- Joyce, necesito que me ayudes con mamá- pidió Desdemona a su hermana pequeña esa noche. Desde que había regresado al hotel, no había dejado de darle vueltas al asunto. Cuando llegó, su madre todavía continuaba haciendo recados, por lo que pudo refugiarse en la tranquilidad su dormitorio y reflexionar sobre todo el asunto, pero cuando regresó, exigió que sus dos hijas la acompañaran a pasar por una de las hermosas avenidas parisinas. Desdemona tuvo que renunciar a su plan, y aplazarlo para el día siguiente. Esa noche no pudo dormir por la excitación de lo que pretendía hacer al día siguiente.
¿Estaría creando una fantasía a partir de unas cartas abandonadas en un cajón durante cincuenta años? ¿Realmente, por azares del destino, había dado con la clave para localizar la ciudad perdida de Babilonia? Sonaba tan absurdo. Cualquier persona a la que se lo contase le diría lo improbable que era que unas cartas olvidadas en el cajón de un anticuario ya fallecido revelasen algo que ni los mejores investigadores de la Historia habían logrado.
Tal vez se estaba emocionando mucho, pensando que ella podría traducir lo que cincuenta años antes un traductor no había podido. Pero tenía que intentarlo. Sabía que de no hacerlo, se estaría preguntando todos los días de su vida qué podría haber ocurrido. Y sabía que no podría vivir con esa duda.
Releyó por centésima vez ese día la correspondencia entre el Coronel y Madame Caroline. Tal vez había algo que se le había escapado, que revelase que todo aquello era una farsa creada por el anticuario o sabe Dios quién. Una fecha que no encajase, un lugar que no existiese. Algo.
Extendió las cartas en orden cronológico sobre su cama. Las fechas entre ellas tenían sentido. Algunas se habían enviado tras recibir una respuesta de la dama y otras, tras realizar importantes avances, antes de que llegara la respuesta de Madame Caroline. En una de las últimas misivas, el Coronel transcribía el texto en el que, supuestamente, el general sumerio revelaba la localización de Babilonia. Pedía a Madame Carolina ayuda en la traducción, pues el intérprete que él había contratado para realizar tal labor no podía traducir ciertas palabras que indicarían la posición exacta. Las últimas misivas del Coronel se limitaban a preguntar a la dama francesa acerca de los avances. Por lo que Desdemona entendió, la mujer, tras recibir el texto sin traducir, había dejado de contestar al Coronel. Tal vez había buscado a alguien que interpretase las misivas, pero al encontrarse con el mismo problema que el Coronel, su interés había desaparecido, dejando al Coronel sin respuestas.
Desdemona cogió entre sus manos la carta con el texto sin traducir, mirándolo fijamente durante unos minutos. Pegó el papel a su frente, como si así su cabeza pudiese interpretar las palabras de ese General sumerio, muerto hacía siglos. ¿Sabría ese General la importancia que, cientos de años después, sus diarios iban a tener para la Historia? Daba vértigo pensar que una acción tan banal como escribir un diario tuviese tamaña importancia en el futuro. Si alguien leyese su diario mil años después, ¿qué pensarían de ella?
La joven soltó un hondo suspiro. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Seguir su instinto e intentar traducir el texto? ¿Dar a su padre la correspondencia que el anticuario había guardado? ¿Olvidarse de todo? No, eso si que no. Babilonia ya estaba en su cabeza, en cada rincón de sus pensamientos, corría por sus venas. Su corazón parecía latir diciendo "Babilonia, Babilonia, Babilonia.".
En el fondo lo sabía. Sabía que tenía que ser ella quien lo tradujese. O al menos intentarlo. Por lo que el señor Liebermann había dicho, no podría ser tan complicado, gracias a los avances que se habían producido en ese campo. Tal vez confiaba mucho en sus capacidades como intérprete, capacidades que nunca había empleado antes. Lo peor que puede pasar es que pierda una mañana entre libros, reflexionó Desdemona. Saber que tenía más que ganar que perder fue lo que la impulsó a pedir ayuda a su hermana.
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LA PUREZA
Historical FictionLa joven Desdemona Russell tiene una sola pasión: la arqueología. ¿Quién iba a decirle que su pasión la llevaría a buscar un tesoro perdido en medio de un desierto? Lo que Desdemona desconoce es que cuanto más se acerca a su objetivo, mayor es el pe...