El haber vaciado su estómago, hizo que Desdemona se sintiese mejor. Aún así, el mareo que notaba era constante. A pesar de estar tumbada en la cama de su camarote, podía sentir cada movimiento del barco. No era la primera vez que se montaba en un barco, pero sí que era la primera vez que se mareaba y tantísimo. Cuando salió corriendo de la cubierta, dejando solo al caballero, lo único en lo que pensaba era en llegar a su camarote para poder vomitar en la intimidad. Esperaba que el hombre no se hubiese dado cuenta de su malestar, y el motivo de su huida. Vomitar una caja de galletas de mantequilla era algo que una señorita educada como ella jamás debía hacer.
Era curioso, reflexionó que cuando más alejada geográficamente estaba, más se acordaba de ella, de su madre. De su insistencia a la hora de seguir las normas de educación, de lo que podía y no podía hacer. Sentía que todo lo que su madre se había empeñado en que aprendiese, se había clavado en lo más profundo de su ser más fuerte de lo que ella creía, como las raíces de un árbol.Sabía que, por mucho que intentase librarse de todo su madre estaría ahí siempre, en su corazón.
En el fondo no quería olvidar nada de lo que su madre le había enseñado. Hacerlo sería como olvidarla a ella. Tampoco podría olvidar todos los libros que había leído, pues sería olvidar a su padre. Y el sabor de la comida, el olor de su casa, las risas de sus hermanas, los colores del jardín trasero según la estación del año, los nervios de su madre, las miradas inquisitivas de su padre, las preguntas románticas de Joyce, la melancolía de Emilia, la calidez de Bibiana. El amor a su familia, ese inmenso e infinito amor jamas lo olvidaría.
Los ojos se llenaron de lágrimas, que salieron a borbotones. Echaba tanto de menos a su familia. Acurrucada en la cama, Desdemona lloró durante horas y horas. Si fuese posible, en ese preciso momento volvería con ellos. Verlos una última vez, aunque fuese un segundo. Daría la vida por ello. Lo único que le quedaba era el recuerdo de la familia a la que una vez perteneció. ¿Por qué había renunciando a ellos? Había sido tan estúpida, tan necia el creer que la promesa de una ciudad era mejor que su familia. Valoraba ahora tanto aquello a lo que había renunciado por un estúpido sueño. Sí esa ciudad existía, ya sería descubierta por alguien. ¿Merecía la pena perderlo todo por un sueño? No estaba segura. Las lágrimas se secaron en su rostro mientras dormía.
Cuando se despertó, se sintió descansada, a pesar de haberse quedado dormida vestida y sin haberse movido apenas. Había dormido profundamente y eso le había aclarado las ideas y despejado la mente. Asumió lo que había hecho, y lo que ello implicaba. De nada valía ya lamentarse. Cierto era que echaba terriblemente de menos a su familia, pero si algo le habían inculcado, era que uno tenía que ser responsable de sus decisiones. Y si ella había decidido ir a un desierto a encontrar las ruinas de una ciudad, eso haría. Esperaba poder volver algún día con su familia y que ellos la perdonasen. Era consciente de lo mucho que estaba pensando, analizando en si había hecho lo correcto o no, cuando tenía que asumir que ya daba igual, porque lo había hecho y no podía borrarlo. Encontraría esa ciudad y así su familia podría estar orgullosa de ella.
De nuevo, el rugido de su estómago le indicó que tenía que comer algo. Miró por el portillo y dedujo que ya sería de noche. ¿Habría cenado ya la gente? Trató de arreglarse lo más rápido posible, tal vez aún no era tarde y podría comer algo. Sino, tendría que esperar al desayuno del día siguiente. Los ruidos que su estómago emitía le indicaron que no podía esperar, que tenía que comer algo decente. Y las galletas que tenía en su equipaje no serían suficiente. Cuando salió de su camarote comprendió que tal vez no era tan pronto como ella creía. A diferencia de cuando había llegado, los pasillos del barco estaban en completo silencio. Horas antes los pasillos estaban llenos de gente, cargados con maletas, entrando y saliendo de los camarotes. Se escuchaban gritos de alegría, llamadas a familiares y niños corriendo. La excitación y nervios por la pronta partida llenaban el ambiente. De eso ahora no quedaba nada. La calma después de la tormenta.
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LA PUREZA
Historical FictionLa joven Desdemona Russell tiene una sola pasión: la arqueología. ¿Quién iba a decirle que su pasión la llevaría a buscar un tesoro perdido en medio de un desierto? Lo que Desdemona desconoce es que cuanto más se acerca a su objetivo, mayor es el pe...