• Treinta y uno - Pasado •

4.1K 628 105
                                    

—Me rehuso.

La simple frase hizo que toda la habitación mirara hacia el otro extremo de la mesa, donde se encontraba un Henry Sant-Sayre con ropas más grandes de lo normal sentado.

—¿Por qué? —preguntó Lord Voldemort mirando a su pareja con firmeza, esta vez no había forma de dar marcha atrás.

Ésa era una de las ideas que su Tom se metía en la cabeza y no lo podías sacar de ésta hasta que la cumpliera.

—Admito que es una excelente idea, todo está completamente arreglado —comentó cruzando sus brazos, dispuesto a una discusión si eso hacía cambiar de opinión al mayor—. Me sorprendería si no tuvieras planeada la forma en la que deben respirar, —Tom puso los ojos en blanco ante eso, pero no interrumpió, siempre dispuesto a escuchar a su chico— pero somos humanos, podemos equivocarnos o puede pasar algo fuera de lugar que no debía suceder...

—Es la única oportunidad que tendremos en un largo tiempo, no podemos desaprovecharla —contraatacó Tom mirando con una ceja alzada a su amante—, ¿estarías dispuesto a dejarla pasar?

—Estoy dispuesto a salvar las vidas necesarias si ese plan no sale bien.

—¡Todo saldrá bien! ¡Yo hice ese plan! —gritó Voldemort levantándose de su silla y golpeando la mesa con enfado.

Podría escuchar cualquier cosa que Henry tuviera que decir, pero no podía con la desconfianza.

El grito causó que los mortífagos se estremeciera y pegaran su espalda a la silla, tratando de desaparecer de la visión de su Lord. Claro, eso pasó sólo con los mortífagos, Henry no era uno, así que simplemente se levantó de igual forma, mirando fijamente a los ojos del heredero de Slytherin.

—Los estás llevando a una muerte segura —siseó sin desviar su mirada de los ojos rojos.

—Me llevaré a los mejores para esta misión, iré yo mismo, ¿qué podría salir mal?

—Errores humanos, Tom.

El uso del nombre hizo que el ambiente se hiciera denso, los mortífagos casi podían jurar que, si duraba eso más tiempo, no podrían respirar.

—Son los mejores, no se equivocarán —dijo el Lord con seguridad—. Mi círculo cercano también estará en esta misión.

—Lucius será padre, debe atender a su esposa —gruñó Henry, acercándose a la mesa y recargándose en ésta como tratando de imponer dominio, pero el Lord no necesitaba de intimidación. Él era la intimidación en persona.

—Debió pensar en eso antes de jurar lealtad a la causa.

—¿No te importa que un niño se quede sin padre?

El silencio se hizo insoportable en los momentos que Henry y Tom se miraron a los ojos. Los mortífagos no sabían qué pasaba, pero las miradas que se lanzaban los amantes eran más que complicadas de leer, como si hablaran un idioma que sólo ellos dos entendieran.

Y, justo cuando Henry soltó un gruñido molesto, supieron que había sido la primera discusión que el menor perdía ante el Lord.

—Entonces yo iré —afirmó Henry sonriendo.

—Te quedarás en casa, es una orden —siseó Voldemort y, por alguna razón que sus seguidores no entendían, el rojo de sus ojos se hizo más intenso.

—Soy tu esposo, no tu seguidor. Iré a la misión y punto.

Tom no podía creer que Henry haya llegado tan bajo como para usar el nombre de esposo para chantajearlo. Nunca habían usado ese nombre porque no habían tenido una unión pública, pero el nombre calzaba tan bien y tan hermoso en sus labios que no pudo formular ni una palabra más hasta que vio a su esposo salir de la habitación hecho una furia.

Sueños profundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora