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Siguió los pasos del hombre a través de los pasillos. No había nadie más y aquel hombre no tenía pinta de darle ninguna explicación, por lo que Desdemona aprovechó el camino para admirar la edificación. Parecía que se encontraban en uno de los edificios de Babilonia. ¿Tal vez el palacio? A pesar de los cientos de años que habían pasado, el lugar estaba intacto. Mucho polvo y arena, pero intacto. Cualquier arqueólogo desearía estar en su lugar, andando por esos pasillos abandonados desde hacía siglos. Había sido ella la que lo lograse. Una señorita inglesa que había recorrido un continente, arriesgado su vida por la promesa de un sueño. Aún no se lo podía creer. Ya daba igual que pasase, ella había sido la primera persona en cientos de años en poner un pie en esa ciudad. Y nada ni nadie le podría arrebatar ese triunfo.

Una agradable brisa fue la señal de que se acercaban al exterior. Una sala con columnas daba paso a un enorme patio. Se percibían puertas que conducían a ese inmenso espacio, como si este fuese el corazón del lugar. Desdemona ardía en deseos de explorar el lugar, de correr entre las columnas, de bailar en una de las salas, de ver las estrellas desde ese patio.Estaba ya atardeciendo cuando salieron al exterior. ¿Cuánto tiempo había pasado desmayada? Probablemente horas. El dolor de cabeza había remitido un poco, pero sabía que la herida que tenía tardaría en desaparecer.

Cuando llegaron al extremo del patio, entraron en una sala vacía similar a la que ella había estado. El hombre le hizo un gesto para que esperase ahí y se fue en una dirección diferente a la que habían venido. Mientras lo hacía, pensó en su situación. ¿Estaba en peligro? ¿O por el contrario había sido salvada de Liebermann? ¿Qué había sido de él? ¿Le habían atrapado? ¿Quiénes eran aquellos soldados que habían aparecido de repente? ¿Qué querían de ella? Se acordó de Ibrahim, ese traidor. ¿Por cuanto la había vendido? ¿Unas monedas? Entendía que probablemente las necesitaba más de lo que ella se podía imaginar, pero había depositado su confianza en él. Por él estaba ella ahora ahí, esperando en una sala a encontrarse con sabe Dios quién.

Los gritos de Liebermann resonando en el patio hicieron que se girase para ver qué ocurría. El hombre que había aparecido poco después de ellos en la entrada de Babilonia arrastraba al arqueólogo, que se quejaba a gritos del maltrato al que estaba siendo sometido. Intentaba hacer valer su relación con la monarquía para que le soltasen. Por respuesta, el desconocido se reía.

– Espere aquí, con la señorita– Liebermann fue despedido a la misma habitación en la que se encontraba Desdemona, que tuvo que apartarse para evitar chocarse con el prusiano. El hombre la saludó con un gesto y sin decir nada se marchó. Tal vez eran ensoñaciones suyas, pero la muchacha podría jurar que el hombre había sonreído con burla al salir de ahí.

Liebermann se incorporó del suelo, sacudiéndose el polvo de su traje. Al verla, su rostro pasó del miedo a la furia.

– ¡Usted! Por su culpa estoy aquí, con esos animales. ¡Yo! Viktor Liebermann, siendo tratado como un saco de patatas. Me van a oir. Tengan por seguro que Su Majestad Federico Guillermo III se enterará de estoy y tomará represalias. Esto no va a quedar así– el hombre posó su mirada en Desdemona y la observó con disgusto– Maldita niña caprichosa. No podía quedarse en su casa, bordando, ante la mirada de sus padres, como cualquier joven tonta de su clase. Tenía que frustrar mis planes y quedarse con lo que me pertenece.

– ¿Disculpe? Yo a usted no le he quitado nada– Desdemona no pudo evitar estallar. Ese hombre había arruinado su viaje, empeñado en conseguir algo de lo que ella no tenía conocimiento– No me acuse de ladrona, cuando no lo soy.

