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Unas semanas antes...

Había llegado a Bagdad hacia unos días tras un largo viaje atravesando toda Europa. Toda una aventura que nunca se habría imaginado capaz de realizar ella sola. El calor del desierto era insoportable para Desdemona, acostumbrada al frio clima inglés. Jamás pensó que una de las cosas que peor llevaría del viaje sería ese calor extremo. La ropa se pegaba a su cuerpo húmedo por el sudor, aunque no hiciese ningún movimiento. Tal vez después de un tiempo su cuerpo se acostumbraría al calor de Bagdad, pero hasta entonces solo podía abanicarse.

La cantidad de capas de ropa que llevaba tampoco ayudaba ni a aliviar su calor ni a facilitarle la movilidad. Su rígida educación inglesa propia de una señorita hija de un conde le había impedido en un principio despojarse de la más mínima ropa, pero tras un par de días viendo que era imposible avanzar al ritmo que tenía pensado debido a su ropaje, optó por desprenderse de varias de las capas de falda que le ayudaban a conseguir volumen en la falda. Al principio se sintió desprotegida e indecente. ¿Qué dirían en Londres si la viesen así? ¿Qué diría su madre si la viese así? Tras una hora caminando, pudo notar que se sentía menos cansada que los días anteriores debido a la reducción de peso. Se sentía liviana, lo cual la hizo llegar a considerar el eliminar más capas de su atuendo, hasta casi acabar como algún personaje de las novelas de Jane Austen.

Sonrió pensando que, aunque lo hubiese sabido, nada ni nadie le habría podido impedir que dejase las comodidades de su hogar en Londres en pos de ir a Persia a buscar tesoros olvidados por la humanidad. Amaba demasiado la arqueología y la historia antigua como para limitarse a ser una mera espectadora ante los magníficos descubrimientos y hallazgos que se estaban realizando en los últimos años.

Desde pequeña se colaba en la biblioteca de su padre, el conde de Devon, en busca de libros que devorar. El conde formaba parte del consejo del British Museum, así como de varias sociedades históricas, por lo que su biblioteca contaba con cientos de libros referentes a la Historia. Desdemona quería viajar a sitios lejanos, vivir aventuras y la mejor forma de poder hacerlo hasta que fuese mayor era a través de los libros. Leyó a los clásicos griegos, Ilíada y Odisea, los diarios de viaje de Marco Polo y todo aquello que tratase sobre viajes. El querer saber más acerca de los sitios que los protagonistas de sus libros visitaban, provocaron que se acabase interesando por la historia de esos lugares. Leyó sobre Egipto, Roma, Mesopotamia, China y demás países. Pero fue Persia la que la enamoró. Tal vez fue el producto de leer novelas románticas ambientadas en aquel lugar que parecía tan lejano, o ver los cuadros de Jean-Auguste-Dominique Ingres, un maravilloso pintor francés que había retratado lugares secretos como los harenes. Fue delante de un cuadro del francés cuando Desdemona se prometió a si misma con trece años que algún día visitaría ese país tan mágico y descubriría todos sus secretos.

Los años fueron pasando, Desdemona fue presentada en sociedad sin ningún éxito. Su padre era un conde sin problemas financieros, con una buena imagen en la sociedad británica, ella había recibido una esmerada educación. Sabía tocar el piano, pintar paisajes siguiendo la moda del momento y hablar francés. ¿Qué había fallado?, se preguntaba su madre. La respuesta era sencilla, ella misma saboteaba sus encuentros con los hombres que mostraban interés en ella. Fingía tropezar y vertía sobre ellos su bebida, hablaba demasiado sobre temas de los que una señorita no debería hablar, o comentaba algún defecto del caballero en voz alta. Tras ser oída por todo el salón de baile decir que el aliento del heredero del condado de Sandwich apestaba, Desdemona se ganó la buscada fama de insolente e intratable. A partir de entonces las invitaciones a bailes se fueron reduciendo ante la desesperación de su madre, que quería que la mayor de sus hijas fuese un ejemplo para las menores y el regocijo de la joven. A cuantos menos bailes tuviese que asistir, más tiempo libre tendría. Prepararse para uno de esos bailes llevaba horas, y al día siguiente siempre estaba tan cansando que lo único que quería era dormir y dormir.

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