Vuelo fantasma

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El vuelo, que era turbulento, arrancaba grititos de pánico a los pasajeros. Las azafatas se habían puesto el cinturón de seguridad, y nos observaban con nerviosas y forzadas sonrisas desde sus asientos ubicados al fondo del pasillo. Luego de una sacudida fenomenal, que hizo que todos los pasajeros, incluso los más ateos, clamaran por la presencia de algún Dios, mi ocasional compañera de viaje, una mujer de cincuenta o cincuenta y cinco años bien llevados, al notar mi sobresalto me puso una mano sobre el brazo:
-Tranquilo, joven- dijo, con una voz suave, increíblemente relajada-. ¿Cómo es su nombre?
-Mauro, señora, ¿y el suyo?
-Encantada, yo soy Gladys. ¿Sabe lo que sería bueno para estos casos, Mauro?
-¿Un paracaídas?
La mujer rió. Al hacerlo, se puso una mano sobre la boca, como hacen los chiquillos.
-No me refería a eso: hablo de historias de terror.
-¿Historias de terror?- repetí incrédulo.
-Sé que parece una locura, pero los cuentos de terror ayudan a olvidar el verdadero miedo. Era lo que hacían nuestros ancestros, para olvidar los peligros que acechaban en la oscuridad de la noche. ¿Le cuento uno?
-De verdad, no creo que parezca buena idea…
-Es una historia real, sobre un avión maldito- siguió la mujer, sin prestarme atención-. Pero tranquilo: no se cae ni se pierde en el océano.
-Un avión maldito… justo lo que necesito oír en este momento…
-Exacto: un avión maldito- dijo la mujer, ignorando mi desesperado sarcasmo-. A la historia me la contó mi cuñado, que durante mucho tiempo trabajó en una empresa de aerolíneas. ¿Quiere escuchar la historia, o no?
-¿Acaso tengo otra opción?
Se generó una nueva sacudida, que hizo que algunos bolsos cayeran y una mujer sentada en los primeros asientos lanzara un agudo grito, similar al de un pájaro. Cuando la calma más o menos regresó al lugar, mi compañera de viajes siguió hablando:
-El avión en cuestión era un 737, importado de Francia. Su patente comenzaba con las letras EVL, por lo que todos, un poco en broma y otro poco muy en serio, lo llamaban "EVIL” ("Malo" o "El Mal" en inglés). El avión nunca había tenido un accidente, de hecho según mi cuñado era un aparato muy confiable durante las turbulencias y los aterrizajes, pero de todas maneras nadie en la tripulación se  alegraba cuando le tocaba un vuelo con el "EVIL". Se decía que las cosas en la cabina se perdían, a veces las agujas enloquecían sin control… Y además, claro, estaba el asunto de los animales en la bodega.
-¿Animales en la bodega?
-Los aviones llevan a las mascotas de los pasajeros en la bodega, ¿no lo sabía?
-Sé de eso, pero…
-¿Me deja continuar con la historia, si es tan amable?
-Claro, claro- murmuré, mirando nervioso hacia la tormenta que se arremolinaba sobre nosotros, y que hacía que el ala del avión temblara como una delgada y miserable lata (podía verla a través de la ventanilla).
-Le contaba sobre los animales que viajaban en la bodega. Pues bien: muy pocos sobrevivían a un vuelo con el EVIL. Allí abajo, en la bodega, habían muerto gatos, perros, canarios de exposición, incluso (y mi cuñado no me dejaría mentir) un orangután de Borneo, que era trasladado al zoológico de Bogotá. La empresa dueña de la aerolínea sabía de estos "incidentes", pero tenía prohibido a sus empleados mencionarlos. Cada tanto, los técnicos hacían una revisación de rutina, pero nunca encontraron nada fuera de lo común en la misteriosa aeronave.
“Un día, una de las azafatas más veteranas de la aerolínea, Carolina S., comenzó a sentirse mal durante un vuelo (no era en el EVIL) y se desmayó. Se hizo estudios y le diagnosticaron un cáncer terminal. La mujer era realmente abnegada y amaba su trabajo, por lo que decidió seguir con los vuelos. El último que le tocó fue, ahora sí, en el EVIL. Días después, durante su licencia, Carolina falleció”.
Gladys hizo un alto en el relato, para llevarse un caramelo de menta a la boca. Luego, haciendo caso omiso a las sacudidas de la aeronave, continuó hablando:
-Pasó un año, tal vez un poco menos. La aerolínea compró nuevos aviones y pasó a retiro a los más viejos. Entre estos últimos, estaba el EVIL. Lo dejaron en un hangar y se olvidaron durante un tiempo de él. Pero luego hubo un cambio de gerencia, y los nuevos dueños trataron de ajustar los números del negocio. Suprimieron comidas, pasaron a retiro al personal más viejo, en fin. Un día, algún contador debió posar sus ojos en el hangar número 4, donde descansaban los restos del EVIL. Se debió preguntar qué hacía allí un avión obsoleto, ocupando lugar en vano. Así que mandó a los técnicos al lugar, para desguazar la nave y vender sus partes como repuesto.
“Fueron tres técnicos, que eran los únicos en la compañía que habían quedado. Contarían después que estaban muertos de miedo al entrar al hangar. El lugar estaba abandonado y cubierto de polvo; además, sabían de los ruidos que se escuchaban en el interior, sobre todo a la noche. Apenas abrieron la puerta, tuvieron que taparse la nariz: el olor allí dentro era nauseabundo. No tardaron en descubrir que el hangar se había transformado en un auténtico cementerio de palomas, que yacían dispersas a lo largo y a lo ancho del suelo de cemento. Algunas llevaban tanto tiempo muertas que sólo quedaban sus plumas; otras, en cambio, parecían haber dejado esta vida apenas unas horas atrás. Los hombres se abrieron paso entre la inmundicia plumeril y se acercaron al avión. Mientras uno de los técnicos iba a buscar una escalera, los otros dos se dedicaron a observar la vieja aeronave. Y al rato, casi sin darse cuenta, se tomaron de la mano. Había un rostro en una de las ventanillas, que los observaba. Los rasgos no se veían bien, por la mugre acumulada en el vidrio, pero sin dudas se trataba de una mujer. Al rato el rostro desapareció, y una sombra comenzó a recorrer los pasillos de atrás hacia adelante, y de adelante hacia atrás. Los dos hombres estaban paralizados frente a aquella aparición, y no podían moverse. Cuando el tercero regresó con las escaleras y las dejó caer por el susto, la parálisis desapareció, y salieron corriendo del lugar.
La mujer se recostó en el asiento y suspiró.
-El EVIL sigue allí, en el hangar cuatro, y es una leyenda entre los empleados de la aerolínea- miró mi rostro, que debía lucir embobado. Sonrió-. ¿Funcionó la estrategia?
-Debo admitir que estoy un poco más calmado, es cierto. Mi atención dejó de enfocarse en las turbulencias, para hacerlo en su relato. Y por cierto, usted narra muy bien, Gladys…
La mujer se inclinó hacia mí y luego murmuró:
-Me alegra que te haya gustado, querido. Los cuentos de terror siempre cumplen con su objetivo- me tendió la mano, que yo tomé con cierta delicadeza-. Ahora discúlpeme, debo ir al baño.
-Claro- le respondí, apartándome para dejarla pasar. Pero cuando la tenía casi sobre mí, la señora se dio vuelta y agregó:
-Tal vez muramos esta noche, joven. Tal vez no sobrevivamos a la experiencia- señaló hacia el final del pasillo, donde estaban los baños-. Así que lo espero ahí. No me falle.
No esperó mi respuesta. Pese a las advertencias de la azafata, que le pedía desesperada que se quedara en su asiento, la mujer enfiló hacia el baño. El avión se movía de un lado a otro y los pasajeros cerraban los ojos y rezaban. Miré alejarse a la mujer por el pasillo: pese a que me llevaba al menos veinte años, me pareció muy deseable. “Qué diablos”, me dije. “Como dice aquella vieja canción, sólo se vive una vez”.
Dejé pasar unos prudentes minutos, y luego me paré para seguirla. Fingí no escuchar las advertencias de la azafata y me dirigí hacia el final del pasillo. Golpeé la puerta del baño y luego, sin muchos preámbulos, entré.
-¿Gladys?- dije, en un susurro juguetón. Espero que se encuentre presentable, porque…
No pude continuar, porque en ese momento una terrible explosión surgió desde algún lado de la cabina, y luego todo se fue al diablo.

Lo primero que percibí, al despertarme, fue el viento. Un viento frío, persistente, que me azotaba el rostro y lo atería.
Me incorporé y miré al rededor horrorizado. A mi alrededor todo era un caos de destrucción y muerte. El avión estaba destrozado. Los pasajeros yacían carbonizados en sus asientos. Gran parte del fuselaje había desaparecido: los restos de la aeronave habían aterrizado sobre una montaña nevada, y yo podía ver, a través de un agujero en el techo, un cielo gris y helado.
-¿Gladys?- murmuré perplejo.
Regresé, tambaleante, a mi asiento. Pero luego me detuve, porque en el lugar había dos cadáveres. Uno era el de Gladys: lo reconocí por los collares de metal que llevaba colgado al cuello.
El otro cadáver era, indudablemente, el mío.
Caí de rodillas. Cerré los ojos y entonces lo recordé todo: los gritos, la caída vertiginosa, la voz asustada del capitán, que informaba sobre un aterrizaje de emergencia…
Finalmente, la explosión y la oscuridad.
-¿Estás bien, querido?- dijo una voz.
Abrí los ojos, sobresaltado. Gladys había dejado de ser un cadáver calcinado, ahora era la dulce mujer que había conocido minutos antes, y me miraba con esos ojos tranquilos y ligeramente burlones.
-¡Gladys!- exclamé sorprendido.
-Soy yo, sí. ¿Por qué esa cara? Parece que has visto un fantasma…
-Gladys, ¿se da cuenta lo que ocurrió? Es un desastre, Gladys. Y no entiendo nada, y estoy muy asustado. Creo que nosotros…
-Cálmate, querido- dijo la mujer-. Estás muy alterado. ¿Quieres que te cuente otra historia de terror?
-¡No! No hay tiempo para historias. Estamos en medio de la nada, ¿no se da cuenta? Ha ocurrido algo muy malo…
-Las historias de terror te hacen olvidar el verdadero miedo, querido. ¿Por qué no te sientas, y me escuchas durante unos minutos? Tengo un cuento muy interesante para contarte.
-Gladys, creo que usted no entiende… Tengo dudas que hayamos sobrevivido…
La mujer, muy suavemente, me puso un dedo sobre los labios.
-Créeme que entiendo. Entiendo todo. Y por eso voy a contarte una historia.
-Yo…
-Escucha. Este cuento de terror trata sobre un hospital.
Y antes de que pudiera seguir protestando, comenzó a contar. Y yo, pese a mí mismo, no pude hacer otra cosa que escuchar, temblando y llorando, mientras el viento soplaba a nuestro alrededor.
Al rato, comencé a relajarme, a seguir el ritmo de la historia. Otras almas, que deambulaban por el pasillo destrozado del avión, y que parecían tan perdidas y asustadas como yo, se agruparon en torno a la mujer y comenzaron a escuchar silenciosas. Nos tomamos de la mano y escuchamos, y entonces yo pensé que tal vez Gladys tenía razón, tal vez el asunto era más simple de lo que parecía: porque las historias de terror, las que se cuentan desde tiempos inmemoriales, sirven para hacernos olvidar del verdadero horror.
Cerré los ojos y seguí escuchando su voz, hasta que todo alrededor desapareció, y sólo fuimos un grupo de pequeñas luces en el espacio infinito…

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