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Estaban besándose, no cabía la menor duda. Elena atrapó los labios de Azriel cortando cualquier tema de conversación que él hubiese querido plantear en aquel momento. No entendía porque lo había hecho, fue un impulso imposible de controlar.
Azriel quién estaba conteniéndose con todas sus fuerzas para no besarla, —al menos no tan rápido— se encontraba sorprendido y a la vez maravillado por la iniciativa de aquella pequeña castaña. Elena colocó las manos alrededor de su cuello, atrayéndolo más hacia ella, era un beso suave, dulce, delicado e intenso, sus labios se movían con una coordinación increíble, como si fueran piezas perfectas destinadas a encajar. Elena perdió el equilibrio, Azriel la sostuvo a tiempo, con su mano libre acunó la mejilla de Elena, repartiendo caricias con su pulgar mientras la besaba.
Ella sentía que iba a desmayarse, nunca nadie la había besado de aquella forma tan maravillosa, su corazón latía frenético, desbocado.
Azriel con la poca fuerza de voluntad que le quedaba, temblando aún sobre sus labios, peleando contra su propia carne, se alejó de ella, rompiendo el beso, su respiración estaba entrecortada, su corazón latía a una velocidad preocupante, jamás había ni sentido algo tan intenso al besar a una chica. Tuvo que alejarse de ella a pesar de que no quería, porque si continuaban besándose de aquella forma estaba seguro que iba a fallarle a Dios, porque él era débil, y no quería que el enemigo utilizara a Elena como una arma para alimentar aún más su debilidad.
Pegó su frente a la de ella, mientras ambos recuperaban la respiración. Hubo un silencio, más no fue incómodo, fue reconfortante, acogedor. Un silencio que proveyó paz.
La brisa de la noche los envolvió. Elena esbozó una sonrisa que no le cabía en los labios, aún se mantenían apoyados en sus frentes. Azriel sintió algo nuevo dentro de él, una felicidad que lo llenó por completo, un cosquilleo en el estómago lo hizo sentir como si fuese un adolescente dando su primer beso, no podía creer que Elena lo hubiese hecho sentir de aquella forma.
Retiró la mano que reposaba en la espalda de Elena y tomó su rostro con delicadeza. La miró a los ojos, aquellos ojos color caramelo que brillaban de una manera tan esplendorosa que incluso las estrellas deberían sentir celos. Se sonrojó cuando la vio sonreír de aquella manera, tan cándida, tan feliz.