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Tom sigue con los ojos pegados a la pantalla de la tele, el mando de la Xbox en sus manos y el ceño fruncido en señal de concentración máxima

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Tom sigue con los ojos pegados a la pantalla de la tele, el mando de la Xbox en sus manos y el ceño fruncido en señal de concentración máxima. Lleva así cerca de una hora, de vez en cuando gruñe en respuesta a alguna pregunta que le hago.

—¡NO! ¡TE ODIO! —reniega antes de soltar más gruñidos de desaprobación.

Pongo los ojos en blanco y sigo revisando los papeles que me envió Daniel. "Tras el homicidio de Gustav Baraff (48), su hija Elle Baraff (24), señaló que Melanie Conelly de Baraff (24) le era infiel a su padre con uno de sus vecinos, un joven modelo de 27 años, llamado Liam Mcgarden el cual también es casado".

Lanzo blusa tras blusa al escritorio, nada me convence. O me veo demasiado gorda, o demasiado casual, o como si me estuviese esforzando demasiado.

Gruño y la siguiente prenda cae en la cara de Josh. Él gruñe y aparta la tela de su rostro, lanzándola la prenda a algún rincón de la habitación.

—Me lo he dicho más a mí mismo que a otra persona últimamente —dice—, pero necesitas calmarte, Aria.

—No tengo ropa —me quejo.

—¿Y qué es todo lo que acabas de lanzar al aire? —pregunta.

—Me veo gorda —lloriqueo.

—Por Dios, algo debes tener por ahí que no te haga ver como ballena —dice poniendo los ojos en blanco.

—Ah, ¿Entonces estás de acuerdo con que me veo gorda? —pregunto indignada.

—Tú misma lo dijiste, niña —dice encogiéndose de hombros—, solo digo lo que quieres escuchar.

Le fulmino con la mirada.

—Uy, si, qué miedo —dice mofándose de mí.

—Iré en pijama, está decidido —digo sentándome sobre el colchón, resignada.

—Claro, si quieres que tus suegros piensen que estás demente —dice riendo—, en ese caso es una buena idea.

Josh se levanta de la cama y va hacia mi cómoda, saca una camisa blanca básica, un par de jeans azules de tiro alto y un cinturón negro con hebilla dorada.

—Esto es un clásico, en los hombres usualmente, pero he aquí la versión femenina —dice— ¿Te das cuenta de que casi siempre vestimos igual y nadie lo nota o dice algo al respecto? ¡Siempre pantalones y camisas! ¡Casuales, de vestir, playeras! ¡Siempre lo mismo!

Observo el conjunto que pone sobre mi cama, no es una mala idea, y no se ve mal, para nada.

—¿Y los zapatos? —pregunto ya haciéndome la idea de usar lo que me ha dado.

Él va hacia mi armario y en cuestión de segundos pesca un par de stilettos, de taco bajo y en color negro.

—Perfectos —dice.

EL PLAN SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora