Una vez más, Diana se ve envuelta en un extraño suceso que la lleva a Scorched Earth, otro mapa de ARK.
Un viaje salvaje y peligroso la espera, y más todavía estando en un gigantesco desierto.
Mientras el Argentavis come, traigo a Ridar cerca de nosotros por si hay peligro y apoyo a mi compañero en una roca.
Me siento en el suelo y le examino el brazo. Tiene un par de cortes un poco profundos por las garras del Argentavis, pero creo que voy a poder hacer un apaño para que se cure. Con un poco de fibra, crafteo una camisa de tela y la rompo haciendo jirones.
–Tenemos que ir a casa. Tengo que ponerte un poco de agua antes de vendarlo.
–No podemos irnos de aquí. Tenemos que estar pendientes del Argentavis.
Empiezo a pensar algún tipo de solución, hasta que doy con una bastante conveniente.
–Vale, haremos lo siguiente.
Le explicó meticulosamente la idea y por las caras que pone, no parece desagradarle.
–¿Me explicas por qué hasta ahora no habíamos creado el odre éste?
–Pues no lo sé, la verdad –me echo a reír.
En fin, me subo a Ridar para ir más rápido y me dirijo a casa para coger un poco de piel que hay guardada en los armarios para fabricar un odre de agua.
Voy todo lo rápido que puedo para volver lo antes posible con mi compañero. Espero que no aparezca nada peligroso... No sé yo si ha sido buena idea dejarlo allí solo estando herido.
Al llegar a casa, bajo rápidamente de Ridar y cojo fibra y piel para crear el odre. Una vez creado, me acerco a la veta de agua y con alguna dificultad lo relleno hasta estar lleno. Lo guardo en el inventario y subo a Ridar para volver. El agua no va a estar ahí permanentemente así que me tengo que dar prisa.
Veo a lo lejos a mí compañero y levanto el brazo moviéndolo a los lados para que me vea. Al verme, sonríe y gira la cabeza mirando al Argentavis, que sigue inconsciente. Me bajo de Ridar y me saco el odre de agua.
–Que rápida –me dice, y le guiño un ojo haciendo un gesto con la mano que me queda libre.
Ambos nos reímos de lo que acabo de hacer y me pongo de rodillas a su lado. Le cojo el brazo y empiezo a tirarle un poco de agua en las heridas. Por su cara de dolor parece que le escuece un poco. Le voy secando y limpiando la sangre con los trozos de tela y cuando está suficientemente limpia la herida, le pongo unos cuantos trozos de tela alrededor atandolos con nuditos.
–Como nuevo.
–Si tú lo dices... –nos volvemos a reír.
–¿Te duele?
–Un poco, pero estoy bien, gracias.
Ambos nos quedamos un rato mirándonos mientras sonreímos, hasta que dé pronto, el Argentavis se despierta y nos pilla por sorpresa. Damos un pequeño brinco por el susto y yo suelto un suave grito. El Argentavis nos mira a ambos. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo bello que es. Me levanto del suelo y me acerco a él. Al mirarle el inventario, veo algunos trozos de carne que han sobrado, la silla de montar que le ha aparecido y su género, hembra.
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