58. Puntos débiles

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Nota de autor: Y ahora un poema: La historia es de Moonsign, el mundo de J.K, pero como yo soy buena persona la versión en español está acá.

"Sin embargo, como hemos dicho, todos los niños son crueles, pero esto no precisamente aplica a los adolescentes. Los corazones adolescentes son salvajes y nuevos, rápidos y furiosos, y no conocen su propia fuerza. Tampoco conocen la razón y contención, y si quieres saber la verdad, muy pocos adultos la han aprendido."

"La chica que cayó a la Tierra de las Hadas y lideró a los rebeldes ahí" por Catheryn Valente.

REMUS:

Remus no podía dudar que se sentía culpable por dejar a Canuto solo en la habitación, pero era la única idea que se les había ocurrido para convencer al terco animago de transformarse. Esperaban que Sirius se aburriera tanto estando solo un Domingo que terminara cambiando. La paciencia no era una virtud de Sirius.

— Me preocupaba que ustedes no siguieran el plan —James confesó, al ver que Remus entraba a la cocina. Peter y él estaban sentados en una mesa, la escoba de James reclinada en la pared. Obviamente había mentido sobre volar, Remus no pudiendo culparlo al escuchar la lluvia repiquetear afuera. Remus se sentó opuesto a James y suspiró con cansancio.

— Casi abandono el plan —Remus le informó— Se veía tan confundido y dolido sentado ahí en mi cama con su cabecita ladeada.

— Yo lo ignoré mientras salía —James admitió— Sabía que me rendiría si lo veía. Quien haya pensado arriba que darle a él un perro como forma animaga era lo mejor debe estar riéndose de nosotros. Sus ojos de perrito son mucho más efectivos que antes. Venga, Lunático, cómete un muffin de chocolate para animarte.

Remus agarró el muffin de la bandeja que le ofrecía ansiosamente un elfo doméstico. La cocina estaba caliente, el techo iluminado suavemente por dos antorchas en dos paredes contrarias. Era una colmena de actividad, los elfos domésticos removiéndose por todas partes, la mayoría atendiendo a los tres muchachos que venían de visita. Algunos cocinaban, otros cargaban la ropa sucia para desaparecerla por un muro, divisaron una puerta de tamaño elfo cerca a las enormes estufas en donde los calderos burbujeaban. El aire estaba lleno de aquel reconfortante aroma de la comida que preparaban para la cena.

— ¿Piensan que funcionará? —Peter preguntó tras un tiempo— ¿Dejarlo solo hasta que se aburra y cambie?

— No lo sé —Remus respondió. Se sirvió una taza de té y le dio un sorbo— Ni siquiera puedo entender por qué no desea cambiar. Creo que le tiene miedo a algo pero no sé qué es. No sé qué tan fuerte es su determinación.

— Sabes, Lunático —James empezó, lanzándole una sonrisa de medio lado a Remus— No podrías haber escogido un novio de pedigrí más alto aunque lo intentarás.

— Sí —Peter continuó, compartiendo una mirada traviesa con el Merodeador de cabello desordenado— Podrías tener una relación simple como la de James y Evans. Le preguntas a alguien si quiere salir contigo y ella te rechaza con una maldición. Todo el mundo ya sabe cómo son las cosas.

James bufó y le tiró a Peter un rollito de canela. Le pegó en la nariz y se le quedó en el regazo: — Por lo menos yo intento invitarla a salir. Tú nunca lo has tratado con alguien. Y lo sé porque te vi echándole el ojo a esa Ravenclaw en clase de Encantamientos el Martes.

Peter adquirió el escarlata de Gryffindor y escondió la cara, concentrándose en comer el rollito de canela y procediendo a ahogarse con él.

Remus sintió todo su humor levantarse por primera vez en semanas, riéndose cuando James le golpeó la espalda a Peter hasta que el último estornudó un pedazo de pastel.

Convocando sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora