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Como venía siendo costumbre en los últimos tiempos, Desdemona se despertó sin saber dónde se encontraba. El dolor en la herida de la cabeza le recordó que se encontraba en Babilonia. ¡Babilonia! El día anterior, por su encuentro con Burroughs no había podido apreciar el lugar, caminar por sus calles, asombrarse por su belleza. En definitiva, no había sufrido el síndrome de Stendhal que pensaba que iba a sufrir. Todo por un hombre. Pero ya había aprendido que nunca jamás había que dar preferencia a un hombre antes que a un hallazgo arqueológico. O antes de cualquier cosa. Los hombres, o más bien Burroughs, siempre iba a estar en el última posición de sus prioridades. Si es que alguna vez el hombre llegaba a esa lista.

Esa mañana era diferente. El sol brillaba, como era habitual en ese país, pero estaba vez no había tenido que despertarse antes de las cinco de la madrugada para cabalgar en un dromedario por el desierto durante horas. Ni Burroughs, ni Liebermann, ni nada ni nadie iba a impedir que ella, la persona que había hallado esa ciudad perdida en el tiempo, pudiese disfrutar de la ciudad. Ya podría llover, granizar, nevar, sufrir otro golpe de calor, ese día Desdemona disfrutaría de Babilonia. Si los soldados de Burroughs habían celebrado la noche anterior el hallazgo, esa mañana lo haría ella.

Estiró su vestido lo mejor que pudo con las manos. Tras haberlo llevado en el camino por el desierto, haberse caído con él tras recibir el golpe, y haber dormido con él, el vestido no tenía el mejor aspecto del mundo. Estaba polvoriento, con el bajo sucio de barro y lleno de arrugas. Pensó en el aspecto que tendría ella. Un desastre, seguro. No sabía si la falta de espejos era un alivio, o si por el contrario era una tortura. Para curar la herida de la pedrada, le habían abierto el peinado, sin llegar a deshacérselo, dejando un agujero en su peinado. Podía imaginar que su cabello tenía peor aspecto que su vestido. El peinado medio deshecho, enredado y abierto para que la herida no se infectase. Un nido de cigüeñas tendría mejor aspecto.

Se soltó el recogido e intentó peinárselo con los dedos. Tenía enredones casi desde la raíz. Mechón a mechón intentó deshacer ese desastre, pero sin la ayuda de un peine esa tarea iba a ser casi imposible. En ese momento, Burroughs entró en la habitación. Al ver a la joven con la cabeza doblada hacia un lado, con el triángulo del hombro y el cuello despejados, peinándose como podía el cabello, enrojeció. Se giró, dando la espalda a Desdemona, que le miraba con curiosidad. ¿Tan mal aspecto tenía para que el hombre se girase nada más verla?

– Disculpe, me olvidé de que no tiene puerta– comentó todavía de espaldas. Desdemona se extrañó ante el comentario del hombre. Ninguna de las estancias tenía puerta, ¿por qué iba a tenerla la suya? ¿Para qué iba a necesitar intimidad para desenredarse el cabello?

– Puede girarse, no me importa que vea como intento peinarme– el hombre se giró y soltó un grito de horror al verla. Desdemona estaba sentada en la cama y había cambiado de posición. Ahora tenía la cabeza hacia delante, cayéndole la melena hacia delante, como un espectro recién salido de una tumba. La joven no pudo evitar reírse, echando su cabeza hacia atrás y recolocándose el pelo como podía.

– En fin, tendré que dejarlo suelto hasta que consiga un espejo– Burroughs seguía mirándola como si hubiese visto una aparición– He pensando en visitar hoy los alrededores.

– No, no puede– respondió secamente el caballero, que comenzaba a salir de su trance.

– ¿Disculpe?– eso tenía que ser una broma. Desdemona le estaba informando, no pidiendo permiso. Ella había sido quien había descubierto el lugar, no él–  No le estoy pidiendo permiso, le estoy informando.

– He mandado a varios grupos a explorar las ruinas, a ver el estado. Puede ser peligroso, alguna piedra puede desprenderse. Esto lleva siglos sin población, no sabemos el estado en el que se encuentra la ciudad.

LA PUREZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora