Sus brillantes ojos, brillaron aún más ante mi propuesta. Con él las cosas eran sencillas; casi cualquier cosa que yo dijera, le emocionaba.
— ¿Cómo dices? —exclamó con su expresión de sorpresa y alegría— ¡Claro que quiero!
Rodeó el auto de mi madre y se subió al asiento del pasajero sin importarle las mil advertencias que le dije sobre que no sabía manejar muy bien y que apenas estaba aprendiendo para obtener mi permiso.
— Si tenemos un accidente no será culpa mía... —reí poniendo el auto en marcha hacia el parque del pueblo que quedaba apenas a un par de minutos de allí— no sé como puedes confiar tanto en mí.
Él ignoró mis palabras mientras miraba por la ventana y luego clavó sus ojos en mi.
— Mira, Wonho. —aprovechando que el auto de mi madre era automático, su mano envolvió mi mano derecha y recostó su cabeza en mi hombro— parecemos una pareja en una cita.
Soltó una risita y luego me soltó, dejándome un poco descolocado el corazón con sus acciones que, al parecer no podía evitar.
Conduje un poco más y al llegar al parque me detuve lentamente, hasta que escuché su voz nuevamente.
— ¡Wonho, helados! —señaló la pequeña heladería del lugar con mucha emoción.
Me quedé pensativo sobre si comprarle uno o no porque su madre me había indicado en muchas ocasiones que evitaban darle cualquier cosa dulce pasa evitar un poco su hiperactividad. Pero no podía negarme a esa bonita carita ilusionada.
— Compraré uno. —susurré bajándome del auto mientras lo miraba asentir y esperar pacientemente en el asiento— eso sí, será uno para ambos... —comenté imperativo, pero luego relajé el semblante y me inventé una excusa para que no se sintiera mal— mi billetera está casi vacía por culpa del colegio.
Él asintió comprensivo y dejó pasar por alto ese hecho, así que me dirigí a la heladería y compré un cono de helado para ambos, asegurándome de que tuviera los sabores que a ambos nos gustaban. Entonces cuando volví, él seguía esperándome pacientemente y con una sonrisa.
— ¿Valía mucho? —cuestionó un poco apenado, entonces negué para que no se hiciera falsas ideas en su cabeza. Le había mentido con lo del dinero por su bien, no porque no quisiera invitarlo a algo.
— No, en realidad estaba en oferta... —me encogí de hombros y le ofrecí el helado— come un poco y luego me lo pasas.
Él miró el helado y negó.
— No, comamos los dos. —fruncí el ceño ante su petición, entonces continuó— sería muy mezquino de mi parte comer y tu no, así que hagamos lo juntos, mira... —sostuvo mi mano para dejar el cono de helado firme entre ambos— es como darnos un beso. —se acercó al helado, comió una pequeña porción y luego se alejó— ahora hazlo tú.
Sonreí por su tontería, pero sin ánimos de negarme, lo hice. Imité su acción y a él pareció divertirle así que la repitió y yo volví a imitarlo. Pero en ese momento que yo estaba comiendo del helado, él también lo hizo y nuestros rostros quedaron muy cerca.
Fue entonces cuando sentí como sus fríos labios con sabor a pistacho se posaron sobre mi nariz dejando un suave beso que acabó por deja un rastro de helado allí.
Me aparté un poco sorprendido y él también se apartó para comenzar a reírse de mi y de mi apariencia, pero yo en todo lo que me pude fijar fue en sus carnosos labios curvados totalmente embarrados de aquel delicioso helado en medio de aquella calurosa tarde y supe que no había otra cosa que deseara probar en ese momento que no fueran sus labios, así que me acerqué a él y le robé un beso con el cual me encargué de comer todo el helado de sus bonitos labios, provocando que él se agitara por lo inesperado de mi acción.
— ¿Por qué? —susurró mirándome a los ojos con la respiración entrecortada. Entonces me encogí de hombros.
— Porque tenías helado... —comenté con simpleza, aunque sabía que esa pregunta no tenía respuesta lógica.
Todo lo que anhelaba era besarlo.
Sólo a él.