-¿Falta mucho, Cain?
-¡Cállate, Abel! ¡Has preguntado lo mismo hace media hora!
-Es que estoy cansado.
El hombre, de nombre Cain, le golpeó en la nuca.
-¡Lo que hay que oír! ¡¿Cómo puedes estar cansado?! ¡Sólo llevamos tres semanas de viaje desde que llegamos al Sagrado Imperio Romano! Además, ¡¿no ves que, con lo que nos paguen de este trabajo, podremos retirarnos y vivir sin tener que mover un dedo?! ¡¿No has pensado en eso, pedazo de alcornoque?!
El carro en el que se encontraba dio un pequeño tumbo, como acentuando su irritación.
-¡Vale! ¡Vale! ¡Lo siento, hermano! ¡Pero no vuelvas a pegarme! ¡Duele!
-¡Y más que te va a doler la próxima vez que te dé!
El viaje comenzó cuando le dijeron que estaban reclutando poderosos guerreros de todo el mundo con el objetivo de formar un escuadrón encargado de proteger a "unos importantes diplomáticos" o algo así, no lo había escuchado muy bien, pues había ido directamente a la parte que más le importaba del contrato: el dinero. En cuanto le dijeron el pago, ni él ni su hermano, mercenarios de profesión, dudaron en embarcarse hacia la aventura. Ni siquiera cuando les metieron en una especie de círculo con extraños símbolos que les llevó fuera de tierras japonesas.
Con ellos había venido un joven, por su aspecto, originario del país desde el que habían partido. Tenía el cabello largo y negro, recogido en una coleta, era de complexión delgada y vestía ropa tradicional. Por otro lado, a Cain le parecía más alto que otros japoneses que había visto, aunque no podía compararse con él y con su hermano, cuyos morenos y tonificados cuerpos tenían aspecto de estar más acostumbrados a las inclemencias del tiempo y las duras condiciones del combate.
Desde el comienzo del viaje, lo único que le había visto hacer era permanecer sentado de rodillas y con los ojos cerrados, aparentemente, meditando. Las pocas veces que le había visto hacer otra cosa había sido durante las detenciones para descansar y comer. No había tenido mucho interés en mantener una conversación con él pero estaba harto de hablar con su hermano y tampoco tenía nada mejor que hacer.
-Oye, chico, ¿tú sabes de qué iba ese rollo de los círculos con símbolos? Cuando nos teletransportaron hasta aquí a mi hermano y a mí por poco nos da algo. Aunque, mientras nos paguen, tampoco me importa qué clase de magia negra usen.
-Pues a mí sí que me importa...
-¡¿No te he dicho que te calles?!
-Lo siento...
Al ver que no obtenía respuesta de él, volvió a intentarlo.
-¡Oye! –esta vez elevó el tono pero de poco sirvió.
Tras suspirar y rascarse la cabeza, decidió probar una tercera vez.
-¿Sabes hablar mi idioma? No, supongo que no. Yo aprendí algo de japonés durante el tiempo en que estuvimos allí. Lo suficiente como para mantener una pequeña conversación. Aprendí en una aldea rural. Sus habitantes eran buena gente. Nos trataban bien pese a saber que éramos mercenarios. Ya sabes, la gente suele echar a correr al escuchar esa palabra... –al darse cuenta de que hablaba solo, el hombre negó con la cabeza y se calló.
-A mí me enseñó mi maestro –dijo el chico, sorprendiéndole-. También me enseñó a hablar otros idiomas.
-¿Tu maestro?
-Sí. Vivíamos en una de esas aldeas rurales. Aunque él no trabajaba en el campo, pagaba a gente a cambio de hacerlo y luego vendía la cosecha. Debido a ello, tuvo tiempo para enseñarme todo lo que sé, incluso a manejar la espada.
ESTÁS LEYENDO
Defenderé a los demonios
ParanormalUna noche, Kasaiga Eri es salvada de ser asesinada debido a que desciende de la raza de los demonios. El nombre de su salvador es Hioni Reima, alguien encargado de defender a los de su especie.