Capítulo 44: El castillo del duque

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-Me pregunto si falta mucho –dijo Cain, mirando por la ventana del carruaje que les llevaba hacia el Ducado de Nápoles.

-Debe de quedar al menos una hora para llegar. Relájate y disfruta de la vista –sugirió Alex, apoyado en la pared mientras tallaba algo en un trozo de madera, ayudado por su daga.

-Desde que llegamos a Roma hemos estado bastante relajados. Me interesa un poco de acción –respondió el mercenario, volviendo a su sitio.

-Tu hermano, por el contrario, parece pensar diferente –señaló Reima, realizando con la cabeza un gesto dirigido hacia Abel, quien roncaba y salivaba, con la mejilla apoyada sobre una lona que cubría parte del equipaje.

-¡Despierta, mendrugo! ¡Ya has dormido bastante! –exclamó Cain, golpeándole en la nuca.

-¡¿Eh?! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Nos atacan?! –preguntó Abel, alterado.

-¡Si nos hubiesen atacado te habría dejado tirado! ¡A ver si te cortaban esa cabeza de chorlito que tienes!

Reima suspiró, desviando la vista hacia Lori, quien mostraba una expresión de preocupación.

-¿Va todo bien? –preguntó el espadachín japonés.

-Sí... es sólo que... Tú también has escuchado sobre el duque, ¿verdad? Dicen que no es una persona de fiar. Me preocupan las intenciones que pueda tener.

Aunque hacía poco que conocía a la chica, Reima podía decir que Lori era de los guerreros que más se había concienciado con la libertad de los demonios. A veces se la podía observar hablando con individuos de esa especie como si fuese una más. Y de hecho, ya los había que habían cogido bastante confianza con ella.

Por ello, no era de extrañar que no se sintiese cómoda ante un líder cuyo territorio seguía esclavizándolos. El propio Reima también tenía la guardia alta, más después de lo que le había contado Levi.

-Intente lo que intente, para eso estamos nosotros. Concentrémonos en nuestro trabajo y todo saldrá bien –dijo Alex.

Finalmente, llegaron a su objetivo. Nápoles era ligeramente diferente al lugar del que habían partido. Si bien la estructura de las casas y calles era similar, se podían vislumbrar diversos adornos sobre puertas y cornisas que daban una sensación de mayor prosperidad y riqueza. Lo mismo ocurría con los ropajes de sus habitantes, aparentemente cosidos con telas de aspecto suave y resistente.

Una vez dentro de los muros del castillo, continuaron hasta llegar a un jardín con un espacio pavimentado exclusivamente para vehículos.

-¡Ah! Por fin puedo estirar las piernas. –dijo Cain, saliendo del carruaje, levantando los brazos y crujiéndose los dedos.

En total eran cinco los vehículos, cuatro en los que se repartían los distintos grupos de los Pacificadores y uno en el que se encontraban Hana y Thyra.

Una vez fuera, esperaron a que saliesen las dos líderes, quienes vestían de manera más formal de cara a su reunión con el duque. En el caso de Thyra, su ropa no distaba mucho de la que solía llevar normalmente, ya que era la protocolaria para los arcángeles, sin embargo, a la espalda de su túnica, y del mismo azul celeste, se hallaba cosido el dibujo de un par de alas de ángel.

Reima no sabía mucho sobre su simbolismo, pero imaginó que sería una forma de representación de los arcángeles.

Por otro lado, Hana, llevaba un vestido rojo que llegaba hasta un poco por encima de las espinillas. Aunque no era un rojo fuerte, la hacía contrastar con los demás, aunque combinaba con el color de su pelo.

Además de sus ropajes, Thyra también llevaba una pequeña tiara blanquecina con una pequeña joya dorada en el centro.

Tras juntarse todos, se acercó un hombre, junto con dos guardias, y saludaron, posando una mano sobre sus pechos y agachando las cabezas.

Defenderé a los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora