✔️31.- Sueños Rotos

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Alena estaba cada vez más preocupada

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Alena estaba cada vez más preocupada. Desde que había perseguido a Piero por la calle y después de haberlo contenido Barone no paro de llorar durante diez minutos. Casi a rastras tuvo que meterlo a su auto y en todo el trayecto no había logrado que Piero dijera una sola palabra.

Hace dos horas habían llegado al apartamento de ella y la situación no había cambiado. Piero estaba sentado en el sofá con la vista fija en un punto y de su boca no salía sonido alguno. Ale estaba cada vez más preocupada, jamás lo había visto así, podía lidiar con el Piero despreocupado, juguetón, pensativo, pero verlo así, tan apagado y con la mirada vacía era algo que no sabía cómo manejar.

Se acercó en silencio a donde él estaba, observó su mirada llena de tristeza y no resistió el impulso de acariciar su rostro. Un nudo se formó en su garganta, por primera vez en mucho tiempo no supo que hacer. Piero se había metido tanto bajo su piel que sentía su dolor como si fuera propio de ella.

—Cariño, si no quieres hablar está bien, esperare hasta que estés listo. Pero por lo menos come algo. Llevas muchas horas sin probar bocado.

Alena extendió su mano hasta el, aún con el temor de ser rechazada. Pero suspiro internamente al sentir la mano de Piero juntarse con la suya.

Tomados de la mano avanzaron hasta el comedor. En la comida apenas logro que Piero le respondiera con monosílabos.

—¿Puedo usar tu baño para darme una ducha? Piero la observaba sin ninguna expresión en el rostro lo cual llegaba a asustarla.

—Claro, hay algo de la ropa que dejaste el otro día, está guardada en la gaveta.

Piero se levantó de la mesa sin decir nada más. Alena estaba desconcertada, pero entendía perfectamente por lo que estaba atravesando su novio por lo que decidió darle su espacio y apoyarlo todo lo que pudiera.

Comenzó a ordenar la casa, lavó los platos que habían utilizado y acomodó algunas cosas en el despacho que usaba para trabajar.

Había tardado dos horas en terminar y Piero aún no salía del baño, por lo que decidió ir a ver qué pasaba.

Llegó hasta la puerta del baño y tocó la puerta un par de veces.

—Piero, cariño ¿está todo bien?

Al no recibir respuesta decidió entrar, se escuchaba el agua caer, pero luego escuchó algo aún más preocupante: Llanto, Piero estaba llorando. Su pecho se estrujo y no pensó dos veces antes de actuar. Sin importarle terminar con la ropa mojada entró a la ducha y abrazo a su chico, apretándolo contra su pecho, lo que causó que su llanto se intensificara.

—Vamos cariño, debemos salir de aquí o ambos nos resfriaremos.

Tomó un par de toallas y se encargó de secarse a Piero y a ella misma. Llegó hasta la habitación y se dejó caer en la cama. Su chico aún se mantenía abrazado a ella.

Derritiendo tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora