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Como si estuviese viviendo un dejavú, Desdemona realizó lo mismo que el día anterior. Fue despertada por el recepcionista, se vistió, esta vez con una capa menos bajo la falda, bajó a recepción donde ya le estaba esperando Ibrahim, se montó en el dromedario y salieron de la ciudad a lomos de los animales.

El camino, al igual que el día anterior, lo hicieron en silencio. Pero, al contrario que la primera vez, Desdemona no estaba emocionada. O al menos no tanto. La tormenta de arena había frustrado sus planes, y no podía evitar que esta frustración se viese reflejada en sus acciones. Resoplaba, se agitaba inquieta sobre el animal, movía sus manos abanicándose. El calor no hacía más que aumentar y con ello su rabia por lo acontecido el día anterior. Era tan injusto que por algo que ella no podía controlar, como lo era una tormenta de arena, su descubrimiento se hubiese postergado un día. Tormenta de arena, ¿quién se lo iba a imaginar?

Miró a su alrededor. Arena y más arena. Un cielo sin ninguna nube. Comenzaba a marearse, tal vez provocado por las subidas y bajadas del dromedario por esas dunas que parecía que nunca terminaban. Era como un océano de arena que no terminaba nunca. El sudor de su frente consiguió que se le pegase el pañuelo como si fuese una tela húmeda. Tenía la garganta seca, como si hubiese tragado toda la arena del desierto. Cosa del todo imposible, ya que esa arena seguí ahí, formando esas dunas. El calor aumentaba cada segundo, y un terrible dolor de cabeza impidió que pudiese seguir pensando. El pulso se le aceleró.

– No puedo...– antes de poder acabar la frase, Desdemona se desmayó.

Cuando se despertó, estaba de regreso en su habitación. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había llegado ahí? Estaba confusa. Lo último que recordaba era estar a lomos de ese dromedario pensando en la inmensidad de ese desierto. Y ahora estaba acostada en su cama con una compresa fría sobre la frente y un vaso de agua en la mesilla que bebió nada más verlo. ¿Se había desmayado? Jamás se había desmayado. Ni siquiera ante la presencia de un atractivo caballero, como le había ocurrido a alguna jovencita en un baile.

– Veo que ya se ha despertado, señorita– una voz masculina hizo acto de presencia, provocando un respingo en Desdemona– Siento si la he asustado, soy el médico del hotel. Me han llamado porque ha sufrido usted un golpe de calor. Una señorita como usted no estará acostumbrada a tan altas temperaturas, y se ha desmayado. No se preocupe, por fortuna la han traído rápido. Descanse esta noche y beba mucho agua. Mañana se encontrará mejor. He pedido que le suban algo de comer a la habitación.

Sin más explicaciones, el hombre se retiró. La muchacha soltó un fuerte suspiró. Aquello tenía que ser una broma. Primero una tormenta de arena y ahora un desmayo. ¿Qué estaba sucediendo? Si fuese algo supersticiosa, pensaría que algo quería que no llegase a Babilonia. Que no descubriese los secretos que escondía. ¿Los antiguos dioses babilonios la estaban avisando de que se alejase? Paparruchas, pensó. Mañana lo iba a intentar de nuevo. Y si no lo conseguía, lo haría al día siguiente. Y sino, al siguiente. Así hasta que hallase esa ciudad. Ya era algo más que personal. Era un reto que iba a lograr. Cuando quería, podía ser cabezota.

Cuando le subieron la cena, pidió que le hiciesen llegar a Ibrahim el mensaje de que mañana le esperaba, como siempre, a las cinco de la mañana. Confiaba en que supiesen quién era el muchacho y dónde encontrarle. Con ese pensamiento, se quedó dormida.

A pesar de ser el tercer día que se despertaba de madrugada, su cuerpo seguía sin acostumbrarse a estar desde tan tempranas horas en movimiento. O tal vez fuese el cansancio tras haber estado dos días cabalgando por el desierto, y haber sufrido un golpe de calor. Como fuese, Desdemona se arregló y bajó a recepción con la esperanza de que Ibrahim estuviese esperándola.

– No sabía si ibas a venir– exclamó la muchacha con alegría al ver al joven hablando, como en días anteriores con el recepcionista.

– Me hicieron llegar su mensaje– respondió con una sonrisa– Sabía además que no iba a darse por vencida.

En el tercer intento por hallar Babilonia en ese mar de arena, Desdemona se sentía tranquila. ¿Qué más podía ocurrir? Incluso ella había experimentado toda clase de sentimientos a causa de la excursión. El ritual de todos los días lo siguieron con precisión. Guardar la comida en las alforjas, subirse al dromedario, sorprenderse por los movimientos de este al levantarse y salir de la ciudad. La diferencia fue que esta vez Ibrahim y ella si que fueron hablando. Poco, pero al menos la cabalgata no fue silenciosa como en días anteriores.

La mañana avanzaba y el calor era cada vez más intenso. Desdemona se aseguró de beber agua cada poco tiempo para evitar desmayarse como el día anterior. El sudor descendía por su cuello como gotas de lluvia.

– Este calor es insoportable– murmuró Desdemona retirándose con el antebrazo el sudor de su rostro.

–Ya estamos llegando– comentó con voz tranquila Ibrahim.

En ese momento ante sus ojos apareció lo que parecía del todo increíble. La mítica ciudad de Babilonia. Una ráfaga de viento arrancó su sombrero, que salió volando en dirección a la ciudad. Todavía extasiada ante el hallazgo, Desdemona se bajó del dromedario corriendo a por su tocado. No podía dejar que semejante hallazgo se produjese sin llevar sombrero. Lo tomó del suelo. Al levantar la mirada, admiró la puerta de entrada a la amurallada ciudad. Se sentía como una hormiga ante semejante despliegue arquitectónico. Era una puerta mucho más magnífica de lo que ella jamás se había imaginado. Una lágrima de emoción recorrió su mejilla.

Eso era lo último que recordaba cuando se despertó aturdida en una habitación que no reconoció. Era como el dormitorio de un monje, sin decoración alguna. La cama sobre la que se despertó era un colchón de paja sobre el que había colocado una manta y una sábana. No había mucha luz, ya que la ventana era estrecha, si es que a ese agujero en la pared se le podía denominar ventana. La cabeza le dolía, como si se hubiese dado un golpe. Acercó su mano al centro de dolor. Palpó su cabeza y notó como le estaba saliendo un chichón. Un quejido salió de su boca. Los recuerdos venían a su mente. Liebermann. El también estaba ahí. Y unos soldados. A partir de ahí, oscuridad.

– Veo que ya se ha despertado– un hombre que entró al dormitorio se dirigió a ella– Lleva un buen rato desmayada. Ese golpe ha tenido que doler. Intentamos que saliese ilesa, pero uno de los hombres de Liebermann le tiró una piedra. Como si eso fuese a solucionar algo. No entiendo como alguien tan inteligente como él se rodea de gente tan incompetente. En fin, ¿se encuentras bien?– Desdemona se limitó a asentir con la cabeza. A pesar del dolor de cabeza, no se sentía realmente mal– Perfecto, el Capitán te está esperando. Quiere hablar contigo.

¿El Capitán? Recordaba que antes de ser golpeada el hombre que los sorprendió a Liebermann y ella había mencionado a ese hombre. ¿Quién era? ¿Que quería de ella?

LA PUREZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora