Introducción

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Una perla de sudor resbaló desde su frente, descendiendo por su níveo cuello. El calor del sol, que no daba tregua y un cielo sin ninguna nube provocaban que la joven inglesa se sintiese a punto de desfallecer.

- Este calor es insoportable- murmuró Desdemona retirándose con el antebrazo el sudor de su rostro.

-Ya estamos llegando- comentó con voz tranquila el joven que la guiaba a través del desierto. El camello sobre el que iba cabalgando se movía entre las dunas como un pez en el agua. Los primeros días del viaje se sintió agotada. No estaba acostumbrada a cabalgar tantas horas, y su cuerpo agradecía las horas de sueño. Poco a poco Desdemona se acostumbró al movimiento del animal, ese balanceo tan diferente de los caballos que ella montaba en Inglaterra. Su cuerpo se adaptó a la silla de montar, si bien todavía no lo había hecho al clima del lugar.

Llevaban días andado entre dunas, racionando el agua y evitando cualquier tipo de animal que pudiese provocarles alguna herida mortal. Aunque a tantos kilómetros alejados de la civilización cualquier accidente podía ser mortal. A veces se preguntaba porqué demonios había decidido lanzarse a esa aventura, tan lejos de su querido hogar y de su país. Aunque cuando lo hizo jamás se habría imaginado la cantidad de infortunios e imprevistos a los que se enfrentaría.

Se obligó a si misma a centrarse en el presente, en el tortuoso camino y el esperado descubrimiento. Desde que había descifrado el documento original en persa antiguo había sentido que la carrera por hallar la legendaria ciudad de Babilonia había comenzado. Sabía que había más gente interesada en llevarse el mérito de localizar los restos de una ciudad ya perdida en el tiempo. Griegos, romanos, e incluso en la Biblia hablaban de aquel lugar como algo mitológico. Una ciudad que sucumbió a su propio poder hasta acabar en ruinas y olvidada. Solo el interés arqueológico era lo que había provocado desde hacia unos años la curiosidad por saber si realmente Babilonia había existido.

Lo último que sus informantes antes de partir de Bagdad le dijeron de su principal contrincante, el arqueólogo prusiano Viktor Lieberman, era que todavía no había sido capaz de descifrar el supuesto documento que le llevaría a Babilonia. Desdemona deseó que, aunque hubiese logrado traducir el persa antiguo a alemán, las indicaciones de este fuesen erróneas. No sería la primera vez que un documento proveía información falsa.

En ese momento ante sus ojos apareció lo que parecía del todo increíble. La mítica ciudad de Babilonia. Una ráfaga de viento arrancó su sombrero, que salió volando en dirección a la ciudad. Todavía extasiada ante el hallazgo, Desdemona se bajó del camello corriendo a por su tocado. No podía dejar que semejante hallazgo se produjese sin llevar sombrero. Lo tomó del suelo. Al levantar la mirada, admiró la puerta de entrada a la amurallada ciudad. Se sentía como una hormiga ante semejante despliegue arquitectónico. Era una puerta mucho más magnífica de lo que ella jamás se había imaginado. Una lágrima de emoción recorrió su mejilla.

Entró en la ciudad sin pensar mucho en su seguridad. Quería absorber la mayor cantidad de información antes de relatar su hallazgo. Sabía que en cuanto el mundo supiese la existencia de Babilonia, esta dejaría de ser suya para ser de todos. Quería conservar esa imagen para ella sola por siempre. Cuando llegasen los arqueólogos la abrirían en canal para conocer los misterios que ocultaba, pero hasta entonces Babilonia se le ofrecía solo a ella.

- Mi nombre quedará siempre unido a esta ciudad gracias a usted, lady Russell- el inconfundible acento germano de Viktor Liebermann la devolvió a la realidad. Detrás de ella estaba el maldito prusiano con una socarrona sonrisa. Ese maldito la había estado siguiendo desde a saber cuándo. Miró a su joven guía que apartó la mirada de ella. El había sido el traidor. Había depositado toda su confianza en él, para ser traicionada de esa manera.

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