Parpadeó varias veces, viendo el lugar que lo rodeaba, de un color blanco puro, sin imperfecciones o mancha alguna. Movió su cabeza, mirando a un lado y a otro, viendo a ver si había alguien o algo que pudiera tomar de referencia. No había nada más que el color blanco por todo el lugar, sin nada más, ni una planta, ni un insecto, ni siquiera un simple pétalo de una flor. Caminó hacia lo que creía que era el frente, oyendo sus propios pasos resonando, haciendo eco en el lugar y zumbando en sus propios oídos, alerta de que algo pasar, cualquier cosa, lo que fuera. Necesitaba algo que le quitara ese color blanco puro al lugar, un color que le daba mala espina.
Pero la cuestión era, ¿cómo llegó allí? Lo último que recordaba, era que se fue a dormir tras volver de su misión junto a Kuroka y los demás, encontrándose con Cao Cao y algunos de sus seguidores. Aquello lo hizo encenderse en furia pura.
―Sigues siendo emocional―declaró una voz calmada, risueña, atrayendo los ojos azules del muchacho de cabello dorado. Frente a él, sentado en un trono dorado, con una toga blanca sobre su cuerpo, dejando ver una inmensa barba blanca, con un pelo blanco a juego. Sus ojos, dorados, se habían posado en el muchacho que caminaba al frente, mientras brillaban ante su presencia. Una pequeña sonrisa se había dejado ver entre los labios de aquel hombre, que medía más de dos metros, sentado en aquel trono, vestido con aquella toga de un color impoluto―. Naruto Mael Escanor. Es un verdadero honor conocerte en persona.
Naruto frunció el ceño, deteniendo sus pasos, quedando a tres metros de distancia de aquel hombre, posando sus azules ojos sobre los dorados del hombre barbudo.
―¿Quién eres? ¿Qué es este lugar?
El hombre no se inmuto, quedando callado, con la sonrisa presente en su rostro, sin hacerla desaparecer por nada. El portador de la Gracia habría intentado usar su poder, si es que pudiera usarlo. Aquel lugar parecía sellar su poder. Eso, o era el mismo hombre sentado en el trono el que le impedía acceder a él.
Se sentía extraño frente al inmenso hombre.
―Bueno, creí que reconocerías mi voz, Naruto―dijo la figura inmensa, soltando una risa estridente, haciendo retroceder al muchacho un par de pasos―. Soy Dios.
Abrió los ojos al máximo, mirando a aquella figura gigante que se había denominado como "Dios" ante él.
―¿Dios?―murmuró, incrédulo a las palabras del hombre, mirándolo con perplejidad.
―Sí, soy Dios, aquel que creó a los ángeles, el causante del final de la guerra entre las facciones cuando encerré al Trihexa en un sello, alejado de todos. Eso finalizó con la guerra―declaró Dios, mirando divertido la reacción de Naruto, viendo el brillo de la confusión bailando en sus ojos azulados como zafiros―. También fui el causante de la creación de tu Gracia, anterior ángel de mi dulce Gabriel.
Naruto Mael Escanor meneó la cabeza, intentando absorber todas aquellas palabras que Dios había dicho.
―Ese Trihexa, ¿es poderoso?
―Oh, sí, bastante. Todos aquellos a los que enfrentas, son meros mosquitos a su lado. Yo simplemente lo sellé. Nadie ha podido matarlo a lo largo del tiempo―contestó, jugueteando con un mechón de su cabello blanco―. Por eso creé tu Gracias, la Gracia del Sol, la más poderosa de todas las Gracias, más incluso de los Longinus. Si, los Longinus evolucionan para alcanzar su poder máximo; pero el Sunshine, ya es poderoso al cien por cien. Solo depende del portador, alcanzar o no todo su poder. Y tú, pequeño niño, has estado conteniéndote. Podrías alcanzar aquel poder que todos desearían; pero no lo haces. Bueno, ahora no te queda más remedio que hacerlo, si deseas salvar a Gabriel cuando la guerra inicie. La muerte de ese Mandamiento, ha retrasado la salida de los demás. Y mis esfuerzos por cerrar el sello, han impedido que otro salga. Pero los demonios Primigenios, andan por el mundo, causando muertes, acumulando almas para dárselas a Galand y así liberar al resto de su clan.
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Naruto: El As de Gabriel
FanfictionNo estaba en su agenda ser atravesado, metido entre una disputa de cuervos y murciélagos donde el recibiera la fatal herida, quedando a su merced para perderse en la oscuridad que lo había rodeado. Tampoco estaba en su agenda, que la voz más codicia...