Naro, SiciliaUna sonrisa surcó el rostro de Piero Barone al caminar hacia la salida del aeropuerto con su maleta en mano. Después de haber aterrizado en Sicilia debió tomar otro vuelo para por fin llegar a su pueblo natal.
Aún con la felicidad impregnada en el rostro cruzó las puertas y dejó que el viento rozara su cara, ensanchando aún más su sonrisa. Se paró en la acera y después de hacer un gesto con la mano detuvo un taxi, en el que se introdujo después de asegurar sus maletas.
Observó por la ventanilla su cuidad y por fin ahí pudo darse cuenta de cuanto la había echado de menos. Luego de un trayecto de media hora pudo vislumbrar su hogar. Después de pagarle la cuota al taxista y tomar su equipaje avanzó hasta detenerse en la puerta de su casa.
Podía abrir con su propia llave, pero quería que fuera una sorpresa para quien sea que abriera la puerta así que tomó una respiración y golpeó los nudillos contra la madera un par de veces.
Escucho algo se movimiento dentro de la vivienda y tuvo que esperar unos minutos antes de por fin poder ingresar. Se escuchó el ruido de la cerradura al ser abierta e inmediatamente después y en menos de un minuto solo pudo sentir el cuerpo de su madre abalanzarse sobre él.
Incapaz de hacer algo más solo pudo pasar sus brazos por la espalda de su progenitora para devolverle el gesto cariñoso.
—Cariño ¡Por fin estás en casa! —la mujer no ocultó su sonrisa— Pasa, te he preparado los ravioles que tanto te gustan.
Barone no pudo contenerse más y soltó una carcajada al ver a su madre en ese estado eufórico. Le dedico un asentimiento y cruzo el umbral con sus maletas detrás de él.
—Iré a desempacar, me daré una ducha y luego bajaré a comer ¿dónde están los demás?
—Tu padre está en el jardín, con tu abuelo que vino de visita y Mariagrazia y Francesco fueron a la plaza.
Piero asintió antes de dirigirse escaleras arriba hacia su habitación.
Apenas al pasar por la puerta dejó su equipaje sobre la cama, sacando solo lo que usaría para la ducha. Con su ropa, productos de aseo en mano y una toalla que colgaba de su hombro se adentró en el baño dejando todo perfectamente acomodado.
Se despojó de su camisa y luego se vació los bolsillos del pantalón dejándolo todo sobre un pequeño cuenco dispuesto sobre la encimera de cuarzo. Luego de templar el agua se metió bajo la lluvia artificial y se permitió relajarse.
Cerro los ojos e irremediablemente su mente viajó hasta los últimos momentos que había compartido con Alena. Ella le generaba un revoltijo de emociones que no era capaz de descifrar y no iba a intentarlo. Lo único de lo que no tenía duda era de que quería compartir todo el tiempo posible con ella.
Luego de terminar de ducharse tomó una toalla, se la anudó en la cintura y salió del baño con una estela de agua detrás de él proveniente de su cabello y torso aún mojados.
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Derritiendo tu corazón
RomanceLa muchacha de castaños cabellos, caminaba solitaria y desolada por las calles de San Petesburgo mientras sus azulados ojos derramaban lágrimas cuál catarata. Estaba siendo víctima de una de las mayores humillaciones de su vida, hace apenas unas hor...