Capítulo 30

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— ¿Cómo está? ¿Pudiste hablar con él?

Akaashi negó con pesar y Akiteru suspiró al mismísimo tiempo que cerraba sus cansados ojos y los cubría con una mano. El moreno entendía como se sentía, comprendía lo frustrante que todo esto era y todo lo que dolía. Lo que debía dolerle no solo Kei, sino también a él.

Se trasladó a la residencia de la familia Tsukishima tan rápido como la noticia de la muerte del padre del rubio llegó a sus oídos, salió corriendo bajo aquella infernal lluvia torrencial, condujo a través de la noche, con el corazón a punto de explotar y la angustia apretando su garganta y estremeciéndole el cuerpo tanto como el frío abrigo de agua helada que lo cubrió en un instante, solo para descubrir un infierno de gritos y llanto...y a una persona destrozada.

Tsukishima estaba fuera de sí mismo, enloquecido por el shock y el dolor de haber perdido tan repentinamente a su amado padre, sin siquiera poder creerlo; embargado por la ira, por la confusión, por su desasosiego...como un animal salvaje y herido que luchaba no por su vida, sino contra la realidad, por querer cambiarla incluso si, muy en el fondo, sabía que era inútil. Akiteru no podía controlarlo, su llanto desesperado, sus arrebatos violentos, Kei se estaba haciendo daño a sí mismo, su cuerpo se agitaba, golpeaba el pecho de su hermano, pataleaba, gritaba desgarradoramente, suplicaba e imploraba con desesperación porque alguien le dijera que todo estaba bien. Perdía la cabeza y a sí mismo.

Y el corazón de Akaashi se apretó frente a esa desgarradora imagen, lo sintió fragmentarse y desmoronarse lentamente.

Experimentó un dolor tan profundo que atravesó su alma, la más pura desesperación. No creyó que alguna vez pudiera sentir más impotencia, que podría sentirse más destrozado por dentro, hasta que los desesperados ojos de Tsukishima se anclaron sobre los suyos, hasta que se aferró a él como si tratara de sostener la última luz de su esperanza y le imploró una y mil veces, ahogándose en sus propios sollozos, deshaciéndose en lágrimas que le apretaban la garganta, en estremecimientos que hicieron ceder su débil y derrotado cuerpo al suelo, que le dijera que todo era una mentira...pero el moreno no pudo hacerlo, ya lo sabía, Kei lo sabía; lo sentía con la misma intensidad que el dolor que destrozaba su razón.

Pero él todavía quería creer que no era así, perdía la cabeza en medio de su dolor, las palabras no llegaban hasta él y cada intento de detenerlo era inútil...hasta que, repentinamente después de horas de tomento y agonía, se detuvo y como si algo en él hubiera terminado definitivamente de romperse, su mente, su corazón, su esperanza, y la desesperación lo llevó hasta lo más profundo de la nada, a la oscuridad de un mundo sin luz y emociones. Colapsó, todo su universo, todo lo que tenía.

— Pero está más tranquilo ahora...— tan sereno y callado que parecía un cascarón carente de un alma, como una delicada muñeca de fría porcelana encadenada a una base de hierro, rendido a su dolor.

Akaashi estuvo tratando de hablar con él todo lo que restó de la noche y parte de la mañana sin ninguna clase de éxito o un solo maldito indicio de este, tenía miedo, no era como las otras veces, se sentía como si Tsukishima no estuviera ahí, como si se hubiera ido para siempre y no importó cuanto rogó por una respuesta o al menos un pequeño gesto, no fue capaz de obtener nada y la luz no volvió a sus ojos, ni el calor a su cuerpo. Como si estuviera muerto en vida.

— Hey — Akiteru deslizó el dorso de dos de sus dedos por su mejilla, limpió una fría lágrima nacida de su más profunda amargura y le sonrió con triste melancolía en su búsqueda por reconfortarlo — Hiciste todo lo que pusiste...esto fue muy repentino, Kei solo debe necesitar de tiempo para asimilar lo que está pasando.

Propuesta Irresistible [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora