Ángel

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Gruñó cuando la luz golpeó levemente su rostro, calentándolo, haciendo que moviera su cuerpo dentro de las sábanas, intentando ocultarse del sol que impedía que siguiera durmiendo. Todo el cuerpo le dolía, hasta los mechones de cabello, y solamente necesitaba una siesta de recuperación. No quería nada más. O, al menos, eso pensó hasta que las imágenes de lo ocurrido llegaron a su mente, golpeándola con fuerza.

La hermosa chica que había estado en una cita con su compañero Hyōdō Issei, había resultado ser algo sobrenatural. Alas negras le crecieron de la espalda y fue capaz de crear lanzas de luz. El simplemente recordar eso, hizo que el muchacho acariciara la zona donde había impactado una de ellas. No había ni siquiera una mísera cicatriz en su torso. No había nada en su cuerpo que indicara que había sido asesinado por aquella mujer.

Suspiró, echando la sábana hacia atrás, pasando la mano por su cabello dorado, mirando un techo ligeramente dorado. Frunció levemente el ceño, viendo que aquel no era su cuarto, su hogar. Ladeó la cabeza, viendo una mesilla de madera pulida, donde descansaba un pequeño balde con agua y unos trapos manchados de sangre.

Alguien lo había salvado.

Apartó definitivamente aquellas finas sábanas, dejando a la vista unas vendas manchadas con su sangre, cubriendo su torso. Aquella sensación de estar siendo estrujado, ahora cobraba sentido. Alguna persona lo había curado, limpiando la herida misma y vendándola por completo, impidiendo que pudiera infectarse por la suciedad o las bacterias en el aire. Ladeó una sonrisa, poniéndose de pie.

Cuando dio el primer paso, cayó de rodillas, usando sus manos para impedir que su rostro se estrellará contra el suelo.

Suspiró por ello.

Las piernas le habían fallado, temblando ligeramente, y no lo habían sostenido, obligándolo a caer de frente, mientras un ligero dolor recorría su cuerpo de arriba abajo. Aquello le era frustrante. Apretó los puños e intentó pararse, ponerse de pie. Pero era completamente inútil. Las piernas no aguantaban su peso y volvía a caer.

En el tercer intento, unas manos delicadas lo atraparon, haciendo que el chico abriera los ojos, mirando hacia la derecha, encontrándose con unos ojos azules hermosos en un rostro blanco, que mostraba una bella sonrisa, mientras su cabello dorado caía en unos gráciles rizos.

―Aun no estas recuperado, Naru-chan―dijo la doncella, mostrando más su sonrisa, sonando con una voz dulce, infantil, melodiosa a los oídos del adolescente.

Naruto no respondió, mirando al suelo, con un bello sonrojo en su rostro. Suspirando, permitió que aquella muchacha lo llevará de vuelta a la cama, arrastrando los pies, no parando de dar leves miradas a la rubia que lo acompañaba, sintiendo como su rostro se calentaba.

Era la mujer más hermosa que había visto.

Siguiendo las indicaciones de su protectora, Naruto se echó sobre el colchón, descansando el cuerpo, quedando con la mirada puesta en el techo que los cubría, no parando de mirar levemente a la doncella. Esta estaba ahora sentada a su lado, mirándole con la sonrisa más dulce que había visto, plasmada en su rostro ligeramente redondeado.

―Etto...―intentó hablar, mirando al techo. No quería que la mujer pensara que era un pervertido por estar mirándola cada pocos segundos. Pero, aquel rostro, aquellos ojos, lo habían cautivado demasiado.

―¿Uhm?

―¿Cómo he llegado aquí? No recuerdo nada después de...

Tocó levemente la zona donde la lanza de luz le impactó, notando las vendas que cubrían la zona.

Naruto: El As de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora