Capítulo XXIX

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Lavender estaba punto de gritar algún hechizo que se le viniera a la mente, cualquiera, Ginny estuvo a punto de evitarlo, pero tropezó en un escalón y Lavender no hizo más que ignorarla.

Los nervios se apoderaron completamente de ella, no sabía que estaba haciendo ni que iba a hacer.

Las rodillas le temblaron y la varita casi se caía de su mano.

—La extraño, amigo —la voz de Ron retumbó en sus oídos y su furia creció.

¡Alohomora! —gritó.

La mayoría de los presentes giraron su cabeza hacía la chica loca.

Su mente quedó en blanco.

No era normal ver a una chica apuntando a su novio con la varita y escucharla gritar un hechizo para abrir una puerta mientras el maquillaje estaba corriendo por su cara flaqueado de lágrimas.

Entonces Ginny se levantó del piso y aguantó la risa. La tomó de la mano y trató de llevarla de regreso a su habitación. Pero era casi imposible. No se movía.

—Vamos, Lavender, estás quedando como una idiota —dijo entre dientes mientras la jaloneaba.

—No quiero, quiero morirme.

—Por favor, coopera.

—No —seguía oponiéndose y Ginny sacó su varita.

¡Desmaius! —el hechizo le dio en el brazo y cayó al piso haciendo un ruido sordo— Conmigo es por las buenas o por las malas.

Guardó la varita y arrastró a Lavender hasta la habitación, sus zapatos de tacón corrido se quedaban atorados de vez en cuando entre los escalones, pero la pelirroja era fuerte. Aunque nadie lo notara.

El cuerpo de Lavender rebotaba en el suelo, pero Ginny finalmente la había recogido y subido a la cama. Se sentó tranquilamente a su lado y esperó a que despertara. Fueron minutos eternos los que pasaban y tuvo que soportar Ginny en silencio mientras Lavender volvía.

Esos minutos fueron necesarios para darse cuenta de que ella es hermosa, que a pesar de todos sus defectos, es una buena persona. Que no tiene nada que ocultar, que lo que es por fuera, es por dentro. Que las bastantes razones por las que no se llevan no son tantas al fin de al cabo. Que sólo es una adolescente normal. Que no está loca. Que no está obsesionada. No esta desquiciada.

Está enamorada.

La noche no fue la mejor parte para Hermione, ya que tuvo que dormir en el suelo y no era nada cómodo.

Las horas pasaban y todo estaba cada vez más oscuro, pero no encontraba la forma de quedarse dormida, en cada intento que tenía de quedar sumergida en un sueño, un ruido la asustaba y hacía que sus ojos se abrieran más.

No se sentía bien.

—Te necesito —susurró para si misma. Pero no estaba en sus planes que alguien le contestaría.

El sol brillaba, los pajarillos cantaban, todo estaba tranquilo, todo se veía tan irreal, no había ningún rastro de lo que había sido una tragedia.

Más de cinco alumnos secuestrados, una maestra desaparecida, personas ajenas al colegio dentro del castillo, alumnos heridos.

El director estaba desesperado, no sabía que más hacer. Cada vez que creía que solucionaba un problema, parecía que le caían dos más encima.

Sus ojos se veían cansados, tenía bolsas bajo ellos, no había dormido en toda la noche. Su voz estaba ronca y le dolía la espalda. Sin contar las punzadas que sentía en la muñeca, tampoco había parado de escribir cartas solicitando ayuda a diversas personas.

—Albus, esto es intolerable, debes descansar —la profesora McGonagall entró por la puerta sin siquiera tocar, tomó el bolígrafo de las manos de Dumbledore y lo puso sobre la mesa, él tenía la mirada perdida—. No puedo creer esto.

—No estaba haciendo nada que mi cuerpo no detuviera, Minerva.

—Eso no me interesa, quiero que vayas a la cama y duermas por lo menos ocho horas, si no enviaré a la Señora Pomfrey y haré que te de una poción para dormir extra fuerte, ¿entendido?

—No te negaré esa siesta. Sólo no...

—No hables, ve a dormir, no tocaré nada de tu escritorio, Albus, cuando vuelvas estará como lo dejaste —le aseguró con una mirada sería, la profesora McGonagall tomó el bolígrafo nuevamente y lo puso en un pequeño cajón donde habían muchos parecidos—. ¿No te he dicho que te vayas?

—Esta bien, pero no estoy acostumbrado a dormir mientras otras personas están en mi oficina.

—Oh, Albus, ¿por qué me estás tomando? No robaré nada.

—Me sentiría mas cómodo —le dijo firmemente.

—Esta bien, me iré cuando estés acostado.

Y así lo hizo.

Ambos estaban tan preocupados por el otro y no era nada del otro mundo.

Podrían ser más que compañeros de trabajo, que profesores, que director y subdirectora. Su relación no tocaba el romance, pero tampoco era sólo un compañerismo. Eran algo así como hermanos que se apoyarían en todo a pesar de cuán locos estuvieran o de cuán descarrilada fuera su idea.

A un Paso del Amor -EDITANDO-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora