraba estar con Henry, donde fuera que estuviéramos. Allí era mi lugar. Mientras cocinábamos aquella noche lo admiraba, jamás había esperado que alguien pudiera hacerme sentir a salvo, mucho menos intentar curar todas mis heridas. Pero entonces estaba ese fabuloso y apuesto hombre sonriéndome con su expresión siempre calma, me abrazaba entre sus brazos, contra su pecho, y el latido de su corazón era la melodía que me sumía en la calma.
—Estuve pensando mucho hoy, Shar —me informó sin dejar de cocinar. Estaba picando verduras, ese delantal atado en la cadera se le veía tan sexy.
—¿Piensa, señor Taylor? —pregunté divertida.
—Deberías mudarte conmigo —añadió livianamente—. Me encantaría que vivieras conmigo, todos los días.
—Creí que nunca me lo pedirías —mencioné divertida—. Incluso Lucy se burla de que nunca estoy en el departamento. No es como si fuera un enorme cambio.
—¿Pero aceptas?
—Acepto —respondí mientras él volteaba a verme con una sonrisa en el rostro.
No es como si convivir con Henry me llevara un gran esfuerzo, simplemente podía pasarme días abrazada a su cuerpo desnudo después de hacer el amor.
Estaba tan enamorada que hubiese aceptado cualquier petición que saliera de su boca.
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Pago por Amarte
RomanceSharon, una mujer que decide huir de su vida y prostituirse, se encuentra con un hombre decidido a sacarla de allí. Envuelta en un crimen y con un pasado que no deja de lastimarla, Sharon Williams decide aceptar el dinero de su nuevo amante, porque...