30.- Fiesta de despedida

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Kevin

—¡Ay, ay, ay! —me quejé, mientras Vicky me ayudaba a sentarme en el sofá.

En realidad, aún tenía droga suficiente en el cuerpo como para no sentir toda la parte derecha del cuerpo, que era la que tenía herida. Tenía un corte profundo en la cadera y otro en la pierna. El brazo solo lo tenía arañado, al igual que el resto de la pierna.

—Lo siento mucho, Kevin —se disculpó ella conmigo—. Te traeré agua para que puedas tomarte una pastilla.

—Mentiroso —me acusó Lindsay, cuando mi hermana corrió a la cocina.

—Déjala, que me sirva un poco, me lo he ganado —bromeé, extendiendo la mano sana hacia Lindsay, que se sentó a mi lado enseguida—. En realidad, sí que me duele un poco, Linda.

—¿Quieres algo? ¿Te traigo...? ¡Serás cuentista! —me acusó, cuando sonreí un poco—. ¿Quieres dos esclavas?

—Todas las que pueda reunir, Linda —me reí, sujetando su mano y llevándomela a los labios.

Vicky apareció con el vaso de agua y una caja de analgésicos para el dolor. Y, cuando solté la mano de Lindsay para cogerlo, porque el otro lado me tiraba de los puntos, me di cuenta de un problema de verdad.

—Mierda.

—¿Qué pasa? —preguntaron las dos preocupadas.

—No sé como voy a subir las escaleras sin morirme cuando se pasen los analgésicos —reconocí—. Cuando me rompí la pierna me bajaron una cama aquí... ¿Creéis que me dejaran hacerlo de nuevo?

—Espero que no —se rio un poco Vicky. Yo la miré mal, y ella se encogió de hombros—. Voy a preguntar a papá y mamá si podemos bajarte la cama... ¿Dónde están, por cierto? Si venían detrás.

—Estarán haciendo manitas en el coche —resoplé un poco—. Venga, ve a preguntar, que si te dicen que sí, te va a costar un buen rato bajar la cama...

—No seas capullo —me regañó Lindsay.

Mi hermana, sin embargo, se fue al garaje en busca de mis padres. Había pasado un par de días en la clínica de Abram, porque quería asegurarse de que estaba bien. Y yo agradecí estar enchufado a las drogas.

—No soy capullo, soy un aprovechado. ¿Me das la pastilla? —pedí con un puchero.

—Eres un vago.

—¡Que estoy terriblemente lesionado! —me quejé.

—No es verdad, estás ligeramente herido —me contradijo, dándome un beso muy suave, antes de darme la pastilla en la mano—. ¿Te traigo una pajita? —ofreció.

—No, creo que seré capaz de tragar solo —me reí.

Me tomé la pastilla, cuando mis padres entraban al salón, seguidos de Victoria. Mi padre iba hablando por el móvil, con cara de desconcierto, y mi madre parecía algo preocupada. Yo esperaba que no hubiera más sorpresas desagradables, porque no quería volver a subir en una moto hasta dentro de unos años.

—¿Qué pasa? —pregunté, pero nadie me respondió.

—Pues que miren lo que quieran, ¿a mí que me cuentas? —preguntaba mi padre—. Ya, eso sí. Vale, ahora voy, no te preocupes.

Mi padre colgó y nos miró un poco, como si le extrañase que estuviéramos todos pendientes.

—¿Qué ha pasado? —repetí.

—Una inspección en el taller. Menos mal que está todo en orden. Parece que nos persigue el gafe... —se quejó él un poco.

—Claro, fue la mala suerte la que subió a tus hijos a una moto, y no tú —le acusó mi madre.

Tu nombre en las estrellas - Bilogía Estrellas 2 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora