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El viaje de regreso fue como un sueño para Desdemona. Borroso, sin ser consciente del tiempo pasado, ni de lo que sucedía a su alrededor. Al rememorarlo, le venían imágenes de la ciudad de Bagdad, del caos en la estación de tren, de cómo lograron subir en tren gracias al militar que la acompañaba, de la desesperación de la gente que no podía salir de la ciudad por no ser extranjeros, y se veían anclados en una ciudad con un negro futuro.

Consiguió convencer al soldado, que se llamaba Martin, de que volviesen a su hotel a recoger sus pertenencias. El hombre la miró con horror, mientras sacudía la cabeza e intentaba convencerla de que era mejor que fuesen a la estación de tren sin demora.

– Puedo asegurarle que serán unos minutos. No voy a coger todas mis pertenencias– afirmó Desdemona con rotundidad.

Cuando el soldado vio que, efectivamente, la muchacha solo estuvo unos minutos en su dormitorio y salió prácticamente igual que había llegado, excepto por un chal y otro vestido, respiró aliviado. No podían permitirse el perder tiempo arrastrando las pertenencias de la hija de un conde hasta llegar de vuelta a su casa. ¿Cómo lo habría hecho ella? Como todas las hijas de la nobleza, parecía debilucha, con esos brazos delgados y esas manos cuyo máximo esfuerzo había sido el tocar Für Elise sin errar en ninguna nota. Encogiéndose de hombros, mientras esperaba a la muchacha en el pasillo del hotel, pensó que esas educadas señoritas estaban llenas de sorpresas.

Lo que Martin no sabía es que Desdemona, aparte de querer volver para cambiarse de vestido, tenía que volver para recoger la carta que Burroughs le había escrito en el barco a Constantinopla. Necesitaba esa carta como el respirar o el beber agua, porque era la prueba de que todo lo que había vivido con Burroughs era real, que había existido. Desde entonces llevaba la carta guardada cerca de su pecho, como si fuese un amuleto de amor.

Ahora sabía quién era él, pero eso no garantizaba que se fuesen a volver ver. Con vida, pensó la joven, obligándose a sí misma a borrar tan funestas ideas de su cabeza. Salieron a la calle, con la esperanza de que alguien pudiese llevarles en carro, pero no había nadie dispuesto a llevarles hasta la estación de tren. Martin miró a Desdemona, que suspiró pensando en que su vestido limpio, uno de los motivos por el que habían vuelto al hotel, se iba a manchar de polvo y barro en el camino a la estación.

– Será mejor que vayamos andando– dijo arremangándose el bajo de la falda. Ante situaciones así el pudor no tenía cabida.

Cuando llegaron a la estación, se encontraron con un panorama desolador. Masas de gente gritando, intentando coger cualquier tren para salir de un país que se derrumbaba. Los hombres agitaban en el aire billetes, como si eso les fuese a garantizar una plaza en uno de los trenes, mientras las mujeres trataban de calmar a los niños. Muchas de ellas, al igual que Desdemona, habían caído en lo que en Londres se consideraría un escándalo, quitándose los sombreros, que usaban para abanicarse, y abriéndose el escote. El calor era insoportable, pero peor era el saber que, por mucho dinero que tuviesen, si los militares que estaban ahí no aprobaban la compra del billete, no podrían escapar del país. Los gritos y súplicas de la gente ante esos hombres que permanecían impasibles ante cualquier reacción o excusa destrozaban el corazón de Desdemona, que veía frustrada como familias se veían obligadas a abandonar la estación llorando ante la imposibilidad de poder escapar, y sabiendo el aciago futuro que les esperaba.

Martín tiró de su brazo, instándola a que avanzase y no mirase a nadie. Una mujer, al percatarse de que la muchacha tenía un billete de tren, quiso darle a su hijo, para que se lo llevase con ella. La mujer le hablaba en ese idioma que era incapaz de entender, y ella era incapaz responder. La intervención de un militar, que arrancó al niño de los brazos de Desdemona y empujó a la madre hacia atrás, puso fin al episodio. Lo último que oyó antes de que se perdiesen entre la multitud fue el llanto de ese niño.

LA PUREZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora