Un castigo merecido

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El los últimos momentos de su vida, un hombre, se hundía en la más obscura inconsciencia.

La muerte esperaba paciente, su último suspiro, mientras alguien más la acompañaba...                    

El hombre despertaba de su inconsciencia, una y otra vez.

De antemano sabía que su hora en la tierra se terminaba, frente a cada oscilación de ese cuerpo vencido, que iba del olvido a una espantosa lucidez.

Una robusta enfermera chequeaba el largo tubo retorcido que lo conectaba a una máquina que lo mantenía con vida, pero su cuerpo ya no respondía a algunos estímulos,
"Esto puede seguir así durante semanas," dijo la enfermera, mientras se quitaba los guantes.

Nuestro amigo hubiera deseado, como todos nosotros, tener una muerte digna, pero él, al igual que nosotros, sabía que la muerte nunca lo es, no importa si ocurre en la vejez o en la plenitud de los años, la muerte siempre es horrorosa, y nunca digna.

Rodeando la cama, mirábamos al moribundo silenciosamente, como trataba de aferrarse ala vida.

Mientras la muerte y yo hacíamos  bromas de pésimo gusto sobre la gordura excesiva de la enfermera y una anciana, sin dientes, sin dentadura postiza, sin encías, se diría, balbuceaba algo con los ojos horriblemente inyectados de vida.

"No, abuela, no soy su nieto".
"Ni su hijo"le contestaba un joven que limpiaba los pisos.

Que desagradable situación, quisiera llevármelos a todos al infierno,por qué, no se mueren de una buena vez..
Como aquellos, que vagan por los pasillos del hospital con la excusa de oxigenar se, también deseo que muera de una maldita vez..

Tratamos de darnos fuerza al imaginar que esa vigilia junto a nuestro amigo nos eximía de participar decorativa mente de su velorio.

Pero entonces abrió los ojos.

Una pantalla conectada a sensores y cables emitió un chillido alentador, pero nada te salvaría de venir conmigo, en ese momento, un sacerdote asomó la cabeza por la puerta, hizo un gesto en forma de saludo, al doctor y la enfermera de turno, me recordó, todos los sacerdotes que son unos malditos...

Vengo a darle la extremaunción, dijo.
Cuando nuestro amigo vio la vestimenta  sacerdotal emitió un sonido ahogado, bulboso, el médico qué checaba a los pacientes, se aproximó al lecho, y acercó una oreja a esos labios resecos, incapaces de poder pasar tan solo su saliva, y oyó atentamente.

Padre, nuestro amigo prefiere no utilizar sus servicios, no se ofenda, pero considera que el infierno, aún con sus atroces torturas, es preferible a la compañía monótona y condescendiente de los ángeles, creó que no es muy devoto, mucho menos creyente de su religión.

Seguro no fue una buena persona, tal vez hasta le gustaba la maldad y no quiere qué le absuelva de sus pecados.

El sacerdote miró con tristeza al moribundo, pensando en en el error tan grande que estaba cometiendo, pues rechazar la última oportunidad de redimirse ante el creador no era nada bueno, y mucho menos alas puertas de la muerte, así qué sólo, trazó la señal de la cruz en el aire y se retiró.

El médico se atrevió a decir, ¿está seguro de lo que hace?
El anciano, habría lentamente sus ojos,
Por qué negarse a el pedido del sacerdote.

La enfermera obesa, que tenía que tomarle la temperatura, movía la cabeza en señal de desaprobación, desde que ingresó, solamente una persona a venido a verlo, y casi le escupe la cara, le hablaba en forma muy baja, pero logré escuchar algunas cosas, como que era un desgraciado, que merecía lo que le estaba pasando y que esperaba se pudriera en el infierno, después salió lleno de odio, se le notaba en su semblante, después de eso nadie jamás a venido a visitarlo, no sé que haría este anciano pero no creo que nada bueno...

El médico sólo esbozó una media sonrisa y dijo 'no creo que en el infierno se sienta a gusto.

Tal vez no, comentó la enfermera pero prefiere la incertidumbre del azufre a la compañía de santos, ángeles y almas que, según dicen, derrochan la eternidad entonando alabanzas.

Pero estará solo en el infierno, no sabe lo que le espera al pobre viejo...

No se preocupe, que   seguro tendrá mucha compañía, dicen que el infierno está lleno, mientras que en el cielo son pocos los que llegan...

Yo sonreía, mientras los escuchaba comentar sus estupideces, cuan ingenuos eran si ellos dos ya estaban en mi lista, no dejo a ningún buen prospecto sin llevármelo conmigo, esa gorda y asquerosa enfermera tiene buena cuenta de banco, solo por los robos que hace a los ancianos que caen en sus manos, la e visto gustoso, como inyecta placebos en lugar del medicamento prescrito para que mueran más rápido y tú doctor citó que se da de buen samaritano, cuántos abortos has echó a lo largo de tu carrera, vendiendo los medicamentos que te robas a las familias en exageradas cantidades, diciendo que las necesitan urgentemente, malditos ya pronto estarán en mis dominios por ahora sigan riendo tranquilos...

Y tú mi querido anciano, qué mataste a tu mujer e hijos en una de tus muchas locuras estando ebrio, qué robaste a quien se te dió la gana, despojaste a tus padres de su humilde casa dejándolos en la calle mientras tú disfrutabas el dinero de la venta y violaste a tu única hermana, que tuvo un hijo tuyo, ese mismo que vino a visitarte deseándote   la muerte.

Ya es hora de que dejes está hermosa vida, la señora muerte ya está a un lado tuyo solo esperábamos la hora señalada, el único acto bueno que tuviste anciano, es despachar a ese sacerdote.

El anciano abrió lentamente sus ojos y tratando de respirar un poco de aire, observó cómo la enfermera y el doctor hablaban en secreto.

Ella inyectó el último placebo en el suero que estaba conectado a su brazo, y se alejó lentamente...
El doctor en un rápido movimiento desconectó la máquina que lo mantenía vivo, dejando algunos minutos pasar, la sala de terapia intensiva estaba sola, el anciano dió la última bocanada de aire, y exhaló su último aliento de vida, el doctor conecto de nuevo la máquina.

"Que lastima ya se nos fue el viejo".

Sí ya está ahora conmigo....

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