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– ¿Significa eso que padre viene a París? ¿Cuánto puede tardar en llegar? ¿Cuándo escribió la carta?– preguntó ansiosa Joyce.

– Joyce, hija, esos nervios. Contrólalos, no es propio de una señorita de tu estatus mostrarse tan nerviosa. Por la fecha de su carta, calculo que llegará en dos o tres días. Tenemos tiempo para seguir comprando tranquilas, no os preocupéis. – las hermanas se miraron mientras Lady Virginia se arreglaba el vestido. Por supuesto, su madre solo pensaba en seguir comprando.– ¡Qué travieso es el destino! Llevo años rogándole a vuestro padre que me acompañe a París y por fin lo he conseguido. Podremos ir a la ópera, dar paseos por Champs-Élysées... ¡Oh, Desdemona! Deberías escribir al señor Liebermann. Seguro que a vuestro padre le apetece una visita guiada como la nuestra.

– Madre, por el contenido de la carta, dudo que padre tenga tiempo para hacer actividades turísticas.– comentó Desdemona

– Tonterías. Después de veinticinco años de matrimonio vuestro padre y yo estamos por fin a la vez en París. No voy a desperdiciar semejante oportunidad porque un hombre despechado haya decidido huir y su familia sea incapaz de localizarle. No es el primero y no va a ser el último. Los jóvenes tendéis a pensar que sois los únicos a los que os pasan las cosas. Y no, señoritas, no sois tan especiales.

Las hermanas supieron que, por mucho que su padre se negase, iba a tener que atender los deseos de la madre. Del modo contrario no le dejaría avanzar en su investigación. Su madre podía llegar a ser muy testaruda y, si era necesario, saboteaba el resto de planes para que fuese el suyo el que triunfase sobre el resto. De esto estaban conversando esa noche bajo las sábanas de la cama de Desdemona.

– Desi, ¿tú te acuerdas de ese tal William? ¿Es atractivo, como dice Lady Amelia?

– No recuerdo muy bien su aspecto. Era alto y diría que con bueno porte. Como Lady Amelia indica en su carta, nada más entrar en el salón de baile, el Baron Astley le avasalló y no le soltó en toda la noche, excepto para que bailase con su hija. Le vi un par de minutos desde la distancia, pero no recuerdo su rostro. Esa noche había mucha gente y fue de los pocos bailes en los que no me pude negar a bailar en toda la noche. Si me cruzase hoy con él en la calle, no sabría que era él.

– ¿Sabías que madre quería emparejarte con él?

– No, no lo sabía, pero no me sorprende. Madre ha querido emparejarme con todo noble que ha entrado por la puerta. Contigo hará lo mismo. Puede que ya lo esté haciendo, moviendo sus hilos como una araña teje su tela.

– ¡Qué horror!– Joyce se cubrió el rostro con la sábana.– ¿Crees que, como dice madre, Sir William ha huido por despecho? ¡Sería terriblemente romántico! Ir a un lugar exótico después de que rompan tu corazón en mil pedazos.

– Eso significaría que Sir William tiene corazón.

– ¡Qué mala, Desi! ¿Cómo puedes decir eso de él si no te acuerdas ni de su cara?

– Oh, Joyce querida. Llevo pocos bailes, pero puedo decir sin equivocarme que cuanto mayor sea el rango de un hombre, más pequeño tendrá el corazón. Aquellos de nuestra clase social que lo tienen es más por un error de la naturaleza. A veces pienso que solo los pobres pueden encontrar el amor. Nosotras estamos destinadas a casarnos con alguien de nuestro rango. Da igual si nos amamos o no. Si es viejo o joven. Si es guapo o, por el contrario feo y le huele el aliento. Todo eso da igual. Lo importante es hacer un matrimonio ventajoso para ambas partes.

– Desi, ¿por qué dices eso? ¿Acaso has visto algo...?- Joyce miró inquisitiva a su hermana.

– No, nada. Me he dejado llevar por el cansancio de todos estos días. Madre es infatigable cuando hay compras de por medio.

– ¿Seguro?

– Si, si. Apaga ya la lámpara, quiero dormir ya.

Cuando la oscuridad invadió la estancia, ambas hermanas se quedaron pensando. Joyce sabía que a su hermana le pasaba algo. O le había pasado algo. ¿Tal vez se había fijado en algún hombre y este la había ignorado y casado con otra muchacha? En tal caso, podía entender la desilusión de su hermana. Lo único que deseaba es que Desi encontrase el amor en la siguiente temporada. Sabía que eso era algo complicado y más en el ambiente por el que se movía, dónde la posibilidad de que un hombre y una mujer mantuviesen más de dos conversaciones que no girasen en torno al tiempo o algo superfluo era complicado. Se conformaba con que su hermana encontrase un hombre que la comprendiese, que no era poco. Que la respetase y dejase seguir leyendo libros como lo hacía su padre. Sus amigas comentaban que a algunos hombres no les gustaba que sus esposas leyesen más allá de revistas de moda, novelas románticas y lo básico para mantener una conversación sin ser catalogadas como incultas.

Mientras Joyce se sumergía en el mundo de los sueños pensando en el futuro esposo de su hermana, esta seguía despierta. Tal vez había sonado demasiado amargada. Llevaba un par de temporadas presentada en sociedad, pero a ella le parecía que hubiese pasado toda una vida. Toda su vida. Odiaba tener que acudir a bailes a la caza de marido. Odiaba observar como algunas madres e hijas creaban situaciones vergonzosas para forzar matrimonios. Odiaba bailar. Odiaba los pesados e incómodos vestidos que tenía que ponerse en esos bailes. Pero la búsqueda de un marido no se limitaba a esos bailes. Dar paseos por Hyde Park, tomar el te con respetadas y aburridas mujeres de la alta sociedad, los aburridos juegos de jardín de las fiestas que organizaban esas respetadas mujeres... Todo era extremada y rematadamente aburrido. Prefería quedarse en su casa leyendo tranquila que pasar horas de pie, para volver a su casa con los pies doloridos e hinchados. Desdemona consideraba que el matrimonio no recompensaba todo ese esfuerzo realizado. Lo único que podría hacerlo sería casarse con algún hombre destinado a un país exótico. Prefería ser picada por millones de mosquitos antes de vivir una aburrida vida en Londres. Sabía que si se casaba con un aburrido Lord inglés, su vida seguiría siendo la misma que ahora, con la diferencia de que estaría casada. Si se casaba lo haría con alguien que introdujese algún cambio en su vida, porque para seguir igual, prefería permanecer soltera.

Envidiaba a Sir William. El había podido huir de la sociedad británica en busca de aventuras, como ella quería. Aquella noche en el baile no le dio la impresión de ser un hombre aventurero, pero se ve que se había equivocado por completo. De todas formas, ver a alguien de lejos unos minutos no era lo más correcto a la hora de crearse una imagen sobre esa persona.

¿Dónde se encontraría Sir William ahora? Tal vez había proseguido su viaje hacia la India. Si fuese ella, habría ido en busca de la mítica ciudad de Babilonia. Sería una aventura maravillosa. Andar por el desierto, conocer una ciudad tan misteriosa y atractiva como Bagdad... ¡Oh, quién fuera hombre para vivir esa experiencia! Jamás podría visitar la lejana ciudad, se tendría que conformar con leer sobre ella. Tal vez su padre la dejase comprar las lecturas que el señor Liebermann le había recomendado. Su madre se había negado en rotundo, aduciendo que era mejor que emplease ese dinero en comprar cintas o algún sombrero. Si seguía leyendo tanto, acabaría por tener que llevar lentes, le había dicho en más de una ocasión. Su madre podía llegar a ser tan exasperante. Todo en su vida se reducía a casar a sus hijas, a que estas fuesen perfectas ante una sociedad dispuesta a criticar el más mínimo error. Quería evitar que fuesen la comidilla de la gente y que por ello no pudiesen casarse.

Desdemona estaba cansada de todo. De su madre, de la sociedad, de los vestidos, de los bailes, de no poder comer todo lo que quisiese por mantener una delicada figura, de no poder leer lo que quisiese, de no poder ser ella. Tal vez debería hacer como Sir William. Coger sus cosas y fugarse a un lugar lejano. Aunque implicase matar a su madre de un disgusto. Una sonrisa traviesa apareció en su rostro. Sería un escándalo tan grande que ella huyese como Sir William. Le encantaría hacerlo y poder ver la reacción de su madre al enterarse. Necesitaría varios botes de sales antes de volver a la realidad. Y después estaría durante días bebiendo tilas. Podía escuchar en su mente como diría que sus nervios acabarían con ella. Con esos pensamientos, se quedó dormida.

Cuando horas más tarde Joyce se despertó para regresar a su dormitorio, vio la gran sonrisa en el dormido rostro de su hermana. ¿Con qué estaría soñando? ¿Con un amor secreto? 

LA PUREZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora