PRÓLOGO

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Todo el tiempo caminaba cubierto por un gran abrigo negro, cabeza en alto, manos en los bolsillos y pasos largos.

Había descubierto la tranquilidad que le daba habitar entre los mitad-lobos, poco común, pero tranquilo. Hoy se cumplían cinco años desde que abandonó Anchorage, o peor aún, desde que lo obligaron a abandonar Anchorage, en cierta forma al lobo ya no le hacía falta estar ahí, si bien en Seattle no tenía muchos amigos ni familia, prefería pasar lo que le reste de vida en un lugar donde nadie lo señalaría al ser un tanto diferente.

Miraba de reojo a las personas que pasaban frente a él o a su lado, temblando y corriendo por la nieve que empezaba a caer en diciembre, también se ganaba unas miradas ya que apenas estaba usando un abrigo y caminaba muy tranquilo.

A decir verdad, los lobos puros están acostumbrados al frío, algo que a los mitad-lobos a veces les molestaba, ahora entendía porque Alaska solo les pertenecía a los puros.

Llegó a su auto abriendo la puerta y metiendo las compras en el asiento del copiloto, rodeo el vehículo subiendo a conducir para ir a casa.

Al año de llegar a Seattle había conseguido comprar una casa ya un poco vieja, le pertenecía a un anciano viudo que había perdido a su esposa hacia un año y habitar ahí le traía muchos recuerdos. Tuvo que hacer algunas remodelaciones, extender un poco la habitación principal ya que le gustaba mucho estar en su forma de lobo cuando estaba a solas.

No tenía pareja, no tenía hijos, tampoco tenía amigos, ni una mascota.

Él solo estaba cómodo al pensar que esa era la libertad. 

Invierno de ViolettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora