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El viaje no era largo, situación que le ponía nostálgico, era esa una de las razones por las cuales podtía llegaba a odiar a Namjoon, ya que, tiempo atrás este le había prohibido visitar a su padre, por miedo de que jamás volviera y como castigo por haberlo traicionado, tuvo que conformarse con las cartas que se enviaban, en donde su padre le decía la añoranza que tenía de conocer a sus nietos. Era indigna la forma en que fue tratado, Namjoon no lo quería cerca, pero tampoco alejado de sus tierras, no era más que un esclavo de su desdichado destino. 

Cerró los ojos porque el paisaje lleno de árboles le mareaba, quería devolver el estómago y la sensación era terrible. Frente a él estaba Joy cargando a Mina, Tzuyu estaba dormida en sus piernas y YeonJun estaba en sus brazos dormido, desde el día que se lo devolvieron, ambos se habían negado a separarse, tampoco Tzuyu había querido que alguien tocara a su hermano.

Después de vivir la agonía de saber que se metieron con lo que más amaba en el mundo, tenía miedo, sea cual sea el plan que le deparaba el destino creía que no saldría ileso del dolor. Su fortaleza se veía quebrantada cada que estaba cerca de Namjoon, porque le pesaba admitir que a pesar del dolor, la humillación y la traición seguía amándolo. Y la despedida se plantaba en su mente de forma directa, esos besos recorriendo su cuerpo y la promesa de volver a ser una pareja.

Pero ya no era el mismo chico ingenuo de antes, si tenía la posibilidad de elegir su opción siempre sería Tzuyu, YeonJun y Mina, ellos le necesitaban y el amor que les tenía era más fuerte que el que sentía hacia Namjoon.

Recordó así la última plática que habían sostenido antes de partir, donde esté le pedía prudencia y sobre todo regresar. SeokJin había ideado un plan, él se iba a quedar en la villa Kim con su padre, Namjoon no tenía jurídiccion en sus tierras, podría estar en su hogar, mirando a sus hijos crecer siendo felices. Pero la opresión en su pecho tras esa resolución no se minimizaba. Quería regresar.

Pero regresar también significaba aceptar el hecho de que ahi estuvieron viviendo sus concubinas, una de ellas, su hermana, que había dado a luz a una pequeña que estaba bajo su cuidado y con quien se había encariñado, otra, que llevaba en su vientre un hijo de su esposo, no las odiaba, a ninguna de las dos, pese a la traición, jamás podría desearles mal, su historia sólo era una triste forma recordatoria de que algunos destinos están entrelazados y que comparten al dolor como medio. Dios sabía bien que en su tiempo quiso proteger a Jisoo, ella era muy joven cuando fue mandada al castillo como su dama personal, una chica rebosante de belleza, que llamaba la atención de todos, vacía de corazón, lo único que deseaba era ser reconocida, parte de ese pensamiento arraigado era por la crianza que su madrastra le había dado, Jisoo no tenía límites, sin embargo, jamás le dio indicios de que su objetivo era el rey y mucho menos imagino que ella disfrutaría verlo sufrir.

No era estúpido, por alguna razón, sentía en su corazón que ella estaba detrás de su acusación frente al consejo. Si era así, entonces Jin, comenzaría a aborrecer su existencia. Porque nadie se metía con sus hijos.

Quería a Namjoon pero una de las cosas que no estaba dispuesto a perdonar que haya despreciado a su hija, ella no tenía la culpa en esa guerra de poder. Su hija había nacido no del amor, sino del dolor de la traición, pero era una buena vuelta de vida, después de perder a su primogénito en aquel asalto a su dignidad, creyó que jamás podría reponerse, nunca contó con que Namjoon le humillaría y lastimaría obligándolo a estar con él a la fuerza antes de correrlo. Su hija era creada del odio, sin embargo, su sola presencia emanaba amor y dulzura. Y ahora él quería conocerla y por alguna razón, no deseaba que eso pasara. No quería que ella saliera herida.

Cada vez estaba más cerca de las tierras que lo habían visto crecer y los latidos de su corazón resentía ese hecho, deseaba bajar y abrazar a todo aquel que había extrañado durante años. Una pequeña manita se posó en su mejilla, regresó la mirada hacía abajo y vio a su hija, observarla con esos ojos de un azul singular, con la luz apropiada se podía apreciar un brillo violeta, los mismos ojos de la reina, quien fue como una madre para él. Los ojos de su hija se desvivían en preocupación, cuando abrazó su mano se dio cuenta de que la pequeña estaba así porque sin saberlo había derramado algunas lágrimas de melancolía por el pasado. 

El Rey Del Recuerdo *Namjin* Donde viven las historias. Descúbrelo ahora