El Dragón de la Ira: Meliodas

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Calmadios se mantuvo quieto, observando el fuego que lo rodeaba, la gente muerta que estaba tirada por el suelo, sobre inmensos charcos de su propia sangre. Mantenía un rostro impasible, pero mostraba una sonrisa afilada cuando los gritos de más humanos llegaban a sus odios. Por todo el cielo de Noruega, habían aparecido demonios con la intención clara de recolectar almas para su señor, para que fuera más fuerte y abriera la brecha en la prisión de los Demonios Originales. Debían escapar de aquella cárcel y recuperar lo que era suyo.

En un principio, Calmadios había pensado que aparecerían en el Inframundo, algo que lo alegró y llenó de satisfacción, siendo sustituido por la confusión e incertidumbre cuando aparecieron al lado de un poblado de asquerosos humanos. Aunque no podían matar demonios de clase baja y usar sus almas, recuperarían poder recolectando las de los asquerosos humanos que los rodeaban. Él, el Mandamiento de la Piedad, tomaría lo que era de su Rey para siempre, llevándose a todos los falsos por delante. Lo haría, aunque le costara la vida misma.

El demonio original, dio un paso al frente, mostrando cuan aterrados deberían estar los humanos, dejando ver su inmenso poder. Calmadios podía sentir como algunos de esos asquerosos seres, intentaban enfrentarlo con espadas de luz. ¿Serían aliados de ese Dios Bíblico? Si era así, él los mataría personalmente.

Generó una masa de oscuridad, mandándola contra aquellos humanos, derribando varios edificios a su paso, manchando el suelo de sangre fresca sobre la que ya otros habían derramado. Giró el brazo y atrapó la cabeza de un hombre, aplastándola. Llevaba una túnica blanca con una cruz roja como su propia sangre.

Calmadios simplemente rió burlón, viendo cuan débiles eran aquellos que lo estaban enfrentando. ¿Siquiera se merecían un mísero minuto de su propio tiempo?

Con un gesto simple, los demonios descendieron sobre aquellos soldados de Dios, mostrando rostros crueles, llenos de sangre.

Soltó una cruel y oscura carcajada.

―¡Vosotros, humanos, simplemente seréis nuestros alimento, algo que nos permitirá traer a nuestro rey de vuelta! Solo, morid llorando. Es lo único que pido.

Cielo: Cuarto Piso

Naruto mantuvo su semblante en blanco, mirando al hombre que tenía en frente, de pelo rubio, ojos verdes vistiendo un extravagante traje mientras llevaba una alita de pollo a su boca, dejando que la grasa escurriera por la comisura de sus labios, limpiando la misma con el dorso de la mano, mostrando una enorme satisfacción por poder comer algo. Aquello, simplemente, era extraño para el nuevo ángel en el cielo.

―Etto...

―No te preocupes por él, Naruto-san―pidió una mujer vestida de monja, mirando con resignación al exorcista que seguía comiendo, como si no hubiera nadie frente a él―. Siempre es así de despreocupado y prefiera la comida a cualquier otra cosa.

Naruto rascó su mejilla, riendo nerviosamente. Solo llevaba dos días en el Cielo al mando de Lady Gabriel, la que era su [Rey], según entendió por las burdas explicaciones del hombre que se mantenía comiendo: Dulio Gesualdo, [Joker] de Lord Michael y, según la monja a su lado, Griselda Quarta, era él mejor Saint hasta el momento, un hombre de poder propio y leal al Cielo, incluso más que a su propia afición a la mejor comida del mundo.

Por otro lado, a ojos de Naruto, la ex exorcista Griselda, era incluso peor que el mismo Dulio, siempre siendo feroz durante los entrenamientos de espada, deseando deshacer cualquier lado negativo que tuviera. Era molesto a ojos del rubio, pero no deseaba en verdad pelear contra ella cabreada. Debido a ello, ya había recibido diversos golpes con una fuerza superior y ni Gabriel lo ayudó a ello.

Naruto: El As de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora