"Horns"

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Desperté temprano, aquellas sabanas se sentían suaves bajo mi piel, sin abrir los ojos disfruté del calor que me proporcionaba la suave manta que me cubría. Deseaba quedarme en cama aquella mañana, pero recordé instantáneamente que estaba en la cama de Henry y abrí los ojos de inmediato para descubrir si seguía en la cama conmigo.
Estaba de pie frente al espejo que daba hacia la cama. Se prendía los gemelos de la camisa mientras me miraba incorporarme en el reflejo. Su cabello estaba húmedo y la colonia invadía el ambiente de la habitación. A través de la mampara la claridad revelaba la escena interior, pero no había sol. Al parecer era un día gris.


—Puedes seguir durmiendo —me ofreció sumido en su tarea—. Le indicaré a Betty que te despierte cuando Paul esté aquí.
—¿A qué vendrá Paul? —quise saber. Mi voz se oyó ronca, estaba afónica.
—A redactar una denuncia en contra del burdel.
—Sarah me hará la vida imposible si la demando, Henry —reflexioné frustrada. Era temprano como para discutir.
—Si no la firmas tú, firmaré yo —me advirtió volteándose para quedar de frente a mí—. Saldremos a almorzar, vendré por ti cerca de las dos. Quiero que veamos departamentos luego.
—Me encargaré de eso yo misma.
—No —se negó—. Y no quiero manipularte, Sharon, pero nos encargaremos de eso juntos. Necesitarás de mi ayuda —suspiré luchando para mantenerme en silencio.
—Bien —acepté después de un momento—. Te veré a la hora de almorzar entonces.


Henry se acercó al borde de la cama y recargándose en sus brazos, depósito un suave beso en mis labios. Incorporándose sonrió como si le divirtiera verme en su cama.


—Hoy podrás vestirte. Bajé tu bolso del maletero —soltó resueltamente. Sonreí poniendo los ojos en blanco.
—Como guste, señor Taylor. Al parecer le encanta mandarme a vestir.


Henry sólo me dedicó otra sonrisa antes de salir de la habitación. Quedó conmigo solo el dulzón aroma masculino de su colonia.
Intenté volver a dormirme, pero sólo pude revolverme en la cama incontables veces, preguntándome qué sería de mí después de que saliera del penhouse de ese millonario con problemas de personalidad y autoestima.
Parecía increíble la manera en que Henry creía poseerme y estar enamorado de mí. Él no lograba visualizar ni aceptar la realidad, yo sólo era una mujer solitaria que me encontraba en su cama por obra y gracia del dinero. Una mujer que no sabía amar, que sólo sabía recibir a cambio de dar.
Me vestí antes de que Betty fuera a buscarme, comenzaba a aburrirme allí dentro. Esperaba que Paul apareciera pronto al menos para charlar con alguien, y mientras desayunaba en la cocina mi deseo se hizo realidad, aunque fue Stella quien se apareció.


—No sabía que habías regresado —confesó dejando sus llaves sobre la mesa. Elevé mi mirada y aguardé a que atacara—, ¿estás bien? Parecías enojada anoche cuando te vimos salir.
—Estoy bien. Gracias —respondí con cuidado de usar el tono y las palabras correctas.
—Sé que no amas a mi hermano, Sharon —mencionó sentándose frente a mí—. Es difícil enamorarse de Henry, ninguna de sus exnovias fue capaz y lo entiendo, créeme. Es un tipo exasperante.
—A veces lo es —admití suavemente. Stella sonrió de lado.
—Pero no es que él no valga la pena —me corrigió autoritariamente—. Henry ha pasado por muchas cosas horribles, a veces tiene miedo de que todo se le salga de control.
—Tal vez el problema sea ese, Stella.
—Mira, Sharon, yo no soy ni seré tu amiga —vaticinó mientras yo le daba un sorbo al café—. Mi hermano es grande y sabe exactamente lo que hace, sólo quiero que sepas que no es nada agradable ver como le rompen el corazón a la persona que más amas en el mundo.


Dicho eso, la muchacha de cabellera rubia abandonó la silla y se adentró en la que supuse era su habitación.
Las palabras de Stella resonaban en mi cabeza. Qué habría sido tan difícil para Henry, no creía que hubiera algo más duro que ver a la persona que amas muerta, por decisión propia, como me sucedió con Lindsay.
Nuevamente las imagenes volvían nítidas a mi cabeza. Su rostro pálido, sus ojos extraviados en la inmensidad del vacío, su boca abierta en un suspiro y la quietud fría de la muerte. Nunca podría olvidarme de su rostro cuando la encontré sin vida. Jamás.
Jamás podría volver a confiar en alguien de aquella forma.

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