• Quince - Presente •

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Entró al laberinto con más seguridad de la que hubiera sentido un año atrás, no sabía qué iba a encontrar, pero conocía varios hechizos de defensa y, bueno, no cualquiera era capaz de ser la mano derecha de Lord Voldemort.

Sonrió ante el recuerdo, por alguna razón presentía que hoy pasaría algo realmente importante, estaba ansioso y no sabía porqué, tal vez tenía que ver con el profesor Moody. No era estúpido, desde que sus recuerdos volvieron podía diferenciar cierta magia residual en el brazo de éste, y él conocía muy bien de quién era esa magia y la razón por la que estaba ahí, lamentablemente nunca lo logró ver, siempre tenía su túnica puesta y, la única vez que se la había levantado, su brazo se encontraba libre de marca. Podía jurar que era la misma magia que tenía Severus Snape en el mismo lugar, ni mencionar a Igor Karkarov.

Hizo un encantamiento brújula y siguió en sus pensamientos, al final, la última prueba estaba diseñada para estudiantes, no para magos oscuros con una vida pasada llena de experiencia, así que no tenía que preocuparse por las supuestas amenazas que pondrían dentro, aunque debe admitir que los dragones en la primera prueba fue de locos. Hubiera querido tener todos sus recuerdos recuperados en ese día, pero no podía quejarse. Ya había vuelto, y más fuerte que antes.

Sonrió pensando en su profesor de Pociones, se le hacía curioso el hecho de que siempre se encontrara ahí para protegerlo, antes no lo había notado, pero, bueno, los últimos días ha tenido mucho de qué pensar. El mortífago no parecía estar del lado de Voldemort, pero tampoco parecía que Dumbledore le agradara completamente, puede ser que, tal vez, debía tener una charla con él cuando terminara la prueba.

Caminó sintiendo que algo lo impulsaba hacia una dirección exacta. Magia, claro está. Lo curioso es que conocía esa magia, su profesor de Defensa se estaba encargando de esto, pero la pregunta era clara: ¿Lo hacía por su bien o era parte de la prueba?

Decidió analizar los hilos color bronce que diferenciaba la magia de su profesor con los de otros magos y notó que tenía la intención de llevarlo hasta la copa, la intención no era buena, pero tampoco iba a negarse ante la ayuda, eso sólo delataba que, toda su participación en el torneo, había sido causada por Alastor Moody.

Suspiró y siguió el camino. Conocía el campo de quidditch demasiado bien como para admitir que no faltaba mucho para que el terreno se acabara. La pequeña ráfaga de magia desapareció al mismo tiempo que una esfinge se paraba frente a él, imponente.

Un grito se escuchó por el lugar, Harry suponía que se trataba de Fleur... a no ser que Viktor o Cedric gritaran como niñas. Ignoró el chillido mirando a la esfinge frente a él y, más allá, se encontró con una mancha brillante. La copa.

—Entonces... ¿cuál es el acertijo? —preguntó con indiferencia. La esfinge sólo lo miró, tratando de analizarlo.

—Te ves muy seguro —comentó con tranquilidad y, sin darle tiempo de responder, contestó la pregunta que antes le habían dado—: Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas, pero eso sólo ocurrirá si no lo captas. Y no es fácil la respuesta de esta adivinanza, porque está lejana, en tierras de bonanza, donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena. Y ahora contesta tú, que has venido a jugar: ¿A qué animal no te gustaría besar?

Ese acertijo le hizo recordar a Ron y todas las noches en las que tenía pesadillas, al pelirrojo seguro no quería besar ni ver ninguna de ellas.

—La araña —contestó con simpleza.

Oyó unos gritos de maldiciones varios metros atrás de él, no le dio mucha importancia y caminó hacia enfrente cuando la esfinge salió de su camino. Sabía lo que seguía y, por alguna razón, se sentía extasiado.

Conocía las runas que salían volando arriba del trofeo, sólo visibles para aquellos ojos sensibles a la magia. Sonrió y agarró el trofeo.

Un gancho en su estómago lo llevó a un cementerio. Cementerio que conocía muy bien.

Caminó hacia la tumba que se encontraba a pasos de él, mirando el nombre con tranquilidad. Sonrió recordando la noche en la que había acompañado a Tom a ese pueblo y el cómo éste se había reído como loco una vez que el funeral hubiera acabado. Henry estuvo a su lado en todo momento, desde el lanzamiento de las tres imperdonables, hasta el entierro de esa pequeña familia.

Un sonido apagado se oyó detrás de él, distrayendo sus recuerdos y haciendo que un suspiro se escapara de su boca cuando vio un caldero encendido a cinco metros de él y, contiguo a éste, un Colagusano cargando un pequeño Lord Voldemort.

Sueños profundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora