"Miss nothing"

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Entré al bar, casi no sentía el cuerpo a causa del frío y el cansancio. Jules se sorprendió al verme, así que se acercó a mi desde su lado de la barra.


—¿Estás bien, Sharon? —asentí mirándolo.

—¿Has visto a Sarah? —pregunté sin responder explícitamente su anterior pregunta.

—Estaba aquí hace unos minutos.

—¡Shar! —exclamó Lucy acercándose deprisa— No supe nada de ti, ¿dónde estabas?

—Presa —respondí sin demasiada emoción—. Salí hace unas pocas horas.

—¿Cómo saliste? —dijo mirándome desde cerca. Esa muchacha a veces era desesperante, pero era lo más cercano a una amiga que tenía después de Verónica.

—Henry Taylor pagó la fianza.

—¿Por qué regresaste? —susurró Lucy acercándose a mí, como si quisiera que nadie la oyera— Es tu oportunidad de irte.

—Nadie me retiene aquí, Lucy —era algo que no todos entendían—. Debo hablar con Sarah.


Caminé a través del corredor de la parte posterior del burdel. Toqué la puerta de la oficina de la madame y sin esperar respuesta me adentré en su oficina. Al verme entrar su rostro dejó ver la sorpresa que significaba mi presencia.


—Sharon —murmuró incrédula—, ¿has salido?

—Pagué la fianza —le expliqué.

—No puedes estar aquí —sentenció poniéndose de pie—. Estás fuera, cariño. El contrato lo deja en claro, ningún tipo de conflicto legal es aceptado.

—Eres una desagradecida —mascullé mirándola fijo—. Te has llenado de dinero gracias a mí y ni siquiera fuiste capaz de declarar a mi favor. Tú sabes que no maté a Eric Wilson.

—No puedo entrometerme. Es mi negocio —me recordó con liviandad—. No soy tu amiga, Sharon. Creí que lo habías entendido hacía tiempo.

—Puedo joderte la vida si lo deseo, Sarah —le advertí con la voz cargada de enojo—. No tienes idea de lo que soy capaz.

—¿Qué harás, borrega? Si sólo eres una sucia prostituta —me retó con aire despectivo—. Intenta destruirme y verás tú con quién te has metido.

—¿Estás segura de que vas a echarme? —quise saber. Ella sonrió volviendo a sentarse.

—Junta tu mugre y lárgate, puta del demonio —ordenó. Sonreí levemente—. Muérete de hambre en la calle, como antes de que llegaras aquí.

—Ya veremos quién se muere de hambre, Sarah Furman —siseé entre dientes.


Salí de su oficina intentando mantener la calma. Esto no iba a quedarse así, podía asegurarlo. Me metí en la que era mi habitación, saqué la maleta con la que había llegado hacía un par de años y sin especial cuidado empecé a meter en ella mis pocas pertenencias. Un poco de ropa, algunos zapatos, mis perfumes, dinero que tenía guardado y unas viejas fotos que llevaba en un cofre junto con unos aretes de perlas que en algún momento le pertenecieron a mi abuela.

En medio de mi partida, Lucy entró a la habitación. Se quedó de pie, sin creer lo que estaba viendo.


—¿Te echó?

—Sí. Me voy ahora mismo —le expliqué cerrando la maleta. Al voltear vi la consternación reflejada en su rostro—. No te preocupes, Lucy. Estaré bien.

—Pero no tienes dónde ir —reflexionó. Era cierto, ni siquiera podía regresar a casa de Henry. Me encogí de hombros.

—Conseguiré algo. Tengo un poco de dinero.

—Te daré mi número de teléfono, para que me llames.

—No tengo un teléfono —le recordé. Nunca lo había necesitado, no tenía nadie con quien comunicarme. Lucy sonrió de lado.

—Siempre eres tan rara —susurró acercándose al buró. Tomó un delineador de ojos y en un pañuelo descartable garabateó un conjunto de números—. Llámame, para lo que necesites, Shar. Soy tu amiga —sonreí levemente agarrando el papel.

—Aunque seas una pesada, voy a extrañarte —confesé, sin rodeos Lucy me apretó entre sus brazos con fuerzas—. Te ayudaré a salir de aquí —susurré en el abrazo—, lo prometo.

—Oh, no me hagas llorar —me pidió separándose—. Vamos, te acompañaré.

—Primero le dejaré un recuerdo a Sarah —dije sonriéndole con la malicia.


Caminamos por el pasillo hacia el bar, arrastraba la maleta a mi lado. Algunas mesas tenían gente todavía, Jules estaba recargado sobre la barra con sus codos. Aprecié el lugar donde estuve las noches de los últimos tres años de mi vida, quizás extrañaría ese olor a cigarro y alcohol, la música de los altavoces y el sonido de la seducción, las risas, los flirteos.

Encaminé mis pasos hacia mi amigo barman, quien de solo mirarme sabía qué servirme.


—¿Te vas? —preguntó mirando mi maleta.

—La echó —respondió Lucy.

—Pero primero tengo un pequeño regalo para Sarah —le informé.


Me subí sin dificultad en una de las banquetas junto a la barra, me senté en el mármol frío y me deslicé hacia el lado en que Jules siempre se encontraba. Ambos me miraban atentamente cuando me dirigí a la estantería de atrás, donde reposaban inertes las botellas de whisky y licores. Elegí deliberadamente las más caras y las dejé apartadas sobre la barra.


—¿Vas a llevártelas? —quiso saber Jules. Volteé mi rostro hacia él y le sonreí.

—Dile a Sarah que te amenacé con un cuchillo para que me las dieras.


Impulsándome con mis brazos sobre el mármol, me quedé de pie en la barra y con mi rostro lleno de una expresión satisfactoria tomé la primera botella y la arrojé con fuerzas hacia la ventana más cercana.

El ruido, los cristales y la bebida volaron por los aires causando que el pánico se instalara dentro. Todo mundo corría en dirección contraria a las ventanas, pensando que se trataba de algo grave. Deliberadamente y disfrutando de tirar el dinero que Sarah hacía con mi cuerpo, estrellé otras cinco botellas rompiéndole los cristales de sus cinco ventanas que daban a la calle.

Lucy me miraba más consternada que antes cuando me bajé de la barra. Besé su mejilla rápidamente, le sonreí a Jules, quien no podía contener la risa y salí corriendo del bar mientras arrastraba mi maleta.

Media cuadra más abajo lo divisé, Henry esperaba recostado cómodamente en la puerta de su automóvil. No podía desacelerar el paso, no quería que Sarah volviera a verme.


—¿Qué demonios haces aquí?

—Sube al auto —me indicó mirando la maleta—. Hace frío y es tarde, al menos por hoy quédate en mi casa.


Volteé al oír el murmullo de gente salir del bar. Sarah saldría pronto y no quería que me viera. Debería irme con Henry de cualquier manera, no tenía dónde ir, era tarde para alojarme en cualquier hotel y si mi antigua madame me encontraba iba a asesinarme. Volví a mirar al hombre frente a mí, él sonrió divertido.


—Estás en problemas —dedujo. Sonreí divertida.

—Vámonos antes de que alguien más me vea.

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