El comienzo de la historia.

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Las palabras del monje le retumbaron en la cabeza como tambores todo el camino de regreso.

No dejaba de pensar en que, posiblemente ese libidinoso estafador podría tener razón...

Él lobo dedicó su le to retornó a pensar en todo lo que había acontecido los últimos dos años desde que Kagome se había marchado...

Desde ese entonces iba de vez en cuando a la aldea de la vieja Kaede para ver si había regresado..,desde entonces y a pesar de haberse unido a Ayame continuaba penas ando en la humana forastera...
Tenía que reconocer que algo había cambiado. Desde las últimas ocasiones que la había visto, algo en su forma de mirarla había cambiado...
La quería. Eso sin duda alguna.
Kagome había sido una maravillosa mujer con el. Le había dado su amistad, su cariño y comprensión y así, se había convertido en una persona sumamente especial para el...
Al grado de desearla para el con tanta fuerza, que no hacía más que pelear con el híbrido que permanecía a su lado.
Era patético.
No necesitaba ser un genio para el mismo darse cuenta de que no amaba a Kagome.
La quería mucho como buena amiga, tal vez la había deseado. Pero, lastimosamente jamás la había amado.
Inuyasha en cambio... Bueno, esa historia ya estaba grabada en roca.

Y es entonces cuando en su cabeza apareció Ayame.
Pensó en el día en que se había reencontrado con ella.
Pensó en cuan desesperado estaba todo el tiempo por sacársela de encima. Pero también pensó..,que incluso Ayame fue capaz de hacerlo sentir más que Kagome. Aunque fuera solo enojo o desesperación. Pero al final, había sentido algo más allá del banal deseo o egoísmo.

Haberse unido a Ayame no había sido precisamente su deseo. Pero aún así, muy en el fondo de su ser había sabido que era lo mejor.
No podía negar que Ayame era una Yokai excepcional. Tal vez era escandalosa y molesta, pero Koga jamás había sido capaz de objetar sus capacidades como miembro de su especie.
Koga realmente veía muchas cosas en Ayame. Pero se negaba rotundamente a reconocerlo, aferrándose a la idea de que, estaba destinado a alguien más.

No era que no sintiera nada por Ayame. Simplemente se negaba a hacerlo.
No quería verla.
No quería reconocerla.
No quería amarla.

Pero eso, (y tal como sin querer el monje Miroku lo había predicho.) estaba a punto de cambiar.

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