"This is what makes us girls"

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Eran casi las 4 de la madrugada cuando el avión aterrizó. Busqué mi equipaje y cuando salía del aeropuerto dispuesta a tomar un taxi que pagaría con los últimos billetes de mis ahorros, Stella sostenía un cartel con mi nombre entre las personas allí fuera.
No pude evitar sonreír ante la escena. Vestía pijama y un tapado negro hasta las rodillas, su cabello desarreglado y traía lentes oscuros, probablemente no veía lo suficiente como para encontrarme. Me acerqué sin saber qué esperarme de ella.

—¡Por fin! —exclamó arrollando la hoja de papel— Estaba congelándome.
—No tenías que venir a buscarme.
—Con que me digas gracias es suficiente, Sharon —me explico fastidiada—. Vamos al carro, tengo un plan para que Henry regrese a tus brazos.
—Stella no...
—Al menos sube al auto, estoy congelada —insistió.

Accedí, fuimos a su auto, puse las maletas en el baúl y subí luego en el lugar del copiloto. Con la hermana pequeña de Heney Taylor no se sabía qué deparaba el destino. Era una mujer impulsiva, aparentemente jamás aceptaba un no como respuesta y yo ya no tenía ganas de jugar.

—Mira, quizás te sientas culpable, pero fui yo la que me puse en este lugar —dije mientras ella comenzaba a conducir—. Acepto que tu hermano no quiera verme.
—Pero yo no —me explicó—. Todo esto sucedió por la infeliz de Anna. No puedo dejar que lo arruine todo otra vez.
—Creo que Henry puede vivir sin mi, Dtella. De hecho, creo que es lo mejor ella sonrió, aún sin mirarme.
—¿Y tú qué harás? —aquella pregunta me tomó desprevenida.
—Buscar un empleo —fue lo primero que pude responder.
—Yo sé que Henry te mantuvo estas semanas, Sharon. Siempre lo sé todo. Puedo devolverte el favor si necesitas dinero, tú has protegido a mi hermano este tiempo —ella era tan directa que por momentos era maleducada.
—No quiero más dinero de ustedes, Stella. Fue suficiente —sentencié con seguridad.

El departamento seguía sintiéndose desconocido. Vacío. No quería quedarme allí, pero no tenía opciones por ahora. Eran casi las 5 de la mañana, no tenía planes ni nada por hacer. Me acosté en la cama, toda aquella habitación me recordaba a Henry.
Extrañaba nuestras charlas en el Ritz, las cenas en la cama, las noches durmiendo abrazados. Jamás solía ser tan sentimental, no recuerdo haber extrañado a alguien además de Lindsay, hasta que comencé a extrañar a Henry.
La había cagado. Cuando me acosté con Paul, jamás pensé que me arrepentiría de ello. No acostumbraba a arrepentirme de los tipos que me follaba, quizás porque solía ser mi trabajo. Pero sí lo hacía con Paul Miller, me arrepentía con todas mis fuerzas.

El teléfono me despertó. Lo tomé con desesperación, aún recién despierta tenía la esperanza de que Henry me llamara. Pero al ver quién era me sorprendió aún más.

—Lucy —hablé al atender.
—Hola, Sharon. Es un alivio que me respondas —me aseguró. Se oía apagada.
—¿Estás bien?
—No —dijo rápidamente—. Sarah acaba de echarme de Dest. No tengo a dónde ir. No quiero que me busquen, Shar. No puedo seguir viviendo así.

Lucy era la otra cara de los prostíbulos. Pertenecía a la trata de mujeres, estaba esclavizada. Un tipo la compró y la hacía trabajar para Sarah. Si bien ella siempre intentaba hacer lucir que no le afectaba tanto, todas sabíamos lo que las víctimas de trata sufrían. Yo sabía lo que Lucy sufría.

—Si llega a enterarse que estoy fuera, él va a matarme. Necesito tu ayuda, Shar.
—Te enviaré mi dirección, Lucy. Ven a casa —le indiqué rápidamente.
—¿Estás sola? —preguntó temerosa.
—Sí, no te preocupes por eso. Estoy a salvo, puedo ayudarte.
—Está bien. Llegaré lo antes posible.

Casi una hora después, Lucy golpeaba la puerta del departamento. Preparé un desayuno que pudiera reanimarla, café y tostadas, mermelada y jugo de naranja. Seguramente ella estaba cansada después de una larga noche.

—No sabes lo difícil que se puso ese lugar, Sharon —me informó mientras bebíamos café.
—Sarah debe estar insoportable.
—La denuncia hizo que la policía viviera encima de nosotras —me explicó brevemente—. Anoche se enfureció conmigo porque no quise hacer más servicios. Estaba agotada, me dolía el cuerpo, no podía más. Me dijo que si no obedecía iba a echarme, porque sabe que eso es peligroso para mí. Si él se entera me matará —ella jamás era capaz de nombrar a su dueño. Nunca.
—Debes denunciar, Lucy —reflexioné—. Es la única manera de que seas libre. Debes hacerlo.
—Estoy en peligro —insistió con la voz cortandosele, iba a llorar.
—No si yo puedo ayudar —insistí.

Paul podía ayudar, el testimonio de Lucy era lo que necesitábamos. Pero no podía acudir a él por encima de Henry. No quería arruinar aún más las cosas, pero también sabía que el señor Taylor no iba a escucharme. Ni siquiera querría verme cuando llegase de París.

—¿Desde cuándo estás aquí, Shar? —preguntó mirándome fijo. Ella siempre lucía tan inocente.
—Desde que salí del prostíbulo —no supe qué más decirle. No quería hablar de Henry.
—¿Sigues prostituyéndote?
—No —respondí rápidamente—. Alguien me ayudó a salir y a instalarme. Tengo cubiertos un par de meses aquí, debo conseguir un empleo.

Los ojos marrones de Lucy me miraban curiosos. Sabía que se moría por preguntarme quién era, pero tal vez leyó en mi rostro que no quería hablar de él, porque en vez de hablar, volvió a concentrarse en el desayuno.

—Puedes quedarte aquí, Lucy. Te ayudaré a salir de esto, lo prometo.
—Gracias, Shar. Siempre estaré en deuda contigo.

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