27. Ojos en la oscuridad

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"Noche me abres tantas sensaciones

Nos traerás extrañas tentaciones

Aunque no lo entiendes

Ya vez no te defiendes"

Música en la noche del Fantasma de la ópera

Nota de autor: Sigue sin ser mío. Todos los respectivos créditos a Moonsign y J.K Rowling. Yo solo sirvo de traductor.

SIRIUS

Sirius sabía que debía haberse preparado para aceptar el hecho de que Kreacher le contaría a su madre sobre el viaje a la casa de James. Aun así, una parte pequeña dentro de sí había esperado que no lo hubiesen alejado tanto de la familia que ni siquiera los elfos domésticos obedecieran sus órdenes. Fue probablemente eso, más que el castigo que tuvo que llevar, lo que le causó mayor daño.

Supo el momento exacto en que su familia llegó. Los gritos característicos de su madre llenaron la casa a segundos de haber entrado en la sala.

¡Kreacher!

Fue seguido por los sollozos de Kreacher mientras ingresaba a la sala, e incluso mientras se ocultaba en su habitación, Sirius podía imaginarse cómo el elfo doméstico se arrodillaría frente a su madre de tal forma que su nariz tocará la alfombra.

— ¿Si, mi señora?

— ¡Tráenos té ahora mismo, elfo!

— Sí, mi señora.

— ¡Y golpea tus orejas contra el fogón como castigo por no haberme contestado deprisa!

— Sí, mi señora. Señora, acerca del mocoso malagradecido que está arriba...

Después de eso, Sirius escondió su cabeza debajo de su almohada y dejó de escuchar. Sabía lo que venía a continuación: Las acusaciones, los gritos, el castigo.

Ahora había pasado ya más de una hora, una hora después de castigo especializado que solo un elfo doméstico mediante las órdenes de sus amos podía emprender. Usaron su magia para infligir el dolor de latigazos en la espalda del niño sin dejar marcas. Sirius ya estaba familiarizado con la sensación, pero había veces en las que dolía.

Se arrodilló en el suelo de la cocina, jadeando y llorando mientras que los látigos invisibles le golpeaban. Incluso cuando eran otros elfos domésticos los que le castigaron, Sirius podía oír a Kreacher riendo en la esquina, sus orejas de murciélago aún humeantes por culpa del horno. En ese momento, odió al elfo doméstico más que a nada en su vida. Se prometió que si alguna vez heredaba a Kreacher, haría de su vida un infierno.

Estuvo casi agradecido de que hubiese terminado y fuera arrojado, aun llorando y recuperando el aire a la bodega. Fue hasta ahí que se dio cuenta de que las velas ocultadas por Regulus se habían terminado y su hermano no había ocultado sus repuestos.

El dolor, que solo duró mientras era castigado, se había ido, por lo que incluso eso no podía distraerlo del hecho de que estaba solo en la húmeda y envolvente oscuridad. Sirius trató de luchar con la ola de pánico que se despertó en su pecho. Se odiaba a sí mismo por temerle a la oscuridad. Era un estúpido, infantil e irracional temor, pero un temor de todas formas. Se encaminó a uno de los barriles de vino que se encontraban en la mitad del cuarto y se sentó en él, recogiendo sus piernas para abrazarlas contra su cuerpo.

Ojos, eso era a lo que más le temía. La idea de ojos en la oscuridad. Ojos que podían ver todo lo que hacía mientras era ciego y vulnerable. Juraba el poder sentirlos ahora, tratando de averiguar si podía verlos; para verificar lo débil que era. Trató de mirarles para decir que no tenía miedo, pero no sabía dónde ver. Ya imaginaba a los dueños de los ojos acercándose cada vez más y más y más...

Convocando sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora