Después de colgar, Demi se sintió maravillada por la seguridad que le había transmitido ese hombre, incluso por teléfono. Iba a encontrar a Victoria. Lo sabía con todo su corazón. Joe se había marchado. Ella se asomó a su cuarto, pero no estaba. Se acercó a Carly y miró las cajas de la tienda de ropa que seguían amontonadas en una esquina. Muchas no se abrirían nunca. Ausente, quitó la tapa de una y la abrió. Frunció el ceño. Ella nunca se había probado eso. Saco la prenda del papel de seda y la miró. Era preciosa, blanca y de encaje. Un camisón con una bata a juego. Nunca había tenido nada igual, y aunque una parte de ella le decía que lo guardara, otra parte la animaba a probárselo. ¿De dónde había salido? Joe había debido de comprárselo. Demi dejó caer su ropa al suelo y se puso el camisón sobre la piel desnuda. Era delicioso, suave, sedoso y sexy. Se miró en el espejo. Parecía una novia. ¿Por qué le habría comprado Joe algo tan sensual cuando sabía que ese matrimonio era solo nominal? Rachel se quitó la bata, la dejó con cuidado en la silla junto a la cama y se metió bajo las sábanas. Pero después de dar vueltas y vueltas durante una hora, esperando oír a Joe llegar, se levantó y se puso la bata. Recordaba haber visto una pequeña cocina en las habitaciones de Joe, y fue allí con la esperanza de encontrar un vaso de leche y un microondas. Todo estaba en silencio y la luz de la luna entraba por los enormes ventanales. Demi no necesitó encender la luz. Y entonces vio una puerta que siempre había estado cerrada, que estaba entreabierta, y oyó un sonido dentro. Se acercó y empujó la puerta un poco más. Era el cuarto de un niño. La luz de la luna entraba por las ventanas con cortinas de encaje y vio que era precioso. Amarillo con muñecos pintados en las paredes. Joe estaba sentado en la mecedora. Ese era el sonido que Demi había oído, el crujido de la mecedora al moverse. Y escuchando a su corazón, Demi entró. Joe no podía creer lo bella que estaba cuando apareció con el camisón que él había visto en la tienda y que encargó a Rosalitta. Siempre la recordaría así, como su princesa. Él había ido a aquel cuarto a pensar. Y había creído que sentiría tristeza por lo que le había dicho a Demi esa noche. Pero lo que sintió fue tranquilidad. Lamentaba con todo su corazón no poder seguir con ella, pero estaba contento consigo mismo, ya que había hecho lo correcto. Porque el verdadero amor solo quería lo mejor para la otra persona. El verdadero amor no la metería en una jaula, sino que abriría las puertas para que echara a volar. Se puso de pie. —Lo siento —dijo Demi—. No podía dormir. Oí un ruido y entré. Ya me voy. —No te marches. Extendió la mano y ella entró, pareciendo flotar por el suelo, aceptando su mano. —Obviamente, este es un lugar muy íntimo para ti —dijo, mirándolo con los ojos brillantes. Era cierto, pero de pronto, él no sentía deseos de ocultarle nada a esa mujer. —No te preocupes. —Es una habitación preciosa. —La pintó Sharon, incluidos los muñecos —dijo sonriendo. —¿Lamentas algo, Joe? —susurró Joe. —No haberle dicho a Sharon más a menudo lo que significaba para mí. Demi asintió con la cabeza. —Yo lamento lo mismo con Victoria. —Pero tendrás la oportunidad de decírselo. —Creo que me han dado una segunda oportunidad —Demi apartó la mirada, respiró profundamente y lo miró—. He estado pensando en lo que me has dicho esta noche. Has dicho que has sido egoísta. Y quiero que sepas que estás equivocado. —No lo estoy. —Joe, no me dejes que lamente siempre las cosas que no he dicho, igual que me pasa con mi hermana —le dijo angustiada—. Puedes pensar que has sido egoísta, pero yo te veo de un modo distinto. Te veo como el hombre más altruista que he conocido nunca. Él empezó a protestar, pero ella levantó la mano para hacerlo callar. —Esta ha sido la época más difícil de mi vida, con mi hermana desaparecida y sabiendo que mi padre era el causante, y averiguando que mi familia ha sido una enorme mentira —Demi se acercó a la ventana y miró hacia fuera —. Pero a pesar de ello, ha habido momentos de alegría. Gracias a ti. Me has cuidado y me has hecho sentirme apreciada. Nunca me he sentido así en mi vida. Y cuando creí que era débil, tú me mostraste que en el fondo tenía una gran fuerza —lo miró—. Así que he de ser fuerte y decirte esto —se estremeció—. Puede que nunca vuelva a tener la oportunidad de ser sincera contigo, así que lo seré ahora. Estoy cansada de que me controles. Tú quieres casarte. Tú quieres separarte. Y todos esos nobles discursos sobre lo que tú deseas para mí. ¿Pero alguna vez me has preguntado lo que quería yo? ¿Por qué no lo has hecho? ¿Te parezco tan tonta como para no saber lo que deseo? —No, claro que no —contestó Joe perplejo. —¡Entonces, pregúntame! —Demi —dijo obediente, admirado del poder de esa mujer—, ¿qué deseas? —Quiero lo mismo que todas las mujeres, Joe. Y lo creas o no, no es un príncipe. Es amor. Se lo dije a tu madre: me habría casado con un albañil por amor. —Y a eso me refiero yo exactamente. Te dejo libre para que puedas encontrar a tu albañil y que puedas ser feliz y… —Es demasiado tarde para el albañil, Joe. A menos que estés pensando en cambiar de profesión. No puedo marcharme sin decirte esto —lo miró con orgullo, pero su voz temblaba—. Joe, te amo. Sus palabras lo sacudieron como si fueran una corriente eléctrica, extendiendo lentamente el calor por sus venas. Demi continuó hablando. —Sé que parece imposible que pueda amarte después de tan poco tiempo. Pero así es. Con todo mi corazón. Nunca antes he amado así. Y te habría amado de cualquier modo. Mi alma habría reconocido tu alma hicieras lo que hicieras, fueras albañil o príncipe. Pero entiendo que quieras que me marche. Mi padre está a punto de traer la desgracia sobre su familia y… Joe se acercó a ella y le puso las manos en los hombros. —¡Demi! No digas eso. Tu padre no tiene nada que ver con esto. ¡Nada! Yo quería lo mejor para ti. Solo pensaba en eso. Me crees, ¿verdad? —Sí —susurró ella. Joe no podía creer lo que estaba oyendo, lo que estaba viendo en sus ojos. La abrazó y besó su cabeza, sus oídos y su cuello. —Yo también te amo. Ella se apartó y lo miró fijamente. —¿Lo dices en serio? Él se rió. —Con todo mi corazón. Y entonces fue ella la que le besó los ojos, los labios y las mejillas, desesperada, como si no tuviera suficiente. Él se apartó. Le costó mucho trabajo. Pero quería darle algo. —Vete a la cama —le dijo suavemente. —Quiero irme contigo —insistió Demi. —No. Ella pareció a punto de derrumbarse, así que él la abrazó una vez más y la besó con toda la pasión que pudo. Cuando terminó, la apartó de él. —Vete a la cama —repitió, con firmeza. Y con expresión perpleja, ella dio media vuelta y se marchó. Demi volvió a la cama. Joe le había dicho que la amaba y le había dicho que se fuera. Cerró los ojos, pensando que la confusión no le permitiría dormir. Pero no fue así. Se abrazó a la almohada y supo que en sus ojos y en sus labios había visto la verdad. Esa vez había encontrado el amor. Sintió que alguien le tocaba suavemente el hombro. —Princesa, despiértese. Debía de ser un sueño, porque nadie sabía que era una princesa. Demi abrió los ojos. La luz entraba por la ventana y Carly estaba sentada sobre la cadera de Bonnie. —¿Qué pasa? —preguntó sentándose. —El príncipe Joe requiere el honor de su presencia —declaró Bonnie, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Oh, no puedo creerlo! Es tan romántico. —Bonnie, ¿qué es romántico? —Espera frente a las escaleras. Demi salió de la cama. —Tengo que vestirme y… Pero Bonnie estaba sujetando la delicada bata blanca. —Vaya así. —¿Así? —Sí. Demi se puso la bata y fue, descalza, por los pasillos, pasando junto a sirvientes. Todos parecían sonreír, como si conocieran algún delicioso secreto. Finalmente, bajó la escalera principal. Joe no estaba allí, pero la puerta de la entrada estaba abierta. Demi salió. Joe estaba montado sobre un precioso caballo. Ella se quedó inmóvil y lo miró. Vio las cortinas moviéndose en todas las ventanas. —¿Joe, qué ocurre? ¡Todo el mundo está mirando y yo estoy aquí fuera en camisón! —Estoy siguiendo una lección que me dio Roland. Me estoy declarando con toda claridad. No quiero que pienses en nuestra relación y lamentes lo que no tuvo, lo que yo no te di. —Joe, baja del caballo y entra en la casa. —No. Quiero que haya romanticismo. Una declaración de amor —extendió la mano hacia ella. —¡Pero no puedo ir montada a caballo por el campo en camisón! —¿Por qué no? Ella lo pensó un instante. Siempre había sido muy comedida y él la invitaba a compartir una aventura. La fantástica aventura de estar enamorados. Despacio, bajó los peldaños y se puso de pie junto al caballo. Lo miró y aceptó su mano. Joe quitó el pie del estribo. Demi puso el suyo y se encontró subida en el caballo detrás de él, con el largo camisón blanco extendido sobre el caballo. Se agarró con fuerza de la cintura de Joe y enterró la nariz en su hombro. —Sujétate bien —le dijo él. Ella no creía que pudiera sujetarse con más fuerza. Y a continuación salieron al galope, giraron hacia el oeste por un prado y luego llegaron a las colinas. Demi gritó empujada por la sensación de libertad que la rodeaba mientras galopaban, con el viento en su pelo y en su cara. Pasado un rato, Joe puso el caballo al paso, haciéndolo subir por un sendero. Llegaron a la casita de campo, Cliff Croft. Él la ayudó a bajar y luego bajó él. Ató el caballo a un árbol y le dio la mano. La casita parecía diferente. Joe notó que el terreno estaba arreglado y había maceteros a ambos lados del camino hasta la entrada. Y también vio cortinas en las ventanas. —Aquí es donde viviremos Carly, tú y yo —le dijo Joe—. Y espero que también algún día un hermano o una hermana para Carly. Y entonces la tomó en brazos y le dio un beso en la nariz. Cuando ella lo miró, él suspiró feliz. —He soñado con este momento —dijo Joe feliz, acercándose a la puerta y empujándola con un pie—, en el que tú me mirarías con nerviosismo y expectación, convirtiendo mi sangre en fuego. Cruzó el umbral con ella en brazos. Demi se quedó desconcertada al ver el interior de la casita. Estaba completamente amueblada. Joe la dejó en el suelo y sonrió mientras ella miraba a su alrededor, donde estaban los sofás de cuadros azules, las mecedoras y la mesita de la tienda de decoración de Thortonburg. —¿Dónde está el perro junto al fuego? —Bromeó Demi, y entonces oyó un aullido desde la cocina—. ¡Joe! —Para Carly. —¿Cómo has hecho todo esto? —Ser un príncipe tiene sus ventajas. Joe le enseñó toda la casa, la preciosa cocina en azul y blanco, un perrito aullando tras una verja en el porche trasero. La habitación de Carly, colorida y llena de peluches y juguetes. Y, por supuesto, el dormitorio principal. Ella se quedó fascinada al verlo. Estaba la enorme cama con dosel, llena de almohadas sobre el edredón de encaje. Era una cama sacada de un cuento de hadas. Ella se giró y miró a ese hombre bueno y generoso que era su marido. Y, de pronto, nada importó excepto él. Fue hacia sus brazos abiertos y sus labios se encontraron. —Espera, hay algo más —Joe sacó un anillo de su bolsillo—. Estoy preparado para decirle al mundo que eres mi esposa. —En cuanto aparezca Victoria —dijo ella mientras Joe le ponía la alianza de oro. Entonces ella se agarró a su cuello y lo besó, llena de deseo. Se fueron a la cama. El sol entraba por las ventanas y ella exploró su piel con lentitud. Vaciló un instante y entonces le desabrochó la camisa, metió la mano dentro, cerró los ojos y saboreó la piel caliente y dura de su pecho musculoso. Siguió explorando sus hombros, pecho, costillas y abdomen. Abrió los ojos y lo miró. Joe estaba ardiendo de deseo. Ella le quitó la camisa y su boca hizo el mismo recorrido que había hecho su mano. Con un gemido salvaje de Demi, cambiaron de posición, y Demi se encontró debajo, mirándolo a los ojos, donde vio una ternura tan intensa que borró cualquier resto de reserva o timidez. La bata fue lo primero en desaparecer. Joe tenía manos seguras y no dejaba en ningún momento de mirar sus ojos. Y entonces la tocó, suavemente, con adoración. Un roce de los dedos seguido de un roce de los labios. Ella se arqueó contra él y sus manos la sujetaron mientras la lengua de Joe encontró su centro y dibujó un círculo sensual alrededor, un círculo cada vez mayor. —Joe —gimió ella, mirando la parte alta de su cabeza—. ¡Joe! —gritó, cuando la lengua encontró otro lugar suave y secreto del más profundo placer. Él siguió atormentándola con las manos, la boca y la lengua, hasta que Demi estuvo a punto de llorar de deseo en la mayor expresión de amor entre un hombre y una mujer. Los ojos de Joe, oscurecidos por la pasión, brillaban con una intensidad de amor que ella apenas podía comprender y la atrajeron para que le siguiera a nuevas cimas, a ir más allá, donde ella nunca había ido, a arrojarse en la aventura de ser un hombre y una mujer juntos. Finalmente, en una serpenteante explosión que subió y subió hasta las nubes, los dos se convirtieron en uno. Un rato después, estaban abrazados y el sol banaba sus cuerpos. —Me siento como si hubiera sido virgen y nunca me hubiera entregado a nadie —declaró Demi—, como si hubiera guardado para ti lo más especial de mí. —Así me siento yo también —susurró Joe. Y en ese momento, ella no tuvo miedo, solo una gran seguridad de que las cosas sucedían como tenían que suceder, que los acontecimientos estaban relacionados de un modo que la mente humana apenas podía comprender. Lo malo conducía a algo bueno; los sufrimientos, a milagros y, al final, llegaba la gloria. Y sintió, muy hondo en su corazón, que Victoria sería rescatada y que su milagro estaba a punto de comenzar…
Fin
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Una Boda Real- Jemi "Terminada"
RomancePrologo Demi Lovato necesitaba un caballero de brillante armadura... y el príncipe Joe Jonas precisaba una esposa. En otra época, este lo había tenido todo, pero aprendió que los príncipes no estaban por encima del dolor... ni a salvo de perder a lo...