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El día amaneció gris, como si fuese un preludio de lo que iba a ocurrir, pero ninguna de las Russell lo tomó como una mala señal. Al fin y al cabo era normal en esa época del año que el cielo parisino estuviese encapotado. No sería de extrañar que en algún momento del día lloviese. Las tres mujeres se subieron al carruaje que las estaba esperando a la puerta de su alojamiento para llevarlas al Louvre, donde, según les había prometido Desdemona, el señor Viktor Liebermann les estaba esperando para hacer un recorrido guiado por la colección del museo francés. Siempre era interesante conocer un museo a través de los ojos de un verdadero experto, tal y como afirmaba ser el señor Liebermann. El Conde de Devon estaría muy contento y orgulloso de saber esta visita.

Tras un rato charlando acerca de sus planes para esa tarde, entre los que se incluían visitar varias tiendas de decoración, el carruaje se paró. En cuanto Desdemona salió, vio al que sería su guía ese día esperándoles en la puerta del museo. Las tres mujeres se acercaron, con Lady Virginia a la cabeza. Puede que el día anterior Desdemona y ese hombre hubiesen tenido una presentación informal y, por lo tanto, del todo inadecuada, pero ella hoy no iba a permitir lo mismo.

– Condesa de Devon, un placer y todo un honor poder servirle hoy a usted y a sus maravillosas hijas como guía de este museo. Un humilde arqueólogo como yo jamás habría podido imaginarse semejante privilegio– dijo Liebermann mientras besaba el dorso de la mano de la Condesa.

– Oh, señor Liebermann, el placer es nuestro. Mi querido marido, el Conde, disfrutaría muchísimo de esta visita, pero lamentablemente se encuentra en Londres. No sé si mi hija le comentó que pertenece al Consejo del British Museum– comentó la Condesa con el pecho henchido de orgullo.

– Su marido, el Conde pertenece a toda una institución, Condesa. Es de sobra conocida por todos la increíble labor que realizan. ¡Espero estar a la altura de las circunstancias!

– Por supuesto. Mi hija ya me explicó ayer que usted es todo un experto en la materia.

– Llevo más veinte años dedicando mi vida a la arqueología, así que sí. Humildemente me considero un experto. Por favor, síganme– les indicó con un brazo a la sala que tenían que pasar, donde, tras reunirse en torno a una escultura, comenzó su explicación. Sala tras sala les enseñaba las obras allí expuestas, proporcionándoles todo tipo de datos. Fechas, periodos artísticos, comentarios sobre el material y técnica empleados, y anécdotas. – Así que para determinar quién era mejor artista entre los dos griegos, se celebró un concurso. La leyenda cuenta que Zeuxis pintó unas uvas tan reales que unos pájaros se acercaron a picotearlas, ante el asombro del público, que daba por vencedor a Zeuxis. El pintor le pidió a su oponente Parrasio que corriera la cortina de su pintura para revelar su obra. Ante el estupor de Zeuxis, esa cortina era la obra de Parrasio. Se vio obligado de esta forma a aceptar la victoria de Parrasio frente a él, pues si bien él había engañado a unos pájaros, Parrasio le había engañado a él, un artista.

– ¡Oh! ¡Qué anécdota tan divertida, señor Liebermann! No me puedo creer que llevemos toda la mañana escuchándole hablar. Se expresa de tan buena forma que no se hace nada aburrida la visita.

– Muchas gracias, Condesa. Ha sido todo un placer y privilegio haber recorrido hoy el museo con tan agradable compañía.

– Señor Liebermann, entonces ¿no se sabe nada de la mítica ciudad de los Jardines Colgantes?– preguntó Desdemona. La visita la había subyugado, pero en concreto la explicación del arqueólogo de esa ciudad desaparecida, como borrada de la Historia, había causado en ella una tremenda curiosad.

– Lamentablemente no. Son muchos los estudiosos que nos dedicamos a intentar hallarla, pero mucho me temo que, debido a la zona en la que se puede encontrar, haya sido cubierta por completo por arena. Todo siempre dando por hecho que la ciudad alguna vez existió y no es producto de una fantasía que ha llegado hasta nuestros tiempos.

– Quiero creer que de verdad existe, señor Liebermann. ¿Podría recomendarme alguna lectura sobre el tema?

– Por supuesto, será un placer.– sacó un cuaderno y lápiz del interior de su redingote. Cuando tuvo la lista de lectura escrita, se la tendió a Desdemona, que la cogió agradeciéndole la ayuda.– Le incluyo mi dirección, para que me escriban con todas las dudas que tengan.

– Tenga por seguro que le escribiremos en cuanto le contemos al Conde la maravillosa visita, Señor Liebermann. Ha sido todo un placer pasar la mañana con usted.

Tras despedirse formalmente del arqueólogo, las tres mujeres abandonaron el museo. Era la hora del almuerzo y tenían que recuperar fuerzas para las compras de la tarde.

LA PUREZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora