33.

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Me quedé en silencio, pensando que lo que había escuchado estaba distorsionado, porque no podía ser que mi chico —el que me había hecho cometer estupideces por montones— quisiera algo así conmigo... ¿Verdad?

— ¿Qué dijiste? —pregunté sentándome a su lado en la cama, ignorando el porno que había en el TV. Es decir, ¿Quién querría perder su tiempo viendo porno cuando tenía a Hyungwon delante? Al menos yo no.

— Lo que escuchaste... —respondió para finalmente sollozar— quiero dejar de ser tonto, ayúdame.

Tragué saliva con fuerza cuando de reojo vi lo que había en el televisor y una fugaz imagen de nosotros en una situación extraña apareció en mi cabeza.

¿Hyungwon quería que...?

— Hyungwonnie... —acaricié su rostro con suavidad— quiero todo contigo. Lo juro... —susurré— pero por ahora poco puedo hacer... No quiero crear más problemas de los que hay.

Él asintió ante mi comentario. Sabía que quizá por su mente estaba pasando otro tipo de pensamiento, sin embargo estaba actuando de forma madura y eso me alegró de alguna manera.

— Entonces haz lo poco que puedes hacer... —sugirió sorprendiéndome de nuevo.

¿Acaso a ese chico no se le escapaba ni una tan sola palabra?

Suspiré y me detuve a mirar su rostro. No me ponía las cosas fáciles, pero no podía enojarme con él, todo lo que podía hacer era quererlo un poquito más de lo que ya lo quería y también besarlo, porque esas ganas infinitas de tocar sus labios con los míos siempre estaban presentes aunque no tuviera un motivo exacto.

— Si algo no te parece, entonces dímelo y me detendré... —le advertí antes de empezar con lo que cruzó por mi mente— y por favor, cierra los ojos.

Pensé que iba a negarse o que diría algo más, pero de nuevo me sorprendió cuando lentamente cerró sus ojos, sus mejillas se tornaron de un leve color rojizo y esperó por mí como si pudiera confiarme su vida entera. Esperó de una manera tan tranquila que supe que él podría incluso lanzarse al vacío si yo juraba que lo atraparía.

Mi corazón no podía con tanto que sentía. Era como si me ahogara en todo el amor que Hyungwon me profesaba, pero lejos de sentirme fatigado, me sentía verdaderamente extasiado, como si pudiera volar.

Entonces no dudé en llevar mis manos a su rostro, acunarlo y besar aquellos bellos labios que amaba más que la primera vez que los besé.

Su respuesta fue un leve sobresalto que me pareció tierno, pues aunque él sabía que yo iba a hacer eso, el hecho de tener los ojos cerrados hacía que todas mis acciones parecieran un misterio para él, pero no lo eran. Quería besar a Hyungwon, quería amarlo, hacerlo mío y sentirlo mío hasta el fin de los tiempos. Era sencillo.

Me correspondió con suavidad e inocencia, de la única manera que sabía entregarse a mí y me sentí mal por un momento, su alma era tan pura que sentía que no merecía tocarlo o besarlo de la manera que iba a hacerlo, pero era diferente si él me lo pedía, así que me mentalicé aquello y sonreí entre el beso porque sin duda la felicidad afloraba en mi pecho cada vez que nuestras bocas se unían.

No le pedí nada, sin embargo él agregó una caricia a mi espalda después de que sus brazos me envolvieran buscando un poco más de cercanía pese a que nuestras distancias eran casi nulas.

Por un momento me dejé llevar y lo acosté en la cama, debajo de mí. Los pensamientos que surgieron a raíz de aquella imagen fueron insanos, tanto que supe que era imposible tratarlo de aquella manera, no a él.

Suspiré abatido, recordando mentalmente mis límites y aunque dividía mis opiniones, me incliné por abandonar sus labios un momento y dirigirme a su cuello que me esperaba como el manantial al sediento. Mis labios ardían por recorrer esa zona milímetro a milímetro, sin prisa. Y lo hice, lo besé desde su barbilla hasta su cuello, desde su cuello hasta su pecho y mi lengua se aventuró a marcar un camino por primera vez en su cuerpo.

Era mi territorio y me sentía más feliz que el hombre que pisó la luna por primera vez, porque una jodida roca jamás se compararía al valor que tenía para mí, aquel joven de cabellos rosas. Nada se compararía en realidad.

Me separé un poco de mi chico y no pude evitar sonreír porque incluso con la mínima iluminación proviniendo del TV a mis espaldas, podía notar que sus ojos permanecían cerrados aunque su respiración estuviera tan agitada como si hubiera corrido un largo trayecto. Pero no me era suficiente, él merecía algo verdaderamente placentero y si era sincero, moría de ansias por escuchar algún gemido de su parte, lo sentía casi necesario.

Mis manos decidieron colarse entre su bata, pero no con prisas, sino con lentitud pero con la emoción de un niño abriendo su regalo de navidad, así lo dejaba al descubierto, poco a poco. Y entonces por primera vez ante mi, su cuerpo estaba al descubierto, desnudo.

Lo aprecié con detalle porque era casi irreal, su delgado cuerpo solo daba lugar a la delicadeza y elegancia que poseía sin esfuerzo. Su piel blanca y tersa parecía gritarme para que la tocara y su rostro tenía la expresión de alguien que experimenta todo por primera vez. Aunque sus ojos permanecían cerrados, podía notar una mezcla de miedo, vergüenza y emoción en su cara, justo como lo imaginé.

Deslicé la punta de mis dedos apenas rozando su piel desde su pecho hasta debajo de su ombligo, donde no pudo evitar sobresaltarse por la sensación de sentir que estaba invadiendo un espacio privado, pero que me había dado permiso de ingresar.

Esperé alguna negación o una señal para detenerme aunque no quisiera, sin embargo no llegó. Él seguía dispuesto a todo conmigo, sin importar nada y a esas alturas solo quería detenerme y besarlo hasta el cansancio mientras le decía lo mucho que había entrado en mi corazón, pero tampoco es como que pudiera detenerme.

Sin previo aviso toqué su miembro con una provocadora caricia y él por primera vez soltó aquel sonido que tanto anhelaba escuchar. Se sintió como música en mis oídos y solo pude soltar un suspiro para contenerme y no hacerle daño.

Repetí mi acción anterior y su reacción fue la misma, quizá con un poco más de intensidad la segunda vez, entonces lo vi cubrirse la boca con ambas manos, quizá avergonzado.

— Lo siento... —susurró débilmente.

¿Acaso nunca dejaría descansar a mi pobre corazón de tanto derroche de ternura?

Con mi mano libre aparté sus manos y una vez que lo hice, me deshice de mi camisa al no poder soportar el calor que ya me había invadido el cuerpo. Entonces me acerqué a su oído sin soltarlo.

— No lo lamentes... —susurré en su oreja, arrancando un jadeo instantáneo de su parte— quiero escucharte gemir... Solo así sabré que estoy haciendo un buen trabajo... —indiqué mientras masajeaba su miembro sin pudor.

No es que estuviera tomando ventaja de la confianza que teníamos, es solo que ya no podía retenerme por más tiempo.

Me quedé en aquella posición por varias razones. Me extasiaba escucharlo gemir en mi oído izquierdo, la forma en la que tocaba mi espalda desnuda en reacción a lo que yo estaba haciendo en su miembro me hacía querer darle más placer y ni hablar de la manera en la que buscaba mi boca para besarme con desesperación.

Sentía que me volvía loco cada vez que nuestros labios se unían y pese a su poca experiencia, sus besos de lengua siempre resultaban candentes a mi parecer. Jamás me había besado así, con tanto deseo y desesperación, pero mi corazón estaba hinchado de emoción de saber que yo era el unico que tenía ese privilegio. Me ponía celoso tan solo de pensar que alguien más pudiera tocarlo y besarlo de la manera en la que yo lo estaba haciendo.

Era mío desde que me besó sin un porqué. Pero lo fue aún más cuando tuvo su primer orgasmo en mi mano mientras gemía mi nombre.

Desde ese momento supe que
no había vuelta atrás con él.

Era todo o todo.

Mil Besos Sin Un PorquéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora