– Usted– acertó a decir Desdemona– Es usted- quería acariciar su rostro, comprobar que no estaba soñando.– Señorita Adams, un placer volver a vernos– respondió sonriente el caballero, como si la estuviese esperando– No pensaba que nos encontraríamos tan pronto.
Desdemona estaba clavada en el suelo, sin poder mover ni un solo músculo. ¡Era él! El hombre que venía a robarle sus horas de sueño cada noche. El hombre al cual llamaba en sus fantasías. ¡El! ¿Qué hacía ahí? ¿Cómo la había encontrado?
– ¿Por qué...?– la muchacha estaba tan asombrada por la repentina aparición del hombre que se había quedado sin palabras. Burroughs se acercó a ella con una cálida sonrisa.
– He venido a buscarla. Sabía que estaba en peligro y he venido a salvarla.
– ¿Cómo...?
– ¡Por Dios! ¿Eres tonta o qué?– exclamó Liebermann a sus espaldas– Es un Capitán del ejercito. ¿No ves su uniforme? Y ha frustrado mis planes por su culpa. No sé cómo una burra como tú pudo traducir el diario del General.
Desdemona parpadeó un par de veces. Efectivamente, Burroughs ya no iba vestido con uno de los elegantes trajes que había usado en el viaje a Constantinopla, sino que llevaba un uniforme militar. Seguía sin entender porqué estaba él en ese edificio recién descubierto con un montón de soldados. Pero sí que entendió que Liebermann la estaba insultado.
– Tan burra no seré cuando he llegado aquí antes que usted– la carcajada del hombre que les había guiado hasta esa sala retumbó por la habitación. Por unos momentos los soldados que estaban ahí les miraron, para recuperar en seguida sus conversaciones, ignorando la escena que se estaba desarrollando ante sus ojos.
– Liebermann, técnicamente no soy Capitán. Es un mote que aquí mis queridos compañeros– dijo moviendo la mano mientras señalaba a los soldados– me han puesto. Una especie de broma. En realidad soy un enviado especial de Su Majestad– añadió mirando a Desdemona.
– Sé quién eres. ¿O crees que no sé que llevas tiempo detrás de mis pasos? He tratado por todos los medios borrar cualquier rastro mío, no sé cómo has podido encontrarme– Liebermann estaba enfurecido. Su pelo, que siempre estaba peinado, estaba ahora desordenado, como un montón de paja tirado sin orden. Los ojos le brillaban por la furia que desprendía. El traje lleno de polvo solo añadía un toque de patetismo a la siempre impecable imagen del arqueólogo– Alguien de tu posición debería dedicarse a vaguear en su casa y no ha arruinarnos a los que nos buscamos la vida como podemos.
– ¿Aunque eso implique robar?– la pregunta de Burroughs era del todo irónica.
– ¡Yo no robo!– gritó el arqueólogo. Tal era su furia que el compañero de Burroughs tuvo que tirar de él hacia atrás, como si fuese un perro. Como respuesta, el arqueólogo se agitó en su posición, desordenando aún mas su cabello.
– ¿Le parece más adecuado que diga que comercia con objetos de alto valor histórico en el mercado negro?– Liebermann se quedó en silencio– Ya veo. Faraday, llévate al comerciante este fuera de aquí. Ya hablaremos luego con él y sus compinches.
El hombre que en todo momento había permanecido detrás del grupo, se acercó a Liebermann y con un empujón le puso en marcha. Cuando salieron de la sala, Burroughs miró a Desdemona con una sonrisa, como si nada hubiese ocurrido.
– Señorita Adams, ¿está usted bien? Espero que no le duela la cabeza. Me dijeron que le dieron un buen golpe– se acercó a ella. Sus manos se dirigieron a su cabeza, dónde tenía la herida, pero en el último momento decidió retraer los brazos y colocarlos tras su espalda.
– ¿A qué se refería Liebermann cuando ha dicho "un hombre de su clase?– Desdemona seguía en la misma posición que cuando había visto al hombre. Estaba todavía procesando lo que acababa de ver y oír.
– ¿Disculpe?– el caballero se peinó el cabello con una mano, como si estuviese nervioso.
– Liebermann ha dicho que un hombre de su clase debería dedicarse a vaguear en su casa. ¿A qué clase se refería?– la muchacha le miró fijamente a los ojos. Esos ojos. Había olvidado la intensidad de su color. Incluso en esa habitación oscura Desdemona sentía sumergirse en un océano al observar la mirada del hombre que tenía delante de ella.
– Tenemos mucho que hablar. Y aquí hay muchos oídos. Sígame– los soldados empezaron a abuchear a su Capitán, viendo como este y Desdemona salían de la estancia para dirigirse al patio. Ahora se perderían el reencuentro entre la pareja. Una pena, dado su aburrimiento. Por esa noche tendrían que conformarse con los juegos de cartas.
En el exterior ya era de noche. Durante un rato ninguno dijo nada. Caminaron en silencio por el patio, cada uno concentrado en sus pensamientos. Desdemona contemplaba el cielo estrellado, preguntándose quién era en realidad ese hombre. Si estaba al servicio de Su Majestad, tenía que ser alguien importante. ¿Sabía quién era ella en realidad? Recordó las veces que se rió de ella, de sus insinuaciones acerca de su supuesta identidad. ¡Pues claro que lo sabía! Sabía que ella estaba mintiendo, que nunca había estado entre monjas, que no era una institutriz. Y aún así, dejó que continuase con su mentira, como si le hiciese gracia ese juego en el que ella mentía y él fingía creer sus mentiras.
No pudo evitar soltar un bufido. Ese hombre se había reído de ella en su cara. ¿Y qué había hecho ella? ¡Pensar en él! ¡Soñar con él! Era idiota. Seguramente la carta que le escribió era para burlarse de ella. Había caído en la trampa más antigua, cuando él había escrito que no olvidaría ni su voz, ni ojos, ni nada de nada. ¿Cómo podía haber creído que una persona a la que conocía de hace cuatro días se iba a enamorar de ella? Su vida no era uno de las novelas románticas baratas que leía su hermana Joyce. Si nadie se había fijado en ella en los años que llevaba de debutante, ¿por qué lo hizo él? ¿Que quería él de ella? Por Babilonia. El sabía a dónde se dirigía ella y tal vez pensó que la forma de que se lo dijese era enamorándola. ¡Había sido tan estúpida! Por supuesto que alguien como Burroughs no se iba a fijar en alguien como ella. Era absurdo.
El caballero observó a Desdemona. Por la expresión de su rostro se imaginó que en esos momentos no pensaba nada bueno de él. ¿Qué conclusión había sacado ella de toda la situación? Sería gracioso escuchar la locura que se le había ocurrido para explicarse a sí misma lo que había sucedido. No pudo evitar que una sonrisa surgiese en sus labios. Por desgracia, ese fue el momento elegido por la joven para mirarle. Al ver su tonta sonrisa, la muchacha soltó un suspiro de desesperación y se separó de él.
– Aléjese de mí. Ya caí una vez en sus huecas palabras, y no lo volveré a hacer– Desdemona comenzó a caminar en dirección a la puerta por la que rato antes había salido. No pensaba permanecer ni un segundo más cerca de ese cretino. Notó como él la agarraba del brazo, impidiendo que avanzase. Le miró con ira, y él se carcajeó. ¿Tan graciosa era la situación para Burroughs?
– Señorita Adams, entiendo por su actitud que no quiere conversar esta noche conmigo, pero me imagino que tendrá hambre después de tantas horas sin ingerir alimento. Además, dónde se dirigía usted no hay nada. Será mejor que volvamos con el resto, a estas alturas seguro que ya tienen la cena preparada. Luego uno de mis soldados le acompañará a su dormitorio.
La sola mención de comida recordó a Desdemona la cantidad de horas que llevaba sin comer y beber. Tenía la garganta seca y el estómago le rugía. Se tragó su orgullo y siguió a Burroughs al interior del edificio.
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LA PUREZA
Historical FictionLa joven Desdemona Russell tiene una sola pasión: la arqueología. ¿Quién iba a decirle que su pasión la llevaría a buscar un tesoro perdido en medio de un desierto? Lo que Desdemona desconoce es que cuanto más se acerca a su objetivo, mayor es el pe...