En Constantinopla, Martin pensaba que Desdemona iba a colapsar cuando pusieron pie en Inglaterra, pero desde que se habían bajado del barco en Marsella y durante todo el viaje atravesando Francia, la muchacha pareció recuperar su ánimo. Comenzó a comer de nuevo, poco a poco. Cuando la miraba, le recordaba uno de esos pajaritos que se ven en los parques, ingiriendo miga a miga. Según recuperaba el apetito, su ánimo volvía. El viaje en tren de Bagdad a Constantinopla lo pasó en un estado casi catatónico, y el trayecto en barco lo pasó nerviosa, hasta que consiguió llorar. El único momento en el que vio un poco de brillo en sus ojos fueron los dos días que pasaron en Constantinopla. Tal vez esos días había olvidado todo aquello por lo que estaba pasando. Reconocía que había sido una inconsciente cuando partió a Bagdad, sin saber nada de la ciudad, ni de la cultura. Quería creer que una señorita educada como ella, que nunca había pasado penurias, no veía el mudo como algo peligroso. Era digno de admirar que una persona pudiese permanecer tan ajena a los problemas del mundo, pero probablemente todas las mujeres de su clase social se encontraban en la misma situación que ella.La noche en la que los muchachos celebraron el hallazgo de Babilonia, aunque ninguno comprendiese la importancia de tal hecho, uno de los soldados explicó a todo aquel que quisiese escucharle que aquella joven que se encontraba con el capitán era la que les había llevado hasta ahí. Sin ella, no estarían ahí ahora. Martin observó cómo entre Burroughs y la muchacha había cierta tensión, como si sus cuerpos quisiesen una cosa, que su mente les negaba. Cuando la chica se levantó y salió como un vendaval de la sala, Burroughs se quedó pensativo. Varios soldados le instaron a que se uniese a la fiesta, pero el hombre se negó, aceptando un vaso de vino que alguien le dio. El hombre parecía confundido, sin dejar de mirar la puerta por la que Desdemona había salido minutos antes.
– ¡Capitán!– exclamó uno de los soldados– ¡Usted está enamorado de la jovencita!
El resto de hombres estallaron en carcajadas, silbando y aplaudiendo, mientras el pobre hombre se sonrojaba y les ignoraba bebiendo de su copa. La llegada de Faraday puso fin a las risas, que gritó para que se callasen y dejasen al pobre hombre tranquilo. Recuperaron el ánimo en seguida, brindando juntos por Babilonia, por las mujeres que les esperaban en sus hogares, y por las prostitutas que calentaban sus camas hasta entonces. La fiesta continuó hasta altas horas de la madrugada, con soldados quedándose dormidos en cualquier parte. Fue un milagro que ninguno de los prisioneros escapase esa noche.
Martin vio como Burroughs y Faraday salían de la sala. Estuvo tentado de seguirles, pero un compañero le llenó la copa, retándole a bebérsela de un trago. Con varias copas encima, en cuanto se terminó la copa, cayó en redondo. Cuando se despertó horas más tarde, un soldado le avisó del estallido de la revolución. Salió al patio, donde los soldados, algunos de ellos todavía borra los, buscaban las chaquetas de sus uniformes y sus armas. Por fortuna, él no había perdido nada en la fiesta. El sol ardía. Ese maldito país, si no les mataban los rebeldes, les mataría el calor. ¿Cómo podía vivir la gente en semejante lugar? Se quedaba mil veces antes con los días eternos de lluvia de su querida patria, antes que morir asado como un cochino. Divisó la figura de Burroughs, que salía al patio para que saber a qué venía tanto escándalo y trompetas. Corriendo, a pesar de no haber intercambiado nunca ninguna palabra, se dirigió a él para explicarle la situación. Alguien tenía que hacerlo y tal vez eso le aportase alguna recompensa. Lo que Martin no se esperaba es que el capitán iba a pedirle que huyese con la muchacha, dejando al resto atrás.
Sin perder tiempo, fue en busca de un dromedario. Esos animales eran asquerosos, escupiendo a la mínima posibilidad. Estaban tan sucios que las moscas revoloteaban alrededor de ellos, que no reaccionaban ante nada. Pocos minutos después estaba subido a lomos de una de esas bestias con una bella señorita como compañía. La chica hizo todo el camino callada, sin asimilar todo lo ocurrido. Probablemente se habría dado cuenta de que no volvería ver a Burroughs y por eso estaba en ese estado.
No creía que el resto de los soldados tuviese posibilidades de escapar, pero tampoco quiso decírselo a la joven. Bastante estaba ya sufriendo. En Constantinopla le confirmaron que los rebeldes habían atacado a su tropa y que las comunicaciones se habían perdido por completo, por lo que no sabían quiénes habían sobrevivido. Habían tenido suerte cogiendo ese tren, pues los rebeldes fueron cortando todas las vías de escape. Aún cuando hubiesen sobrevivido al ataque, salir de esa olla hirviendo iba a ser imposible.
Miró a Desdemona, durmiendo en el carro que habían tomado días antes y que les llevaba a Londres. Una pena que una muchacha así lo perdiese todo. Era inteligente y bonita, pero eso no bastaría a su clase social, que la rechazaría de pleno. Demasiado independiente para su futuro marido. Sabía que temía que su familia la repudiase, por lo que le sugirió que llegasen a su casa de noche, cuando Londres durmiese. Ante cualquier escándalo, nadie les vería. No había querido preguntarle qué pensaba hacer en ese caso, pero sospechaba que la muchacha tenía un plan trazado. Tal vez se fuese a Irlanda o Escocia para ser institutriz. Ni siquiera el reconocimiento de haber encontrado Babilonia le quedaría, pues hasta que la situación en Bagdad no se estabilizase, tal hallazgo no se podía hacer público. Y aunque se pudiese anunciar al día siguiente en todos los periódicos, Martin sospechaba que pondrían que había sido todo mérito del valeroso e inteligente ejército británico, obviando la realidad. Que había sido una señorita hija de un noble la que había hecho al descubrimiento.
Cuando el carruaje se paró delante de lo que hasta meses antes había sido el hogar de la muchacha, Martin la despertó suavemente. El viaje había terminado.
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LA PUREZA
Исторические романыLa joven Desdemona Russell tiene una sola pasión: la arqueología. ¿Quién iba a decirle que su pasión la llevaría a buscar un tesoro perdido en medio de un desierto? Lo que Desdemona desconoce es que cuanto más se acerca a su objetivo, mayor es el pe...