VANESSA

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Eran casi las doce y Robert volvía a casa con su nueva conquista. Una de las mejores noches de su vida. Sin duda alguna, la suerte le había sonreído esta vez. Ella era alta, más alta que él; un cuerpo escultural, cabello castaño y una melodiosa voz. La conoció esa noche en el bar y fue amor a primera vista. Pasaron horas tomando y charlando, y mientras la noche avanzaba, la conversación fue subiendo de tono y habían decidido terminar de conocerse en su departamento.

Vivía en un barrio de clase media, y, aunque tenía vecinos divididos por las paredes, había invertido en hacer de su morada un lugar a prueba de sonido. Nada entraba, nada salía, así podía divertirse hasta altas horas de la noche escuchando su música favorita. No tenía que escuchar las peleas de los demás y, lo más importante, nadie escuchaba los gemidos de sus trofeos.

Ciertamente, se había pulido en eso, y no había cosa en el mundo que disfrutara más que escuchar esos sonidos en la madrugada, pero los gemidos que más le gustaban eran los que hacían sus «obras de arte», como le gustaba llamarlas, justo antes de que la luz de sus ojos se apagase para siempre.

Sirvió una copa de vino para su pareja y, con una música suave y velas aromáticas, comenzaron a besarse apasionadamente. Él nunca había estado tan extasiado, y ella parecía disfrutarlo mucho. Muchos años de práctica y muchas jovencitas con falsas esperanzas lo habían curtido en el arte de  la conquista; siempre se jactaba de eso. Un movimiento sutil de muñeca y el sostén había desaparecido; estaba en camino de hacer lo mismo con la parte inferior de su vestimenta, cuando comenzó a sentirse mareado. Instintivamente, llevó sus manos a la cabeza justo antes de desplomarse sobre la alfombra de su alcoba.

Lentamente, abrió sus ojos y se encontró amarrado a su camilla. La joven estaba frente a él muy pensativa, muy ansiosa, cosa que lo preocupó bastante. Revisaba constantemente su móvil mientras los minutos pasaban. Finalmente se levantó del sofá y corrió a abrir la puerta. Y allí estaba ella… la reconoció al instante. La había conocido en el mismo bar, y abandonado en un lago cercano un par de años atrás. Era ella, sin duda, aunque la recordaba con mucho mejor aspecto. Recordó cómo había recortado su piel en esa misma cama, cuánto había disfrutado escucharla llorar y suplicar misericordia. Había sido muy difícil de convencer para poder llevarla a su apartamento, y, encima de todo, era virgen. Él había sido su primer y único hombre, y eso lo hizo mantenerla con vida durante casi una semana. Recordó la prisa con la que volvía del trabajo para poder disfrutarla nuevamente y cómo adoraba realizarle los cortes después de consumado el acto. Recordó cómo había hundido el cuchillo en su pecho la última vez, para, posteriormente, dentro de una bolsa plástica, depositarla en el fondo del lago. Estaba seguro de no haber dejado ninguna evidencia y que, efectivamente, la mujer estaba muerta cuando la perdió de vista entre el fango y el agua.

Ambas chicas cruzaron algunas palabras en voz baja, y la que debía ser la nueva víctima abandonó el departamento cerrando la puerta nuevamente, y su antigua conquista colocó un pesado maletín en el suelo y comenzó a sacar una serie de cuchillos y herramientas que fue colocando sobre su mesa de noche.

Intentó hablarle, pero Vanessa (o al menos era el nombre que recordaba) no respondió.

Comenzaba a perder la calma conforme los instrumentos iban saliendo de uno en uno del viejo bolso e iban siendo depositados en la mesa. Una leve sonrisa se dibujó en el marcado rostro de la joven cuando el último de los cuchillos fue depositado en la mesa mientras una enorme lágrima bajaba por su lastimada mejilla. Lo reconoció al instante. Fue el cuchillo que utilizó para dar el golpe de gracia, el mismo que quedó enterrado en el pecho de Vanessa cuan Excálibur en la piedra, coronando su, hasta el momento, Opus magnum. Solía dejar el arma homicida en el cuerpo de sus víctimas como una burla a los investigadores, y pasaba horas imaginando el momento en que eran extraídas de los cuerpos de sus preciados trofeos y llevadas a realizar todo tipo de pruebas para nunca encontrar la más mínima pista.

Intentó dialogar nuevamente, pero su primera palabra se convirtió en un enorme alarido cuando la mitad de uno de los cuchillos había desaparecido dentro de su muslo izquierdo. Con todas sus fuerzas, intentó liberarse nuevamente, pero debió gritar una vez más cuando el resto del cuchillo desapareció tras un firme martillazo. El metal había traspasado completamente su pierna y la mantenía clavada a la base de la camilla. La pierna derecha no se mantuvo intacta por mucho tiempo. Un enorme cincel se abrió paso a través de su rodilla, moliendo los cartílagos a su paso y salpicando de sangre y fluidos todo a su alrededor.

Gritó con todas sus fuerzas, mas no suplicó piedad. De alguna forma, entendía que esa no iba a obtener misericordia y que era un merecido castigo por todo el dolor que había provocado.

Vanessa se levantó súbitamente y corrió hacia la cocina, trayendo consigo una enorme llave de cañería un par de minutos después. Balanceó el pesado objeto un par de veces cerca de la muñeca de Robert, como calculando para no fallar el golpe, pero era más pesada de lo que imaginó y el golpe no dio en el centro, por lo que solo molió la carne y no logró fracturar los huesos. Un segundo golpe fue necesario y se retorció de placer al escuchar el chasquido de la fragmentación de los huesos. Balanceó la llave nuevamente y, mientras Robert profería el alarido de dolor por el segundo golpe en su mano, varios de sus dientes volaron y parte de su quijada quedó desprendida. El rostro de su victimaria había cambiado por completo y la duda que reflejaba al inicio de la tortura había desaparecido completamente.

«Disfrutaré esto lentamente» fueron las primeras palabras que escuchó de Vanessa antes de perder nuevamente el conocimiento, palabras que él usaba antes de comenzar sus obras de arte.

Despertó horas después y no podía mover sus labios. El sangrado había sido disminuido tal y como él lo había hecho incontables veces con sus trofeos. Su pierna ya no estaba clavada a la camilla, pero aún mantenía el cuchillo dentro de su carne. Un enorme escalofrío recorrió su cuerpo al caer en cuenta de que ya no estaba en la posición en la que se había desmayado. Se encontraba ahora boca abajo y amarrado de tal forma que no podía moverse y su trasero ahora estaba expuesto.

Muchos instrumentos de diversas texturas y tamaños fueron utilizados por la joven para su venganza por los cinco días en los que tuvo que sufrir una y otra vez las violaciones del depravado. El filo de algunos de ellos aumentaron el dolor inconmensurablemente. Para cuando la noche del tercer día había caído, el cuerpo de Robert estaba desecho y no quedaba nada de lo que alguna vez había sido. Toda su moral había sido removida junto con esa parte de la que alguna vez se pavoneó, y Vanessa se había cobrado cada una de las torturas a las que fue sometida.

Era casi la media noche del martes 31 de octubre de 2012 cuando Vanessa abandonó por fin aquel departamento. Dejando atrás los despojos de quien alguna vez le causó tanto daño. Llevando consigo en el bolso el trofeo que cortó con el mismo cuchillo con el que fue asesinada. Afuera del apartamento la esperaba la bella joven que le abrió la puerta, y juntas desaparecieron en la espesura de la noche bajo una nube de humo y un fuerte olor a azufre.

Algunas horas después la policía irrumpió en el lugar gracias a una llamada anónima, y Robert fue trasladado muy delicado aunque con vida al hospital más cercano. La recuperación fue lenta y dolorosa. Muchos meses pasaron para que pudiera caminar ayudado con un bastón, y, para completar su larga rehabilitación, consiguió ser trasladado a un lugar de retiro muy lejos de la ciudad donde sufrió su castigo. Fue recibido amablemente por la directora de la institución, y se sentía aliviado, pues a pesar de las torturas, aún poseía un poco de encanto. Lo guiaron hacia su nueva habitación donde lo esperaba su nueva enfermera, quien lo asistiría hasta que lograra recuperarse completamente. Era hermosa y muy amable. Por fin la vida comenzaba a sonreírle nuevamente. Se volteó para que la enfermera lo ayudase con el abrigo, era Vanessa y esta lo abrazó por detrás suavemente mientras le susurraba al oído:

Disfrutaré esto lentamente

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