Capítulo 29

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La habitación desprendía un aroma peculiar, un amargo y nostálgico acre que apretaba su estómago en angustia. Tsukishima no había podido deshacerse de él abriendo la ventana para que la fresca brisa se abriera paso y ni siquiera el aroma de las flores que traía consigo cada día habían conseguido mitigarlo. Estaba ahí constantemente, agitando sus viejos recuerdos y devolviéndolo a varios años en el pasado, donde el miedo y la incertidumbre lo asechaban constantemente en la oscuridad de cada rincón de lo que alguna vez fue un hogar lleno de luz y calor.

— Parece que hoy no tiene fiebre — Kei deslizó lentamente los dedos por la frente de su padre y suspiró, su temperatura tampoco era anormalmente fría ese día.

Resultaba, de alguna manera, reconfortante, sin embargo su piel seguía pareciendo pálida y deslucida, áspera al tacto, tan frágil como la figura del hombre recostado sobre la cama frente a él.

Estático. Imperturbable. Ausente. Su padre pasaba la mayor parte del día y la tarde durmiendo, se alimentaba tan poco que había perdido mucho peso en la última semana y como consecuencia, su aspecto se deterioraba todavía más. Cada día, cada segundo, cada instante...y le rompía el corazón.

Realmente resultaba insoportable, de verdad dolía y estaba tan frustrado que solo quería llorar.

Sin embargo nunca lo hacía, esto era su culpa, no tenía el derecho de derramar una sola lágrima, ni siquiera tenía derecho a lamentarse o pararse frente a él. Fue su insensatez la que había provocado esto y lo único que podía hacer era tragarse esa angustia, soportándola incluso si el nudo que se formaba en su garganta estaba ahogándolo hasta sofocarlo o si el temor le perforada el pecho atravesando su corazón hasta alcanzar su alma...corrompiéndola, deteriorándola, matándola lenta y dolorosamente al mismo tiempo que la frustración de saber que no podía hacer nada por detenerlo, de saber que sus plegarias irracionales jamás serían escuchadas estaban destrozando su convicción.

Y todo lo que le quedaba.

Tomó la mano de su padre entre las suyas, en un esfuerzo desesperado por infundirle parte de su calor, de su energía, rogando en silencio por devolver el tiempo y cambiar esto. Experimentando la angustia y frustración que la realidad traía consigo. Apretó los párpados, los labios y soportó el sofocante dolor en su garganta, los estremecimientos de su cuerpo ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Por qué no podía detenerlo? ¿Por qué no se detuvo a pensar en las consecuencias? ¿Por qué fue tan tonto? Estaba asustado, volvía a sentirse como un niño desamparado y confuso en medio de una profunda oscuridad.

No sabía a donde ir, no sabía que era lo que debía hacer y seguía perdiéndose. No era capaz de encontrar un solo atisbo de luz, comenzaba a creer y a aceptar con dolor que quizá no podía encontrarla jamás, sin embargo la angustia...esa profunda desolación, la tristeza, el desasosiego probablemente no desaparecerían jamás.

— Padre...papá...— apretó su mano.

Nunca se llevaron especialmente bien, pero nunca dejó de recordar al hombre que, aunque estricto, le sonreía con amor y acariciaba su cabeza con ternura...nunca dejó de amarlo con todo el corazón o de esperar porque volviera, sin embargo se estaba marchando. Lo sentía irse lentamente y, aunque quería detenerlo, lo único que era capaz de hacer era sostener inútilmente su mano. Esperando. Deseando. Rogando. Soportando en silencio.

Propuesta Irresistible [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora