Enfermera

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Siempre fui delgada; pero con la llegada de mi bebé adelgacé aún más. No comía bien y evitaba comer muchas cosas, lo que me llevo a presentar un cuadro anémico que deterioro mi salud y puso en riesgo la vida de mi bebé. Me enfermaba seguido y me subía mucho la presión que me condujo a tener un embarazo de alto riesgo. Aunado a eso no dejaba de trabajar y era común que me incapacitara por estar internada atendiendo mi presión y mi anemia la cual no mejoraba a pesar de los medicamentos.

El punto crítico llegó cuando apenas tenía 4 meses de embarazo, pesaba 48 kilos y mi salud estaba por los suelos, tenía el riesgo de perder al bebé y fui internada de emergencia en una clínica del IMSS en Tlalnepantla. Me hicieron muchos estudios para determinar las causas de mis males; pero más aún ver como estaba la criatura. Necesitaba transfusiones y muchos cuidados. Los doctores no me dieron muchas esperanzas y me dijeron que por mi mala alimentación mi anemia estaba muy avanzada y era muy probable que el feto no se hubiera desarrollado bien y que quizá se perdería el producto. Eso me enojó; me entristeció de sobremanera la idea de pensar que por mi culpa el niño no se lograría. Odiaba la idea de que los doctores se refirieran a mi bebé como un producto y para coronar su falta de humanidad me dijeron que era joven y que a pesar de todo podría tener otro bebé si me cuidaba.

Eso me derrumbó y lloré desconsoladamente por no sé cuánto tiempo. Como nadie se quedaba conmigo a cuidarme durante ese penoso periodo, me sentía infelizmente sola, mi habitación era un pequeño cuarto donde había un par de camas casi en hacinamiento, estaba yo sola ahí, no había más pacientes y parecía que a nadie le importaba mi pesar. Supongo que así era la vida del hospital. El ambiente claustrofóbico y la abrumadora soledad en la que estaba me hizo tirarme en la cama a llorar y frotar mi vientre como deseando que el bebé no muriera.

Así pasó la tarde y al caer la noche las luces de las habitaciones comenzaron a apagarse, quedándome casi a obscuras y con mucho frío ya que la manta dura que tenía para taparme no calentaba nada. Solo iluminaba tenuemente la luz del pasillo que provenía de la estación de enfermeras y que se reflejaba en el ventanal translucido de la habitación. Estaba rodeada por la obscuridad, con frío y con algo de sed. Me senté en la cama con la intención de buscar algo de agua; pero no tenía zapatos o algo a mí alrededor para bajar de la cama alta donde estaba, mis pies colgaban. Cerré mis ojos para no pensar y no sentir esa amargura y me froté de nuevo el vientre.

En eso note que la luz proveniente del pasillo se interrumpió y al abrir los ojos mire que en la entrada de la habitación estaba una sombra, era una enfermera, llevaba una tabla de anotaciones en el bazo y apenas le iba a pedir agua cuando me preguntó mi nombre y cuando había ingresado a la clínica, con una voz muy dulce y amable, algo inusual casi todas las enfermeras eran duras y déspotas al hablar.


Con una voz entrecortada y aun con la tristeza le respondí muy apenas en tanto derramaba unas lágrimas y le iba a suplicar que me diera un poco de agua. Mientras anotaba me preguntó:
–¿Qué tiene madre? ¿Se siente mal? ¿Por qué llora?

Al decir esto, me solté a llorar aún más y le conté todo lo que los doctores me habían pronosticado y que deseaba con el alma que el bebé naciera a pesar de mi propia vida. Luego de decir esto último, escuche que la enfermera se reía por lo bajo y decía que eso siempre hacían los doctores, meter miedo. Me dijo que al término de un año estaría riéndome de esta experiencia y que tendría a mi bebé en mis brazos, que no me preocupara.

Por alguna extraña razón sus palabras me reconfortaron y la tristeza que sentía se me fue apagando con la visión de tener a mi niño conmigo. Me sentí mejor y le di las gracias por sus palabras, apenas le iba a pedir agua cuando se despidió de mí y me dijo:
–Bueno madre, voy a terminar mi recorrido.

Enseguida desapareció de mi vista, fue muy extraño porque pensé que no le vi la cara, solo penumbras, además nunca entro en la habitación se quedó parada en el pasillo, lo que si recuerdo era su blanco y almidonado uniforme y una cofia blanquísima que parecía brillar en la obscuridad, fuera de eso todo fue un misterio. Me quedé en silencio y reconfortada, me sentía un poco más optimista. Pasaron alrededor de 2 minutos y apenas iba a bajarme de la cama por agua cuando sonó una especie de alarma que provenía del pasillo, enseguida de esto, se encendió la luz de la habitación y era una enfermera que tomó la tabla que colgaba de la cama y me dijo que me tocaba mi medicamento. Luego de tomarlo y darle un trago a la tan ansiada agua, mi mente se despejó.

Mientras me revisaba el catéter, le pregunté:
–Cuál es el nombre de esa enfermera que vino antes, se portó muy amable conmigo.
–¿Cuál enfermera? Solo está la de guardia; pero ella está en su lugar no se ha movido de ahí. La guardia y yo acabamos de llegar. –Me dijo con rostro extrañado
–No puede ser se acaba de retirar, dijo que iría a revisar a los demás pacientes. Se la tuvo que encontrar, no tiene nada que se fue.
–No puede ser, acabamos de llegar y solo hay un elevador a esta área, debimos verla. –Repuso asombrada.

La enfermera dejó su carrito de medicamentos y salió por el pasillo a revisar las habitaciones, regresó y me dijo que era imposible que viera a alguna enfermera. Nos quedamos con esa duda y no pasó nada más. Ahora lo recuerdo por qué ha pasado un año desde esa experiencia y ahora que tengo a mi niña en mis brazos, la recuerdo como si hubiera sido ayer, le agradezco siempre a esa misteriosa enfermera y sus reconfortantes palabras.

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