– ¡Babilonia!– gritó descompuesto el hombre– Me ha quitado esta ciudad y sus tesoros. Esto me pertenece a mí, y no a usted. ¡A mí!– se tiró al suelo y cogió un puñado de arena que lanzó a Desdemona– Llevo años detrás de cualquier información que me llevase a hallar esta ciudad. Años detrás de pistas falsas, de pagar a gente para que me soltase mentiras, de buscar en los peores sitios. Y ha tenido que ser usted quién me haya arrebatado mi triunfo. Una estúpida joven que no sabe ni distinguir el periodo Clásico griego del Helénico. Es usted una vergüenza para los investigadores como yo. No sé ni cómo acertó a traducir sola el diario de ese general.

– ¿Cómo sabe usted que...?

– Porque la investigué, estúpida. Seguí sus pasos en todo momento. Nuestro primer encuentro fue del todo fortuito. Una maravillosa casualidad, a pesar de las horas que tuve que aguantarlas a usted y su simple familia. Con esa verborrea constante y esas preguntas que cualquier niño sabría responder. Pero en cuanto supe quién era su padre, me propuse seguirles. Tal vez él o alguna de sus cenutrias hijas me llevaba a descubrir algo, cualquier cosa. Y así fue. Encontraron los papeles que ese anticuario tenía escondidos desde hace años. Sabía que el muy desgraciado escondía algo y que nunca me lo iba a dar. Lo que no me esperaba es que usted fuese a abandonar a su familia con tal de encontrar esta ciudad.

– Yo no he abandonado a mi familia– murmuró Desdemona con disgusto.

– No son esos los rumores que corren por Londres. Todo el mundo cree que usted se fugó con un joven francés de baja clase social. Su familia ha caído en desgracia por no saber usted sujetar sus faldas– la voz de Liebermann sonaba rabiosa, a la vez que disfrutaba de darle las noticias de los infortunios y vejaciones a los que su familia estaba siendo tratada– Su padre va a ser expulsado, si es que no lo ha sido ya, de todas las sociedades a las que pertenece. Su madre sufre ataques continuos de ansiedad y se pasa el día llorando. Sus hermanas jamás podrán ser presentadas en sociedad, por lo que vivirán recluidas. Más les valdría meterse a monjas. Tanto dinero invertido en usted, para acabar siendo una fulana más– sin pensar en lo que estaba haciendo, Desdemona abofeteó al arqueólogo con todas sus fuerzas, que dio unos pasos hacia atrás por el impacto.

– Eso ha tenido que doler– el hombre que había arrastrado a Liebermann por el patio les estaba observando como si disfrutase de la escena, con una amplia sonrisa en su rostro– No tenemos tiempo para más dramas. Síganme. El Capitán les espera.

El hombre movió la mano con elegancia para que Desdemona pasase primero y empujó al prusiano a continuación. Este perdió el equilibrio y cayó sobre sus rodillas.

– Levántate, no tengo paciencia– comentó el hombre, dando una patada suave a Liebermann. Este gruñó mientras se incorporaba.

Caminaron por un pasillo largo, escuchando el ruido de sus pasos y quejas de Liebermann. Aquel sitio tenía que ser enorme, para caminar durante tanto tiempo sin encontrarse a nadie. Llegaron a otra sala en la que había un regimiento de soldados reunidos. Charlaban y reían alegres, como celebrando un triunfo. El hallazgo de Babilonias, pensó Desdemona. Al verles llegar, hicieron un pasillo para dejarles pasar. Desdemona miró la cara de esos hombres, buscando alguna respuesta a cualquiera de las miles de preguntas que se agolpaban en su mente, pero estos habían vuelto a sus asuntos, ignorando al pequeño grupo, que seguía avanzando a través de la sala. De repente, Desdemona se paró. En el extremo de la sala, sentado ante una mesa llena de papeles estaba la persona que menos esperaba encontrarse.

William S. Burroughs.

LA PUREZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora